Atormentada y adolorida, Linda se veía a si misma sobre un mar negro, flotando entre las mareas alborotadas a su alrededor, notado un oscuro y amenazador cielo de tonos grises que parecía amenazarle con una feroz tormenta.
La adolescente, inerte, sólo lloraba ahí recostada, deseando que el mar la tragara de una vez por todas, tratando de ser sólo peso muerto que el abismo marino terminaría por succionar en el mejor de los casos hasta asfixiarla o comprimirla por la increíble presión del titan azul.
Nada de eso pasaba. Por el contrario, sus deseos de morir eran los que parecían tenerla a flote, aun cuando la tormenta inicio y la fuerte lluvia helada golpeaba su cuerpo, rostro y alma. El dolor de todas esas agresiones por parte del agua le crearon moretones, rasguños e inclusive heridas sanguinolentas, hasta que una gota le golpeó el rostro y parecía que había sido el final, mas no fue así. Linda continuaba en la superficie, consciente, y es ahí cuando un montón de manos emergieron de las profundidades del mar para arrastrarla a su interior.
En un inicio, la chica por instinto quiso liberarse, mas luego comprendió que era justo lo que deseaba. Por fin estaría frente a sus ojos. Podría cruzar la línea de meta y dejar todo atrás.
Mas al cerrar los ojos, sintió una descarga, y después agujas pincharla una y otra vez, hasta que todo se volvió blanco en su vista, pasado a negro y, por último, a la realidad.
Linda abrió sus ojos, cansada. Vio que se encontraba en el hospital, rodeada de enfermeras y con su padre abrazando a Lavanda, cuyo rostro se hallaba fundido en su pecho.
Al ver despertar a Linda, el hombre soltó a su mujer y se fue hasta donde el rostro de su hija, sujeto con ternura aquel.
–Linda, sweetheart. ¡Ya estás a salvo! Estás en el hospital y vamos a cuidarte bien aquí –declaró el hombre resistiendo las ganas de llorar.
–Pa… pá. Lo siento… –emitió con debilidad la adolescente, lo que logró romper al hombre, pasado a abrazarla con cuidado.
–¡No, mi niña! Perdónanos tú a nosotros. No debí quitarte el ojo ni un minuto. No volverá a pasar, te lo prometo. –Lloraba Wyatt, notado por Lavanda que Linda también derramó una lágrima, vista por la chica cómo su madrastra la observaba con la misma mirada de siempre, aunque sus ojos se notaban hinchados.
–Sir Swift. Debemos dejar que Linda descanse. Le avisaremos cuando despierte de nuevo. –En ese momento, un sedante fue puesto a la joven, lo que le ocasionó dormir una vez más.
Entre sueños, la híbrida continuó en las oscuras aguas del océano, escuchando un extraño canto a la distancia, fuera del agua. De repente, se vio a si misma en la playa, una vez más, acariciada por alguien y recostada en su regazo.
Al entender que estaba soñando y que se hallaba con su madre, la joven sólo atinó en acomodarse y respirar profundo. Deseaba abrazar el momento como siempre, antes que las horribles visiones llegaran a ella una vez más.
–¿Cuándo vas a madurar, Linda? –preguntó una voz familiar, pero no era la de su madre.
La chica se asustó y miró al rostro de quien la tenía en sus piernas, visto que se trataba de Lavanda, cuyos ojos profundos le miraban como fiera.
–What will you do with your life, Linda? –Escuchaba la pregunta de la mujer a la par que el siniestro manto de decadencia crecía tras la ciudad que vio cernirse sobre ella.
La oscuridad volvió, y aquella nana, que escuchó antes de todo eso, regresó a su oido, lo que pareció tranquilizarla antes de abrir sus ojos una vez más.
Fue difícil adaptarse a las luces brillantes del hospital, pero la chica consiguió ver cómo Lavanda se hallaba sentada a su lado, leyendo un libro que pronto bajó al notar que su hijastra abrió los ojos.
–Linda, ¿cómo te encuentras? ¿Necesitas algo? –preguntó la zorro, a lo que la chica le pidió agua, acercado un vaso a la híbrido por la adulta con cuidado, de donde bebió asistida por aquella.
–Gracias…
–Perdona que insista, pero me gustaría saber cómo te sientes.
–Mejor, supongo. ¿Dónde está papá?
–Está en la universidad, pero ya le avisé que despertaste. No tardará en venir –explicó Lavanda, más tranquila y con el rostro frío de siempre.
–¿No ha estado aquí con…?
–Todo el tiempo. Linda, ha pasado una semana desde el asalto que te dejó aquí postrada en cama.
–¿Asalto? –Se preguntó la joven, lo que hizo sonreír a la madrastra, algo que extrañó a la chica.
–Dime, ¿quieres contarme qué fue lo que sucedió? –preguntó Lavanda al colocar una de sus manos sobre la de Linda, pero su siniestra expresión le generó desconfianza a la muchacha, por lo que retiró su mano y mirada de la adulta.
–Quisiera hablar con papá. –El rostro alegre de Lavanda desapareció, retirada su mano hasta su regazo.
–Por supuesto. Esperemos, entonces.
No pasaron ni quince minutos y Wyatt llegó con varios elementos de la policía, entre ellos estaba un respetable oficial oso muy corpulento, una detective híbrida de nutria y su jefe quien era un apuesto ciervo rojo de grandes cuernos.
–Linda, me alegro que hayas despertado. Ellos son parte de la policía que va a ayudarnos a arrestar a los malditos que te hicieron esto. No importa nada, sólo dinos la verdad, amor. ¿No le has dicho a nadie?
–No, papá. Ni siquiera a la señora Swift –dijo al observar a Lavanda, para luego acercarse el oficial al mando, el cual parecía tener confianza y una sonrisa que podría tranquilizar a cualquiera.
–Hola, Linda. Soy el capitán Jefferson. Ellos son la detective Harrison y el oficial Softer. La razón por la que estamos aquí es porque tu primera declaración es la más importante. Somos del departamento de víctimas de odio. Nuestro trabajo es procesar casos como el tuyo, el cual asumimos fue un crimen de odio racial, ya que eres un híbrido. No debes tener miedo, te prometo que haremos todo para que las personas que te hicieron esto estén tras las rejas. Sean quien sean –explicó el capitán, aliviada Linda y algo temerosa.