Asalto: Vulpes

Sexto Misterio: Amanecer

Tres largos meses pasaron como si de una página se tratase. Las cosas estaban recuperando su flujo normal y la vida de Linda parecía irse viendo más rutinaria a su perspectiva.

La convivencia con sus hermanos aumentó bastante, aunque eso costó que su padre se ausentara más, pues dicha unión lo dejó tranquilo como para atender más sus proyectos en la facultad con su colega Schrödinger.

Lavanda, por su lado, continuaba estricta y fría. No sólo con la chica, también con los gemelos, lo que le dio a entender a Linda que tal vez esa era su forma de educar o ser. Seguía sin caerle bien, pero al menos la entendía un poco mejor.

La adolescente se concentró mucho más en sus estudios por ese periodo, hasta que el cambio de tetramestre llegó, pasadas todas sus materias con buenas calificaciones y sin alguna materia reprobada.

Al final, los alumnos salieron temprano, y aunque Cazares ya se hallaba esperando a la chica, ella decidió hacerle una petición especial al cernícalo.

Aquel, entusiasmado, asintió ante eso y le pidió a la chica subir al auto, conducido no hacia su casa, sino hasta la famosa universidad Batbridge donde sus hermanos estudiaban y su padre trabajaba.

En el camino, Linda no pudo evitar preguntar por más leyendas de Saint Frosteye que al chofer le encantaba contarle, aunque en esta ocasión sólo restaba una por revelar, cosa que decepcionó un poco a la chica, mas eso no la detuvo a querer saber sobre ella.

–A decir verdad, hay muchas versiones de esta historia. Pasó ya hace tanto tiempo, que la gente que la vivió no recuerda con exactitud qué sucedió. Salió incluso en las noticias y quedó como la leyenda más espeluznante de lugar. Tanto así que, por un tiempo, el colegio cerró –explicó Cazares, emocionado, desesperada la chica porque sentía que le estaba dando muchas vueltas.

–¡Vamos! ¿Qué pasó? ¡Cuéntame!

–No coma ansias, señorita. Según los relatos, sucedió esto –relataba el cernícalo, con una sonrisa macabra en el rostro–. Antes, en el colegio, en la sociedad de alumnos, conformada por los chicos con más alto promedio, eran nombrados prefectos estudiantiles. Tenían la tarea de hacer que la normas se llevarán a cabo. Eran ayudantes de la prefectura, en sí. Se dice que la mayoría del alumnado los respectaba, pero había un trio de ellos que eran temidos en ese año. Un día, un muchacho rebelde entró a la sociedad de alumnos. Era engreído, arrogante, carismático, talentoso y por mucho inteligente. Su nombre era Samwell Best, una de las mentes jóvenes más prestigiosas de nuestro país en sus entonces. Un joven ciervo apuesto y astuto de pelaje brillante, sin dudas. Al entrar en la sociedad, de inmediato sus intenciones de liderarla salieron a flote, por lo que decidió no sólo ganarse la confianza de los más altos mandos, sino que empezó por los pequeños, complotando en contra de los tres pilares de la sociedad, los tres a quienes todos temían. Aunque todo parece de una clásica novela juvenil, la cosa se puso turbia una noche de verano de ese mismo tetramestre. Samwell debía ser puesto a prueba para ver si podría ser un verdadero miembro de éste sequito de alumnos prodigio, por lo que debía pasar por una inocente novatada que hacían los de sociedad de alumnos a aquellos que buscaban poder. Ésta consistía en ir al colegio a media noche con dos velas: una negra y una blanca. Se debía entrar al lugar con una en cada mano, sólo la blanca encendida, hasta llegar al gimnasio que está en la parte trasera del colegio, y ahí colocar la vela negra y encenderla con la blanca, para apagar dicha como final del ritual.

–Espera. ¿El gimnasio abandonado que está en ruinas? Es el mismo que parece se niegan a remodelar o derrumbar, ¿cierto? –preguntará la chica, impresionado el chofer de escuchar eso.

–Has hecho tu tarea.

–No, en realidad. Lo dijeron Kimberly y sus amigas antes del asalto –mencionó la chica, impresionado Cazares por las palabras de la joven, desvanecida su sonrisa y puesto un rostro más serio.

–¿Continuo?

–¡Por favor!

–Bien. La noche de la novatada, todo iba bien. Samwell se presentó a la hora señalada, acompañado sólo de su hermano, el cual lo esperó en la entrada del colegio, desinteresado. El ciervo pasó por las diferentes aulas a como le enseñaron que debería, cuidando su vela, interrumpido por otros miembros del consejo que trataron de asustarlo para que la llama se apagara y perdiera el reto, cosa que no sucedió porque el joven era muy escéptico. Desde aquí, hay muchas versiones de qué sucedió al final. Unos dicen que entró solo al gimnasio, colocó la vela y los gritos se hicieron presentes, en la oscura soledad del edificio. Otros comentan que los pilares entraron con él para escoltarlo al final, y fueron ellos los que lo encerraron ahí para asustarlo. El último es que él se adelantó sin que nadie se diera cuenta, y cuando escucharon los gritos, los pilares salieron de sus escondites para auxiliarlo, pero ya era demasiado tarde. Las tres versiones concluyen donde mismo. El gimnasio se prendió en llamas. Muchos cuentan que fue por eso que gritó, pero otros dicen que los llantos y aullidos de auxilio fueron antes del fuego. Nadie lo sabe con exactitud –ultimó por el momento el chofer, espantada Linda por dicha historia.

–Eso fue una tragedia. No parece una leyenda –dijo la chica, pálida–. ¿Qué pasó con Samwell?

–Los gritos de auxilio se transformaron en unos de horror al ser quemado. Al menos una de las versiones cuenta eso.

–¿Qué? ¿Cuál?

–La de los pilares –explicó Cazares, extrañada la chica por ello–. El cuerpo de Samwell fue recuperado, achicharrado por completo. Algunos dicen que su expresión de horror se conservó a pesar de tener el rostro por completo chamuscado. Otros juran que, si mirabas en sus ojos, podías notar que la luz dentro de ellos se había oscurecido por completo. Como si su alma hubiera sido arrancada de su cuerpo durante el incendio –dijo el cernícalo, emocionado al ver el rostro de espanto de Linda.




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