–Con Monique a mi lado, me siento más fuerte. Estoy segura que la gente nos ve mucho. Tal vez con curiosidad, o envidia, pues conectamos muchísimo de inmediato. Antes no quería ir a estudiar. Por mucho tiempo sentí que estaba probándome, a mí misma y a los demás, que no tenía miedo de regresar a Saint Frosteye después de lo que pasó. Papá y Lavanda me propusieron mil colegios, pero yo deseaba volver. Tal vez fue mi orgullo o las ganas de demostrar lo fuerte que soy. No lo sé, mas lo que ahora sí tengo presente es que ese sentimiento se fue. Mi amiga ha sido un gran pilar en eso y estoy muy feliz de estar con ella, aunque sólo haya pasado una semana –contaba Linda, acostada en el cómodo diván color petróleo, mirando hacia la ventana que daba vista al mar, a la par que era escuchada por su psicóloga.
–Suena a que todo va mucho mejor –comentó la comadreja, sin dejar de ver a la chica, la cual retiró sus ojos del exterior y bajó su mirada.
–Pues sí. Las cosas van bien.
–¿Por qué no «mucho mejor»? ¿Hay algo que te moleste? –preguntó la astuta mujer al notar el descontento de su paciente, cosa que le hizo a Linda suspirar.
–Siento que papá se ha alejado de mí –confesó la chica, triste–. He notado que llega muy tarde la mayoría de veces. Ya no cena con nosotros, y habla con Lavanda antes de dormir.
–¿Escuchas sus conversaciones?
–No es como que las oculten. Hablan de su día. Chismes, anécdotas del trabajo, sobre programas que ven u otras cosas triviales. Nada raro, a mi parecer. Supongo que papá no quiere ser grosero con ella después de haberse casado de nuevo y quiere darle la atención que le prometió.
–¿Le escuchaste decir eso?
–No, pero se nota –expresó la chica, regresada su mirada a la ventana–. No tengo nada en contra de Lavanda. No creo que sea una mala persona. Es sólo que no me agrada esa idea de ella siendo mi tutora o madrastra, luego de todo lo que sucedió. Dentro de mí no deja de caber la idea de que me odia o que quisiera que estuviera muerta o no existiera –extendió la chica, pensamientos que llamaron la atención de la psicóloga.
–Entiendo, pero es normal después de todo lo que ha sucedido. ¿Has pensado en hablar con ella de esto?
–¡No! ¡Claro que no! «Hola, Señora Swift. ¿Usted quisiera que yo no hubiera nacido? ¿Cree que su vida sería mejor si hubiera nacido muerta o me hubieran matado esos idiotas en el asalto?». No creo que vaya a decir la verdad –dijo sarcástica la joven, anotadas algunas cosas en la libreta de su terapeuta–. ¿Le va a comentar algo de esto a ella?
–Para nada. Hago recomendaciones y doy reporte de cómo te sientes. Lo que hablamos aquí es secreto. No le diré a la señora Swift: «Pues su hijastra piensa que la odia y que le encantaría verla hecha trocitos en un asado». –Eso hizo reír a Linda, para luego continuar Greenmile–. Lo que sí es que le recomendaré, y a ti también, que traten de hablar.
–Señorita…
–Doctora. No me rompí a espalda 10 años por nada.
–¡Bien! Doctora –dicho eso ultimo con algo de lentitud y resalto–. No estoy enojada con Lavanda, ni nada por el estilo, pero tampoco quiero ser su mejor amiga. Estamos bien así, cada quien por su lado –expresó la muchacha, continuado por su psicóloga.
–Linda, es una persona con la que vives y tienes que convivir día a día. Lo mejor, no es obligación, es sólo una recomendación, es que se lleven lo mejor posible. Es la esposa de tu padre, madre de tus medios hermanos y, ahora, tu madrastra y representante legal, así como guardián y tutor. Ella jamás a suplantar el vacío que dejó tu madre en tu corazón, pero puede que haya un nuevo lugar para alguien ahí en tu pecho y le estas negando el acceso. Lavanda seguro se preocupa por ti, sino no insistiría en que vinieras o estaría al pendiente de lo que haces. ¿Has pensado en eso?
–Creo que es porque quiere cumplir con papá.
–¿De verdad crees eso? ¿Tanta dedicación para sólo poner en su lugar a su esposo, a quien ella debería tener a sus pies después de lo que pasó? Cosa que tú misma has teorizado –concluyó la psicóloga, escuchado un suspiro de la adolescente.
–No lo sé.
–Dale una oportunidad. No pierdes absolutamente nada con intentar –aconsejó la mujer, sonada una pequeña alarma que indica que la sesión acabó.
–Bueno, supongo es todo por hoy.
–Me temo que así es. Gracias por regresar, Linda.
–Gracias a usted por ayudar, aunque sé que es su trabajo.
–Créeme, si el gobierno me mantuviera, lo haría de gratis –confesó la comadreja, saliendo Linda por la puerta, donde la esperaba Lavanda, sorprendida ésta por su presencia.
–Buenas tardes, doctora Greenmile.
–Buenas tardes, Lady Swift. No esperaba verla temprano. ¿Gusta que pasemos a conversar? –cuestionó la comadreja al invitarla a pasar al consultorio.
–No será necesario. No queremos llegar tarde para la cena. La veré cuando siempre.
–Indeed. –Linda y Lavanda abandonaron el consultorio entonces, abordado el auto de la familia, conducido por Cazares, el cual siempre le preguntaba cómo le había ido a la menor, mas esta vez no dijo nada por la presencia de su jefa.
–Me fue bien. Por si alguien se lo preguntaba –anunció la joven molesta al notar la compostura de su amigo el conductor, algo que impresionó un poco a Lavanda de momento.
–Me alegra que las cosas vayan bien con las sesiones –dijo la adulta, cosa que dejó sin palabras a los demás.
–Bueno, la doctora Greenmile es muy buena. No tengo quejas o cosas buenas qué decir, porque es mi primera psicóloga, pero siento que va todo bien –expresó la chica con sinceridad, respondida por Lavanda.
–Es raro, pero te acostumbrarás con el tiempo. La terapia es para que alguien pueda escucharte. Es tener un lugar seguro donde liberar tus demonios de manera segura, sin que te juzguen o te sientas presionada de mostrar alguien que no eres para satisfacer a los demás –explicó Lavanda, para luego tomar una pequeña decisión y continuar–. Cuando era joven, fui muy rebelde. El psicólogo sólo era para personas problemáticas, y ser llevada a la fuerza era muerte social. Todo mundo te trataría como un demente, una persona desquiciada, al menos. Mi madre, Lavinya, decidió que merecía como castigo ser llevada a la fuerza a terapia. Ahí conocí al doctor Riverun, quien no fue sólo mi apoyo, sino también mi psicólogo, amigo y conforte durante muchos años. Madre creía que yo le rogaría por dejar la terapia, pero en mi primera sesión me sentí tan libre, tan ligera, que desee que nunca se detuviera –confesó la mujer, sorprendidos los presentes por ello, más Linda.