Asalto: Vulpes

Décimo Quinto Misterio: Unión

–Nunca había visto a mi padre tan molesto. No sólo me golpeó, sino que todo el camino estuvo regañándome, diciendo todo lo mal que había hecho una y otra vez como si no lo entendiera. Me hizo sentir como una estúpida, una inútil. Pensé por unos momentos que me regresaría a casa con Eronika, donde pertenezco –expresó Linda, acostada en el diván como era costumbre, triste por todo lo que le había sucedido.

Había pasado una semana de los sucesos en la Magical Court. La noticia se hizo tan conocida que Saint Frosteye la suspendió por una semana y se le relegó de sus cargos en la sociedad de alumnos hasta nuevo aviso. La chica estaba confinada y castigada en su habitación, sin poder tener visitas, siquiera de sus hermanos. Sólo Lavanda y Eronika podían verla.

La madrastra, preocupada, no le impidió ir a terapia, cosa que Linda al inicio rechazó, mas luego creyó que sería buena idea, acompañada de la zorro, misma que la esperaría para el término de la hora en cuestión.

–¿Crees de verdad que no perteneces a los Swift? Tú misma usaste tu derecho familiar para el llamado de Albus White a la Magical Court. ¿Ahora por qué deseas irte? –preguntaba la psicóloga, preocupada.

–Nunca pertenecí ahí. Mi lugar está en mi vieja casa, con mi madrina Eronika, lejos de estos lujos y vida de ricos. Yo no pertenezco a este lugar pomposo y pulcro, sólo lo hice para tratar de resolver el problema con el fantasma de John Wesker –explicó la chica, con lágrimas en los ojos.

–Linda, habías encontrado tu espacio ahí. Hiciste una amiga, empezaste a ver a Alfred y Anthony como tus hermanos, e incluso tu relación con Lavanda mejoró. ¿Qué es lo que te hace querer resolver estos misterios? ¿Qué sucede con John Wesker? –La chica se tomó unos momentos y miró hacia la ventana, al mar.

–Cuando era pequeña y mamá regresaba de la quimioterapia, nos sentábamos a ver la televisión. Era tarde, así que sólo había programas de terror y misterios policiacos sin resolver. Nada de caricaturas o espectáculos graciosos. Al inicio, mamá me decía que mejor me leía algo o que jugáramos, pero siempre terminaba dormida, no convivíamos. En cambio, con esos programas, conseguía continuar despierta. La veía feliz, atenta, incluso cuando perdió todo su cabello. –Las lágrimas empezaron a salir de los ojos de Linda. –Ni siquiera papá lo sabe porque no queríamos preocuparlo, era nuestro secreto. Es la primera vez que lo cuento. Perdí el miedo a los programas así y discutíamos sobre qué pudo suceder en esos casos policiacos. Era entretenido, especial para ambas. Cuando escucho leyendas o cosas sin resolver, siento que estoy cerca de ella. Es como si desde el más allá me buscara, y sé que no tiene un fantasma, pero ellos, al irse, podrían decirle que aun la amo y que lo siento. –Aquello provocó que la chica rompiera en llanto, abrazadas sus rodillas en el diván, cuyos sollozos pudieron escucharse fuera del consultorio por Lavanda, misma que estaba preocupada.

–Linda, sé que sigues sintiéndote culpable por lo que pasó, pero debes entender que no fue tu culpa. Hemos hablado ya mucho de eso. Debes dejar ese rencor que sientes por ti. Es bueno que hagas cosas que te hagan reconectar con el recuerdo de tu madre, siempre y cuando aceptes que ella ya no volverá y que no tuviste nada que ver con su deceso –explicaba la señorita Greenmile, ignorada por la híbrida, sonada la alarma de termino de la sesión, lo que hizo a Lavanda entrar de inmediato al consultorio–. Lady Swift!

–Me llevaré a Linda. Muchas gracias, doctora Greenmile. Tan pronto sea prudente, volveremos –emitió la zorro, se acercó a la menor y le ofreció su mano, sorprendida la joven de ver esto, levantada su mirada al rostro de aquella–. Vamos a casa, Linda.

–Esa no es mi casa –expresó la híbrida, denegando con la cabeza la madrastra.

–Lo es, y siempre lo ha sido. Ahora, regresemos. Tienes que descansar. –Sin más, Linda tomó la mano de aquella y así ambas salieron del consultorio, lo que dejó un poco más tranquila a la psicóloga.

Durante el camino a casa, no hubo una sola palabra, pues Lavanda notaba que, por alguna razón, su hijastra no quería hablar frente a Cazares, por lo que decidió no forzar nada y esperar a llegar a casa, en donde la chica agradeció a la adulta, se bajó del auto y apresuró a entrar en su habitación, notado aquello por los sirvientes, entre ellos, Eronika.

–Disculpe, señora Evans –dirá Lavanda, preocupada, cosa que extrañará a la ratona–. ¿Podría hablar con Linda? Llévele comida también. No me importa si come en su habitación, mientras lo haga. Prepárele algo que sabe le gustará –pidió la zorro, cosa que de inmediato la empleada comenzó a hacer.

Sola en su habitación, Linda lloraba sin parar, hasta que un aroma familiar le llegó a su nariz, por lo que levantó el rostro, escuchado cómo la puerta de su habitación se abría, introducida Eronika con un plato hondo que tenía una especie de sopa rojiza dentro con algunas hojas verdes alrededor.

–Mi niña. Te traje sopa de tomate, como la que tu mami te preparaba. –Esas palabras consiguieron hacer que la adolescente se parara y corriera con su madrina, abrazada con fuerzas y casi derramada la comida, pero salvada por la ratona y regresado el cariño a su ahijada.

Después de comer, Linda se sintió satisfecha y feliz, cosa que alegró mucho a su amiga, para luego la joven volver a sentirse mal al ver el plato vacío, derramadas más lágrimas amargas.

–Perdón, madrina. Estaba delicioso. Muchas gracias –expresó la joven, regresado el plato a manos de la ratona, cosa que aquella recibió bien, sentadas ambas en el suelo alfombrado de la habitación.

–Linda, ¿qué pasa? No me gusta verte así. Habías estado tan feliz y llena de ánimos. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Estas triste porque tu papá te regaño? –preguntó Eronika, agachada la cabeza de la chica.

–No, en realidad no es por eso. Es sólo que… Me siento muy sola –expresó la joven, cosa que le hizo sonreír a su madrastra.




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