La noche estaba apenas iniciando. En la casa de los Swift, el capitán Lucas Jefferson estaba dialogando con Linda y Eronika, pues la primera le dio el permiso de estar ahí antes que llegasen sus padres.
–Vamos a romper algunas leyes y reglas para esto. En teoría ya no deberíamos permitirte contacto con lo paranormal y yo debería pedir permiso a tus padres para hacer algo así de peligroso, pero Wyatt tratará de continuar salvaguardando su más grande secreto. ¿Estás segura que podrás con la verdad? ¿Aunque se trate de delatar a tu padre? –cuestionaba el capitán a la chica, misma que respondió ante aquello, segura.
–Por supuesto. No me importa que haya sucedido hace mucho tiempo. Debe hacerse justicia por todos.
–Excelente. Tenemos que irnos ahora. Prepararé el terreno para que nos den acceso a Saint Frosteye los guardias en turno.
–¿Qué hay de los padres de Linda cuando se den cuenta? ¿Qué les diré? –preguntó la madrina, respondida por Ignacio.
–La verdad. Que ha sido llevada con la policía a resolver el misterio. En caso de oponerse, diles que están en la estación para ganar tiempo.
–Es ahora o nunca nuestra oportunidad de descubrir la verdad. Let’s go! –Sin más dilación, la chica fue sacada de casa, subida al auto del capitán, en donde también iban la detective Harrison e Ignacio.
Durante el camino, Linda tenía el corazón en la mano. Estaba demasiado nerviosa por lo que pudiera pasar en un lugar tan peligroso como lo era la estructura vieja y quemada, pero sabía que era la única de confianza que podría desvelar la verdad en esos momentos que se sentían cada vez más peligrosos.
En la noche, Saint Frosteye sin dudas era muchísimo más siniestro. Un oscuro aire tenebroso rodeaba la estructura, cuyo sinuoso gimnasio en ruinas era lo peor de todo, pues los presentes podían sentir como de ahí emanaban dichas energías malévolas que envolvían los alrededores
Al bajarse del auto, todos lo sintieron, como si el sitio los quisiera lejos de ahí. Tanto así que Linda cerró la puerta de vuelta, encerrándose en el vehículo.
–¡No! Esto es una mala idea. Es mejor regresar ahora que podemos. Vengamos en el día, así todo estará mejor –dijo a Harrison la chica, pues la tenía al lado.
–¿Todo bien?
–Capitán. Linda quiere regresar cuando sea de día. Creo que es una mala señal. Es mejor… –En eso, Lucas interrumpe y se dirige a Linda.
–Escúchame, cariño. Cada hora cuenta, todos están en peligro. Esperarnos a que amanezca puede ser crucial si no hacemos algo. Además, dudo que tus padres nos permitan traerte. Debes ser fuerte, Linda. Confío en ti. Hazlo tú también. –Todo aquello motivó a la joven a agarrar fuerzas y bajarse del vehículo, lista para continuar.
–Let’s do this –expresó Linda, para luego Harrison detener a la cabeza del grupo.
–¡Capitán! ¿No cree que esto es excesivo? Está poniendo en riesgo a una menor.
–Entiendo tu mortificación, Harrison. Sobre todo, porque se trata de una híbrida, como tú. No obstante, es la única que puede ayudarnos. Si no damos este paso ahora, no sé si podemos darlo luego. Con o sin Linda. Espera aquí mientras volvemos –pidió Lucas, un tanto desconfiada su oficial, la cual se quedó detrás con otros elementos de la policía.
La vieja edificación en ruinas, con sus bloques chamuscados y manchados de viejo hollín; las múltiples varillas de acero sobresalientes de éstos y los variopintos objetos a medio rostizar que le acompañaban, creaba el ambiente perfecto para dicho escenario tan terrorífico. El gimnasio, en donde alguna vez los alumnos pasaron buenos momentos, ahora era todo un templo a lo siniestro, iluminado de forma tenue por las luces aledañas, cuyo interior oscuro parecía un profundo camino hacia lo desconocido.
A pesar de ello, tanto Linda como Ignacio y Lucas se adentraron a éste, llevando lámparas de mano cada uno de estos, abiertas las puertas de aluminio que, por alguna razón, continuaban funcionando, aunque casi no tenían vidrio sobre éstas.
Dentro, el lugar era desértico y fantasmagórico, repleto de alimañas rastreras, múltiples muebles deformados por el fuego y un largo camino a varios sitios, muchos de ellos bloqueados por ruinas del lugar.
No lo parecía, pero la construcción era bastante grande, algo que Linda percibió tan pronto pasaron por el primer pasillo hasta la cancha principal, visto que un segundo piso se alzaba más delante. Por ello, la chica volteó hacia arriba, avistado el gigantesco ventanal que alguna vez fue el techo, ahora hecho añicos, conseguido ver que en el segundo piso habían algunos balcones para ver las cosas desde arriba, tal vez para narradores o personas importantes, donde sin dudas la chica vio que alguien les observaba, desaparecido al tan sólo parpadear.
–¡Ya lo vi! Está en el segundo piso –aseguró la joven, cosa que mortificó a los adultos.
–Eso será peligroso. El incendio dejó este lugar muy dañado. Debemos continuar con calma. La inspección del gimnasio ya ha causado que se cayera antes –explicó el capitán, asentido por los demás y continuada la búsqueda a la zona superior.
Por desgracia, el único acceso estaba bastante destrozado. Los demás habían sido bloqueados por las ruinas o de plano estaban hechos añicos. Aun así, Linda no temió y comenzó a usar los pocos escalones que sobraban para acceder hasta allá. Algunos eran apenas sostenidos por varillas de acero, pero a la híbrida no le importó y confió en la poca estabilidad que pudieran darle, hasta que, a duras penas, consiguió llegar hasta arriba.
Por desgracia, Ignacio no tuvo la misma suerte. Justo en medio del trayecto, la pared se rompió, conseguido que toda la estructura que sostenía los escalones se viniera abajo, cosa que le impidió continuar a los adultos.
–¿Ahora qué haremos? –preguntó la adolescente, nerviosa por lo sucedido.
–Ve con cuidado y encuentra a Samwell. Nosotros veremos qué conseguimos para alcanzarte y ayudarte a bajar. –En eso, el capitán sacó su radio comunicador de mano y lo usó mientras caminaba fuera de la estructura, pues la señal era pobre dentro. –Aquí capitán Harrison. Ha habido un derrumbe en el gimnasio abandonado de Saint Frosteye. Necesito que movilicen a un escuadrón pequeño de bomberos para que nos auxilien. No hay fuego ni peligro, sólo háganlos llegar con una unidad móvil. –A la par de eso, Ignacio miró a Linda, preocupado, no sabiendo qué decir.