Asesina

Fantasmas -Fátima-

FANTASMAS

—Fátima—

 

 

 

 

 

 

 

 

—…transmitiendo desde el lugar de los hechos. El número de muertos asciende a cuarentaicinco luego de que la estructura cediera derrumbándose. Escuchamos el testimonio de algunos de los vecinos.

—Estaba durmiendo con mi novia cuando empecé a sentir olor a humo. Pensé que nos habíamos dejado encendida una hornalla, pero cuando me asomé al pasillo pude ver que el humo salía de ahí. Llamé a mi novia, agarramos a nuestro perro y salimos corriendo del lugar, íbamos golpeando puertas para despertar a los demás, pero no pudimos detenernos mucho. Logramos escondernos en la recepción cuando la última explosión causó el derrumbe y nos sacaron de ahí…

—Pasaba por la vereda y escuché al portero gritar: “¡Salgan, va a explotar!”. Lo vi correr hacia afuera y me crucé de calle. Segundos después las primeras cuatro plantas estaban envueltas en llamas, es impresionante la velocidad a la que el fuego avanzaba. La gente gritaba pidiendo ayuda y se lanzaban desde los balcones…

—Un vecino golpeó mi puerta porque sabía que yo estaba sola. Cuando abrí no podía entender qué pasaba, escuchaba gritos desde los demás pisos, hacían eco en todos lados y lo único que entendía era “Auxilio”. Había humo en todas partes y él me dijo: “¡El edificio se quema!”. En pijama como estaba me ayudó a salir, pero la última explosión nos dejó atrapados en el cuarto piso. A mí me salvaron los bomberos, pero él no sobrevivió… No puedo dejar de pensar en sus pobres padres…

 —Mis vecinos estaban festejando un cumpleaños esa noche, el cumpleaños diecisiete de su hija. Sólo se salvó ella, todo el departamento se vino abajo, no pudimos salvar a sus padres ni a sus amigos, el departamento fue uno de los primeros en ser alcanzados por el fuego…

—¿Fátima?

Apagué el televisor y me volví hacia la psicóloga con esa expresión ausente que me acompañaba desde el día en que los recuerdos habían regresado a mí. Podía sentir las ojeras que acompañaban a mi cansada mirada y parecía que hilos invisibles tiraban de las comisuras de mis labios hacia abajo todo el tiempo.

—Tu tío ya está acá —me informó ella.

Me limité a afirmar con la cabeza una sola vez y me puse de pie para vestirme con una muda de ropa que habían enviado de caridad. No se había podido rescatar nada de mi departamento. Me senté al borde de la cama y peiné mi cabello con la mirada perdida en la ventana mientras esperaba a que mi tío llegara.

La puerta se abrió y él apareció. El hermano menor de mi padre, un policía de la ciudad de Córdoba, un hombre que no guardaba ni un poco de la elegancia que mi papá solía poseer, pero que, a pesar de eso, me hacía recordarlo con demasiada fuerza.

Él me miró con sus ojos oscuros, de pie en la puerta de mi habitación. Se quedó clavado ahí y se veía muy incómodo. Eso no me sorprendía, porque realmente no era un hombre con facilidad para las demostraciones afectuosas. No me molestaba, ya que tampoco era algo que se me diese bien a mí.

—Hola, tío —susurré.

Él se rascó la barbilla recientemente rasurada y se acercó a mí. Por sus movimientos nerviosos y torpes, parecía estar debatiéndose entre la idea de darme un abrazo o no. Esperaba que no lo hiciera. Finalmente, se dio un golpe seco en las inexistentes caderas y señaló a sus espaldas.

—Tengo el auto ahí abajo —me dijo. Su forma de hablar era tan hosca como todo él. —Si querés podemos…

—Podemos irnos hoy mismo —le aseguré. Sentí mis ojos humedecerse, pero me tragué el nudo y proseguí del modo que pude: —No tengo que buscar nada.

¿Qué iba a poder buscar? Nada era exactamente lo que me quedaba.

Él se rascó la nuca.

—¿Tenés algún bolso que llevar? —me preguntó, supongo que para poder ser caballero.

Yo negué con la cabeza lentamente y respondí con un hilo de voz quebradiza.

—No…

Finalmente se rindió y me señaló la puerta para que saliera antes que él. Bajamos por el ascensor y nos subimos al auto para poder comer algo en alguna casa de comida rápida antes de emprender el viaje de casi mil quinientos kilómetros. Olvidé que me había prometido ser vegetariana hasta el día de mi muerte y pedí una hamburguesa grande y grasosa, pero no la terminé. Apenas había dado tres mordiscos cuando mi estómago se cerró y se estrujó violentamente provocándome náuseas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.