Asesinando a los pretendientes

¿Prologo?

 

 

Un tiempo ha pasado desde que la nieve comenzó a acumularse por sobre toda la ciudad. No había muchos lugares que la nieve no haya invadido ya. Pasaría un tiempo hasta que todo volviese a la normalidad.

—Que agotador...

El vapor blanco se escapó de entre sus labios. Un joven se encontraba mirando hacia el cielo, los copos de nieve hacía poco que comenzaban a caer.

De los muchos lugares donde el suelo era completamente blanco, él se encontraba en un parque en mitad de la noche. No había personas, ni ningún rastro de vida... o eso podría decirse. Había una cosa, que probablemente se podría considerar como otra existencia a parte de él.

—Por favor... ya... déjame. —una voz tan débil que, incluso en el silencioso espacio blanco, a duras penas se escuchaba.

—¿No te cansas de luchar por tu vida? —el joven preguntó, el tono no parecía ser de burla. Su mirada bajó en dirección de la voz.

Un cuerpo humano se encontraba en el suelo. La sangre de sus múltiples heridas manchaba el suelo de rosa. Detrás de él, un camino de su sangre se mostraba como indicio del largo recorrido que tuvo que ser tomado para llegar hasta el sitio.

—Ya... tienes lo que buscas... ¿verdad? —dijo.

Por supuesto, fue el joven quien lo arrastró hasta ahí. Su mano enguantada con un guante de color negro sujetaba el cuello de la camisa del hombre moribundo. Él respondió:

—Todavía no.

—...

El hombre se quedó en silencio. Un solo movimiento de su casi destrozada boca le tomaba el esfuerzo de una sesión de ejercicios. Pero, aunque le seguían quedando algunas fuerzas, ahora realmente no tenía palabras.

Sabía su destino. Todo lo que le había sucedido desde solo unas horas atrás lo decidió.

Así que no puedo hacer nada, huh. Pensó. Una pequeña risa se escapó de entre sus adoloridos labios.

Sus ojos se desplazaron resignados hacia la mano libre de su agresor (si es que se le podía llamar de esa forma). Ahí sujetaba ligeramente una pistola, como si diera por hecho de que se caería en algún momento.

—¡...Khg! —el hombre gimió de dolor. El peso sobre las heridas que tenía en la espalda alcanzaba un nuevo nivel en la escala de su dolor.

Cuando levantó la cabeza en reproche, se encontró frente a frente con el cañón del arma.

—Muy bien, aquí acaba todo. —el joven finalmente sentenció. —¿Algunas últimas palabras?

—¿Y ahora lo dices? Blegh —No supo si fue por estar en sus últimos momentos, pero consiguió sacar la suficiente fuerza como para responder, e incluso sacar la lengua.

Mi cuerpo está entumecido, parece ser. Supongo que ya no siento dolor, pensó. De ser así, realmente no le importaba lo que le iba a suceder. Después de tomarse unos momentos, finalmente respondió:

—¿Crees que tuve oportunidad?

Aunque le pareció redundante, igualmente quiso saber que pensaba el joven que ahora se encontraba apuntando su arma fríamente.

Pero el joven no se lo tomó enserio.

—A saber. —respondió casualmente. Y agregó al final: —Pero creo que ella hubiera cedido... si yo no estuviese existiendo, claro está.

Y, con esas últimas palabras salidas de la persona equivocada... el arma se disparó.

Uno de muchos, huh. Fue el último pensamiento del hombre antes de que su consciencia se sumergiera en una profunda oscuridad.

Para el joven, no, para el Asesino, fue simplemente una muerte más en su libreto. Tal vez un nuevo récord por el tiempo que le tomó esta víctima.

—Fu... —suspiró. Desde su perspectiva, la plaga había sido eliminada.

Y se puso a pensar.

¿Cómo es que me metí en eso?

No hubo tiempo en el que el Asesino no se sintiese aburrido. Su vida desde su nacimiento, crecimiento, juventud y actual adultez fueron solo momentos grises. Incluso en la actualidad se preguntaba si sus ojos siquiera podían ver colores en esos tiempos.

Oh, yo creo que si podían... después de todo, la vi a ella.

Los pocos momentos coloridos se podrían resumir en la presencia de una sola persona. Aquella que dio color a su vida. Una existencia que, aunque no se comparaba con un Dios, era similar a una flor; un ser que, para mantener su belleza, debe ser protegido.

Y por eso, él decidió convertirse en las espinas del jardín que rodean la flor más hermosa.

Bichos raros, acosadores, asesinos... ¡Los mataré a todos!

El amor no fue su cegador, sino una luz de pureza tan brillante como el sol. 

 



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En el texto hay: asesinato y un asesino suelto

Editado: 06.02.2023

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