Asesinato en la Villa

Capítulo 2. La Villa

La villa emergió entre la niebla como un esqueleto de madera antigua. Sus paredes, gastadas por el tiempo, crujían con el viento. Era hermosa, sí, pero de una belleza que helaba la sangre. Adriana nos guió para admirarla por dentro. A pesar de la fachada decadente, el interior era más moderno y daba menos miedo.

— Los baños están afuera — explicó Adriana, señalando una construcción pequeña y oscura al final del patio. — Así se diseñaban las casas antiguamente. Y mis padres lo dejaron así.

Alan, con los ojos clavados en las ventanas del segundo piso (¿había visto algo moverse?), preguntó: — ¿Dónde están tus padres?

— En una conferencia de veterinaria — respondió ella demasiado rápido, ajustándose el collar del vestido. — Tenemos la villa solo para nosotros. — Ella sonaba muy alegre de eso.

Nos dirigimos a las casas de los animales. Un hombre emergió de entre las gallinas, con sus botas embarradas dejando huellas oscuras en la paja.

— Ya están aquí — dijo, con una voz áspera.

— Mi primo, Andrés — presentó Adriana, aunque él no extendió la mano. — Nos ayuda a cuidar los animales cuando nuestros padres no están.

— Hace diez años que no te veo, Alan — dijo Andrés, clavando sus ojos amarillentos en él. — Dijiste que jamás volverías.

Alan tensó la mandíbula. — ¿Que te importa? Patricia quiso venir.

El silencio que siguió fue roto por el graznido lejano de un cuervo. Patricia, nerviosa, intentó aligerar el ambiente.

— ¡Vinimos a divertirnos! ¿Cuál es el plan?

Adriana giró hacia nosotros, la luz del atardecer ya estaba pintando su rostro de un rojo enfermizo.

— ¿No quieren descansar primero? — Dijo ella —. Deben estar exhaustos luego de ese largo viaje.

— Es verdad, — afirmé — aunque Tifanny tienen más energía que todos nosotros.

Adriana nos guió escaleras arriba, donde el pasillo se estrechaba como la garganta de un animal. Las paredes, forradas con empapelado descolorido, mostraban siluetas de cuadros recién retirados, dejando marcas más oscuras en la madera.

— Tú y la pequeña aquí — dijo, abriendo una puerta que chirrió.

La habitación olía a lavanda vieja y a tierra húmeda, aunque las ventanas estaban algo desniveladas. Dos camas con dosel esperaban, con sus cortinas ajadas moviéndose levemente.

— Marco y Felipe, compartirán al final del corredor — añadió, señalando una puerta negra del fondo.

Patricia y Alan recibieron la habitación contigua a la nuestra. Antes de irse, Adriana nos entregó unas limternas.

— La electricidad falla a menudo — susurró.

La noche cayó demasiado rápido. Tifanny se durmió de inmediato. Luego de una pequeña siesta salimos todos a cenar. Estábamos cansados y también hambrientos. Por suerte Adriana ya había preparado la comida con patricia. El comedor estaba iluminado por luces amarillas. Bastante tradicional. La mesa, larga como un ataúd, exhibía un banquete, carnes rojas jugosas, panes dorados y jugo de frutas.

Andrés, sentado al fondo, cortaba su filete con demasiado cuidado, mientras manchas rojas se expandían en su mantel.

— ¿Conocen la historia de esta villa? — preguntó de pronto, dejando el cuchillo clavado en la carne.

Un silencio pesó sobre nosotros. Hasta Tifanny dejó de morder su pan. Pero, en lugar de asustarse, se inclinó hacia adelante. — ¿Cuál historia?

Andrés se emocionó con la curiosidad de Tifanny — Hace dos siglos — continuó —, el alcalde del pueblo hizo un trato. Tierra fértil, riquezas, todo a cambio de una ofrenda anual. Se dice que toda la villa es un cementerio de almas, de aquellos desafortunados que fueron sacrificados.

Santiago, inmóvil en su silla, añadió —. O que le ofrecieron su alma.

La luz espabilo misteriosamente.

Felipe soltó una risa forzada. — ¡Qué tontería! Si quieren asustarnos deben decir algo mejor que eso.

Andrés estaba confiado. — Amigo, no es una historia, son los registros de nuestros antecesores, está en un diario del abuelo de la familia.

Felipe contestó — ¡No te creo! ¡Muéstrenme ese diario!

— No es algo que los forasteros puedan ver — cortó Santiago.

— Entonces, ¿por qué viven aquí como si nada? — insistió Felipe.

Adriana lo miró fijamente. — Porque el demonio al que se le hacían los sacrificios desapareció… después de llevarse al último que intentó invocarlo. Nuestro abuelo, estuvo presente y le heredo la villa, no ha habido casos luego de eso.

La siguió llena de risas y relatos compartidos bajo el tenue resplandor de la luz amarilla. La lluvia, furiosa pero breve, nos había arrullado con su canción de agua y viento. Por un momento, todo parecía perfecto.

Pero la villa guardaba sus secretos bajo una máscara de paz.

A la mañana siguiente, el día se deslizó entre los campos verdes, dorados por el sol. Corrimos entre los cultivos, arrancando frutas maduras directamente de las ramas, sus jugos dulces manchándonos los dedos. Tifanny reía, persiguiendo mariposas, ajena a la sombra que se cernía sobre nosotros.

— ¡Mira, Alexa! ¡Esta es la más bonita! — gritó, señalando una mariposa de alas negras y azules.

Estaba muy contenta por verla reír tan alegremente. Por su personalidad silenciosa no suele estar tan llena de energía. Pero hoy rebosaba.

Al mediodía, el ambiente cambió. Adriana anunció con voz tensa que los suministros se habían agotado.

— Santiago irá al pueblo — dijo.

Tifanny saltó de emoción.

— ¡Quiero dulces! ¡Por favor, Alexa! — Sus ojos, grandes y suplicantes, eran imposibles de resistir.

— Yo no puedo ir. Tenemos que ordenar lo del campo — respondí, acariciando su cabello.

La confié a Santiago, se veía que tenía experiencia y músculos, estaría segura.

Llegaron las 3:00 PM. Y me fui a dar un baño. El agua caliente del baño no logró relajarme. Ya estaba a punto de salir cuando, escuché gritos. Ahogados, desgarradores. Como si alguien luchara por su vida.




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