Asesinato en la Villa

Capítulo 3. El Vampiro Condenado

El aire en el baño se había vuelto espeso, cargado con el olor metálico de la sangre y la muerte acechando. Alan agonizaba, cada palabra le costaba un hilo de vida, pero sus ojos, febriles y llenos de un terror antiguo, no me soltaban.

— No me queda mucho tiempo, la historia... es real, — jadeó, mientras un hilo de sangre escapaba de su boca. —Pero no era un demonio... era un vampiro.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.

— Tenía solo dieciséis años... Llegué a una casa del pueblo para robar comida... y lo encontré allí.

Sus dedos se aferraron a mi brazo con fuerza, como si el recuerdo lo arrastrara de vuelta a esa noche maldita.

— Era hermoso... demasiado hermoso para ser humano. Me prometió riquezas, poder... todo lo que mi familia jamás tuvo. Solo tenía que entregarle a los demás... en un ritual que los convertiría en sus siervos.

Un sollozo quebrado escapó de su garganta.

— Acepté. No entendía... no sabía lo que hacía. Pero cuando el alcalde descubrió que de pronto éramos ricos... lo supo. Vio la marca de la maldición en mi cuello.

Con un esfuerzo, Alan giro su cuello y me mostró la marca.

— Me dijo que estaba condenado... pero que había un ritual. Una forma de encerrar al vampiro... usando mi propia vida como sello —. La luz de sus ojos comenzaba a apagarse.

— Cuando llegó la noche del sacrificio... en vez de entregarles a los demás, lo encerré. Lo condené a esta tierra hasta el día de mi muerte... pero el precio era que si alguna vez volvía... el sello se rompería —. Un gemido de dolor le arrancó las últimas palabras.

— Lo sellé en el pueblo... no sé cómo llegó hasta aquí... pero me encontró... y ahora... ahora está libre.

Se veía mal. Y yo estaba procesando toda esta información de golpe, eso explica porque se fueron de este lugar apresuradamente y porque Alan había insistido tanto en no venir. Supongo que, al estar la villa a las afueras del pueblo, no se imaginó que el sello del vampiro lograra llegar tan lejos. Que tragedia. No pude sacarle más palabras y sus ojos se quedaron vacíos. Alan ya no hacia parte de este mundo.

La realidad me golpeó como un martillo. Si todo esto realmente estaba pasando, no queda de otra que huir, huir tan lejos como se pueda.

Y Tifanny...

¡No puede ser, Tifanny!

La había enviado directamente con Santiago al pueblo, si el vampiro fue a cazar…..

Corrí como una alma poseída, mis pies golpeando los escalones de madera que crujían bajo el peso de mi terror. El pasillo, antes cálido y acogedor, ahora se extendía ante mí como un túnel oscuro, las paredes empapeladas con flores marchitas parecían cerrarse a mi alrededor.

— ¡Tienen que venir! ¡Es Alan! ¡Algo le ha pasado!

Mis palabras resonaron en la casa, todos estaban en el patio ocupados. Patricia fue la primera en acercarse, aunque todos se habían sorprendido por mis palabras, aún estaban escépticos.

— ¿Qué clase de broma es esta, Alexa?

— No hay tiempo, vengan — los llevé de inmediato hasta donde yacía Alan. Patricia fue la primera en reconocerlo, cuando sus ojos cayeron sobre el cuerpo destrozado de su hermano, algo se quebró dentro de ella.

— No... no, no, no...

Sus rodillas golpearon el suelo con un crujido sordo. Sus manos, temblorosas, se alzaron hacia el rostro de Alan, como si pudiera borrar las heridas con solo tocarlo.

— ¡Despierta! ¡DESPIERTA, MALDITA SEA!

Sus gritos se convirtieron en alaridos, en sollozos que sacudían su cuerpo entero. Era el sonido de un corazón rompiéndose en mil pedazos.

Felipe, siempre el bromista, el despreocupado, temblaba como una hoja en medio de un huracán. Sus labios se movían sin emitir sonido, sus pupilas dilatadas reflejaban el cuerpo mutilado una y otra vez, como si su mente se negara a aceptar lo que veía.

Marco no dijo nada. Se llevó una mano a la boca, sus ojos se aguaron, y antes de que pudiera reaccionar, se dobló por la mitad y vomitó violentamente, sus arcadas mezclándose con los sollozos de Patricia.

Adriana y Andrés permanecieron en pie, pero incluso ellos, tan seguros, tan controlados, palidecieron.

— Las historias... son ciertas — susurró Adriana, sus dedos tocaron el crucifijo que colgaba de su cuello.

— ¡Tenemos que encontrar a Santiago y a Tifanny! ¡Tenemos que huir de aquí! — grité, agarrando a Patricia por los hombros, intentando sacarla de su trance.

Andrés negó lentamente, sus ojos oscuros estaban fijos en el cuerpo de Alan. — No hay nada que podamos hacer. Si el vampiro está aquí, nos encontrará. No importa a dónde vayamos. Ya nos ha marcado.

— ¿Entonces qué? ¿Nos quedamos aquí esperando a morir? — espeté, la rabia burbujeaba en mi pecho, caliente y amarga.

Adriana miró hacia la casa. — Podríamos intentar sellarlo de nuevo.

Sus palabras entraron a mis oídos como una chispa de esperanza.

— ¿Saben cómo hacerlo? — pregunté, mirándolos alternativamente.

Adriana tragó saliva, su seguridad habitual ya estaba desvaneciéndose. — Nuestro abuelo... era el alcalde. Sabía cómo, pero... nunca quisimos aprender. El único que podría saber es Santiago.

Mi estómago se retorció. Santiago. El mismo que se había llevado a Tifanny. No puede ser. La única persona capacitada estaba a kilómetros de nosotros, no sabía si sentir alivio porque Tifanny estaba con él, o sentir preocupación porque nosotros estábamos en peligro.

— ¿No hay nada que podamos hacer sin él? ¿Alguna forma de defendernos?

Andrés miró hacia la entrada de la villa — Podríamos intentar encerrarnos en el sótano. Hay cosas allí... herramientas, el diario del abuelo, quizás algo pueda ayudarnos.

— ¿Y qué estamos esperando? — Felipe ya se movía, arrastrando a Marco consigo.

Patricia no se movió. Seguía arrodillada junto a Alan, sus lágrimas caían como ríos sobre su rostro sin vida.

— No puedo... no puedo dejarlo...

— Patricia — le dije, suavemente pero con urgencia, — Alan murió para protegernos. No dejes que su sacrificio sea en vano.




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