Asesinato en la Villa

Capítulo 7. Última Batalla

El aire se tensionó cuando Vadislav se lanzó hacia Lysandro. Sus movimientos eran un torbellino de garras y colmillos, tan rápidos que apenas podía distinguir sus figuras entre la niebla crepuscular. Era una danza mortal, coreografiada por odio.

— ¡Vamos a la villa! — grité, arrastrando a Santiago del brazo. Su rostro estaba petrificado, los ojos clavados en la batalla sobrenatural que se desarrollaba ante nosotros. — Lysandro se encargara de él.

Un gemido escapó de Tifanny, sus pequeños dedos estaban aferrándose con fuerza desesperada. No podía permitir que viera lo que nos esperaba. Con un movimiento rápido y un nudo en la garganta, presioné el punto exacto que Lysandro me había enseñado meses atrás. Su cuerpecito se desplomó en la espalda de Santiago, inconsciente pero a salvo, por ahora.

El camino hacia la villa nunca antes me había parecido tan largo. Con cada paso las sombras entre los árboles se retorcían. Santiago corría a mi lado y su respiración entrecortada delataba el mismo terror que yo sentía.

La puerta principal estaba abierta de par en par, balanceándose suavemente con el viento como la mandíbula floja de un cadáver. Un olor metálico y dulzón nos golpeó al entrar, tan espeso que casi podía saborear la muerte en mi lengua. Santiago estaba impactado viendo los cuerpos ensangrentados de todos. De inmediato empezamos a buscar, pero repentinamente él se detuvo en seco. Su grito ahogado me hizo volverme.

Los cuerpos. Diantres, los cuerpos.

Patricia yacía boca arriba en el recibidor, sus ojos vidriosos aún abiertos, congelados en una expresión de horror eterno. Su camisa estaba empapada de rojo, pero no había heridas visibles... como si la sangre hubiera brotado de cada poro de su piel.

— No mires — susurré inútilmente a Tifanny, olvidando por un instante que dormía.

Santiago se volvió contra la pared, sus manos temblorosas arañando la madera mientras el cuerpo le pedía expulsar el horror que acababa de presenciar.

Tuvimos que tragarnos el horror y el miedo para continuar con la búsqueda de Adriana y Andrés, lo que fue una pesadilla en movimiento. Cada habitación revelaba nuevos detalles de la carnicería. Un rastro de huellas sangrientas que subían las escaleras, como si alguien hubiera arrastrado un cuerpo mientras luchaba. Pedazos de piel clavados en las paredes con alfileres de costura, formando patrones geométricos. El reloj de péndulo, ahora detenido exactamente a las 3:33 AM, con sus manecillas manchadas de rojo.

Cuando finalmente llegamos al dormitorio principal, la puerta crujió al abrirse como un hueso roto. Allí estaban. Adriana y Andrés, colgados de las vigas del techo por cuerdas hechas con sus propios tendones, sus cuerpos desnudos y mutilados con una precisión casi artística.

A Adriana le habían vaciado las cuencas de los ojos, dejando dos pozos negros que goteaban lágrimas de sangre.

Las costillas de Andrés sobresalían como un instrumento musical, y noté con horror que alguien había pasado un arco de violín sobre ellas, dejando marcas de fricción.

¿Qué fue lo más aterrador?

No había marcas de mordidas. Esto no había sido alimentarse. Había sido tortura, sólo diversión.

El aire pesaba como plomo mientras salíamos de la villa, nuestros pasos dejaban marcas fantasmas en la tierra empapada de sangre. Lysandro apareció entre las sombras, su silueta algo tambaleante.

— Escapó, pero no irá lejos. — Está herido, anunció con voz grave.

Mis ojos se clavaron en su brazo, donde la tela desgarrada dejaba ver un surco profundo que aún rezumaba sangre oscura.

— ¿Estás bien?

— No es grave —. Mintió, ajustando el trozo de tela que usaba como vendaje. — Pero si no lo detenemos, arrasará con todo el pueblo para recuperar fuerzas.

Santiago palideció. — ¿Todo el pueblo? No podemos permitirlo. Hay que sellarlo de nuevo.

— No. — La voz de Lysandro cortó sus palabras. — Esta vez, hay que matarlo.

El silencio que siguió fue denso, roto solo por el crujido lejano de ramas secas.

— ¿Cómo... matamos a un vampiro como él?, — preguntó Santiago, con una voz que intentaba ser firme.

Lysandro sacó del bolsillo de su abrigo un frasco de cristal tallado, donde un líquido negro como el alquitrán burbujeaba lentamente.

— Con esto.

Mis pupilas se dilataron. ¿Era...? — ¿Aún tienes de esa poción?

— Por supuesto. — Sus ojos dorados brillaron con ironía amarga. — Por si acaso.

El “por si acaso” había llegado. Pero una pregunta crucial flotaba en el aire envenenado. — ¿Tienes un plan?

— Sí. — Su mirada se posó alternativamente en Santiago y en mí. — Pero necesitaremos un humano que haga como cebo.

El mundo pareció detenerse. Santiago y yo intercambiamos una mirada cargada de terror y entendimiento. Cualquiera que haga de cebo correría el riesgo de no volver con vida, además, ¿quién querría arriesgarse de esta manera? Vi en los ojos de Lysandro que claramente no iba a permitir que yo lo hiciera. Así que, solo quedaba una opción.

Los ojos de Santiago se endurecieron cuando enderezó la espalda.

— Yo lo haré. Debo vengar a mi familia.

No hubo discusión. No hubo tiempo para heroísmos vacíos. Lysandro asintió gravemente y comenzó a trazar líneas en el suelo mientras explicaba.

— El vampiro está débil. Primero...

------

Desde la colina, con Tifanny aún inconsciente entre mis brazos, cada latido de mi corazón resonaba como un tambor de guerra. Las sombras se alargaban, devorando el paisaje, mientras mis uñas, se clavaban involuntariamente en las palmas de mis manos.

Lysandro había arrastrado a Vadislav fuera de su escondite.

Los dos titanes se enfrentaban junto a la carretera desierta, sus siluetas recortadas contra el resplandor fantasmal de la luna. Vadislav, con su piel pálida ahora surcada de cicatrices humeantes, y Lysandro, con su abrigo destrozado y la sangre de su brazo herido pintando el suelo de negro bajo la luz plateada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.