Asesinatos en la escuela

El inicio de todo en una mañana sombría

Las horas parecían transcurrir muy lento, dentro de la mente de un estudiante de secundaria que yacía sobre los escombros de una escuela colapsada. Había cientos de cadáveres dispersados a su alrededor, algunos aplastados por enormes trozos de cementos, y otros apenas conservaban el cuerpo, aunque un tanto incompleto, cubiertos por pequeños fragmentos de piedras. El estudiante parecía no tener vida, su respiración era ligera, y estaba acorralado en un momento de shock agudo que lo mantenía estático y sumergido en un estado de trance. Tenía su propia sangre impregnada sobre él y los ojos abiertos, mirando al cielo sin recurrir a los parpadeos. Todo era extraño, ya no recordaba nada. Un profundo sueño se apoderó de su existencia, como si estuviera complacido de dormir en una extensa siesta del cual nunca más despertaría. 

5 días antes 

En una mañana sombría el viento resoplaba con fuerza en un pequeño sector de la ciudad de Boston dónde Sean Allen; un estudiante de 4to “B” contemplaba su escuela desde afuera, solo en medio del patio frontal, con una actitud calmada reflejada en su sonrisa. Había llegado tarde como siempre, aunque no tanto como las anteriores veces que lo hacía. Sin esperar más cruzó la puerta de entrada para perderse en los pasillos, donde vio a dos chicas besándose entre ellas, estudiantes fumando y tomando licor como si fuera lo más normal del mundo, y a un tipo siendo pisoteado por un grupo de bravucones. Era la misma rutina repetitiva de cada mañana al que Sean se había acostumbrado con el tiempo. Al doblar al siguiente pasillo se encontró con más estudiantes, y con un resplandeciente color blanquecino que provenía de ellos. Reconocer a alguien a la vista era casi imposible, ya que todos vestían iguales, usando una camisa blanca y pantalones negros, a excepción de las chicas, que ellas se ponían falda, casi a longitud de las rodillas. 

Subió las escaleras que lo llevaron al segundo piso. Arriba atestiguó el conflicto de dos alumnos que eran separados por sus amigos para que dejarán de golpearse, pero uno de ellos no quiso controlar su ira y se liberó de quienes lo sujetaban de los brazos, para embestir a su oponente sin pensar que en el acto impactarían de golpe contra la pared de cristal de la escuela para al final descender a 7 m de altura. La caída terminó siendo una muerte tan desagradable y segura, que ni sus amigos podían evitar sentir lastima por ellos. Estaban todos amontonados en el borde empujándose como niños curiosos para ver a los cadáveres. Sean caminó tranquilamente por el pasillo eludiendo los hechos, ya que poco le importaba lo que pasara en su entorno, debido a que solo vivía centrado en su vida personal, tanto que entender los sentimientos de las personas era como pedirle demasiado. Siguió caminando hasta que llegó a encontrándose de casualidad con un grupito de chicas conocidas, a mitad del pasillo, todas ellas reunidas cerca a los casilleros en una charla acogedora tocando temas de gustos, moda, y ropaje. Una de ellas al ver a Sean parado en medio del pasillo, le indicó a una de sus amigas que su novio había llegado. Y como era de costumbre, la chica con una coqueta sonrisa se acercó a su lado para darle la bienvenida con un apasionado beso. 

–Mi amor, tú primera vez llegando un poco menos tarde a la escuela –dijo Sarah Boyle, estudiante de 4to “G”, con las manos sobre la nuca de su novio haciendo que el cuerpo de ambos tuvieran un contacto cercano. 

–¿No crees que me merezco un regalo? –con una sonrisa Sean le correspondió el beso. En realidad jamás comprendió como era que brotó un romance entre los dos, pero sentía que la deseaba y que eso era razón suficiente para amarla. 

–Bueno, en ese caso, si me lo pones así, eres libre de explorar mi cuerpo –lo miró fijamente a los ojos con una expresión lasciva quitando dos botones de su camisa tentándolo. Y como no acostumbraba a hacerlo en público, se puso un poco nerviosa volteando a ver a sus amigas que la sonreían a distancia, para luego volverlo a poner en Sean. 

–Veamos.. que te parece si empezamos aquí en el pasillo –respondió su novio levantándola  al instante para arrinconarla en los casilleros.  

–En delante de todos… no –se sonrojó ella, mientras se miraban muy de cerca con los labios humedecidos de tantos besos. 

Un estudiante recogía un dinero que le había prestado a un amigo, aprovechando que lo encontró merodeando por los pasillos. Cuando se dio cuenta que Sean también se encontraba cerca, fue por él en seguida. 

–Hey Sean, viejo te estaba buscando por toda la escuela, necesito que me pagues por los vídeos de ayer –le exigió amablemente haciendo que los tortolitos le prestarán atención. 

–¿Vídeos?, ¿En serio? –Sarah se mostró confusa y decepcionada de su novio. 

Sean dejó de sostenerla al no encontrar las palabras precisas para explicarle cómo era que un chico como él, veía esos videos candentes, a pesar de tenerla a ella. 

–No eran míos, eran de un amigo –mintió con descaro. 

Sarah parecía no creerle. Se cruzó de brazos y lo miró muy fríamente, haciendo que su novio se distanciara de ella para irse con su amigo por otra parte. 

–Te dije que no me hablaras de eso en delante de mi novia –le reclamó Sean muy decepcionado de su amigo. 

–Ni siquiera me dijiste nada –contestó indignado. 


|Baño público de mujeres| 

Una chica estaba arrinconada en la pared cubierta por la sombra de Paul Geffre, un muchacho de su salón, ambos de 4 to “F”. Mantenía una mano puesta en un extremo del muro, al lado de ella para que no escapara. 

–Me pregunto que dirían tus amigas si se enteraran que le pusiste veneno a sus bebidas –era Paul con una voz sombría, tratando de intimidarla. 

–¿No sé de qué hablas? 

–Pues yo creo que estás fotos, si –sacó de su bolsillo tres fotografías de ella donde se la veía de manera sospechosa husmeando en las bebidas de sus amigas con la mala intención de poner veneno aprovechando que todas estabas distraídas. 

La ingenuidad que tenía Paul para chantajear a las personas le generó a Vanessa Hill escalofríos. No podía permitir que esas fotos fueran reveladas o iba a terminar con una juventud acabada en la cárcel, y ella era muy joven para eso. Pero antes de entrar en un acuerdo, intentó primero arrebatárselas, sin pensar que Paul lo vería venir, y lo esquivaría fácilmente para luego, de nuevo ponerlas a la vista de ella. 

–¿Que es lo quieres? 

–Tu sabes lo que quiero. 

El chico era astuto, sabía en que momento atacar y dónde hacerlo. Acercó su rostro al de Vanessa para tratar de besarla por el cuello. 

–detente... detente por favor... detente –suplicó con una voz quebrada y débil. 

–Eso díselo a todas tus amigas muertas… y a las que están por estarlo. 

Sin darse cuenta, atrás de ellos había un chico grabándolos con la cámara de su celular en un silencio estable para que no fuera descubierto. Su nombre era Edward Springer, un chico de 3 ro “C”. 

RING!, RING!, RING! 

–¡Apágate! –dio ligeros golpes a su celular tratando de callarlo–. Hola… no se apaga está cosa –dijo estando un poco tenso y nervioso ante la mirada fría de Paul Geffre. 

No lo pensó más y salió corriendo despavorido de ahí antes de que lo atrapara. 

–Intenta violarme y mataré tu reputación en un instante –amenazó Vanessa invirtiendo los papeles con él. 

«Y pensar que eras un objetivo fácil de poseer», Paul sintió que le hervía la sangre que terminó enterrando su puño en la pared mirando a Vanesa con una expresión relajada. 

–Cuando acabe con él volveré por ti preciosa –aseguró caminando en reversa y regalándole una muy amigable sonrisa, acompañado de un guiño. Se dio media vuelta y abandonó el baño público de mujeres para ir en busca del estudiante raro–. ¡Oye tú, ven aquí! 

Vanessa pensó en quedarse por un rato más en el mismo lugar, mientras esperaba que Paul y Edward se perdieran en los pasillos. No quería tener que encontrarse con ellos de nuevo, ya sería devastador y no la dejarían en paz. 

En los interiores del segundo piso, había un grupo de chicas ídolos recorriendo los pasillos. Una de las integrantes; Kate Anderson de 4 to “A”, miraba asustada hacia todas partes como si su mayor temor fueran las personas, teniendo la cabeza en vueltas y vueltas deseando explotar. Su vista distorsionada, le permitía ver alumnos deformados y expresiones tétricas, que se mezclaban con las alteraciones de su sentido del oído, debido a que apenas escuchaba voces, y todo sonaba como eco dentro de su cabeza. 

–Miren a esos tontos, ni siquiera saben lo que es tener sexo. Deberíamos darles clases privadas de sexología ¿no creen? 
Dentro de un salón de clases había una pareja de novios teniendo sexo, y para suerte de los pervertidos, todo se podía ver por las ventanas transparentes. 

–Tal vez así aprendan a moverse. 

Todas rieron al unísono por sus comentarios. 

–¿No notan algo extraño en Kate? 
–Aparte de ser extraña, que más extraña podría ser. 
–No lo sé, parece como si hubiera...le pusiste algo a su desayuno. 
–No... bueno tal vez si le puse algo, pero solo fue un poquito. 

Sus amigas se mostraron indignadas con ella. 

–Ay cálmate no es para alarmarse tanto, solo quiero que se divierta como nosotras. 
–Pues que linda manera de divertirse le diste. 
–No sé preocupen chicas, el efecto solo dura un día, ya se le pasará. 

Las cuatro continuaron con el recorrido hasta mezclarse con los otros estudiantes que merodeaban en los pasillos. Un chico que platicaba con sus amigos cerca a los casilleros, al ver el raro comportamiento de una estudiante de nombre Kate, pensó que era gracioso. 

–Oye miren a esa nerd, parece que nunca ha visto una escuela. 
–Está como tú en tu primer día de clases. 

Se quedó todo serio cuando sus amigos lo compararon con la chica. 

Los pasillos estaban repletos de estudiantes de diferentes grados y secciones, la mayoría de ellos relajados y felices, incluyendo a Sean Allen; el único chico popular de la escuela. Sus pensamientos quedaron en pausa al verse interrumpido por la presencia de una chica de cabello rubio que pasaba por su lado. De pronto sintió un mareo insoportable y un fuerte dolor de cabeza que distorsionó su realidad, mostrándole un pasillo totalmente desolado y teñido de sangre. Los efectos solo duraron tres segundos hasta que su vista volvió a la normalidad, desapareciendo también los malestares. Aún así, Sean experimentó una especie de presentimiento extraño como algo intangible, que generaron fuertes latidos en su corazón con leves exaltaciones que lo llevó a entrar en retroceso, sin suponer que se encontraría con un hombre de 40 años parado al final de pasillo. Traía un viejo y oxidado trapeador en las manos, rodeado de pocos estudiantes, con una mirada que yacía perdida en el suelo llegando en cuestión de segundos a experimentar lo mismo que Sean como si alguien lo observara. Entonces se le ocurrió detener cada extremidad de su cuerpo para centrar toda su atención en el estudiante que había cosechado su propio temor, en el momento que él le mostró cada extremo de sus dientes al descubierto como una sonrisa tétrica. Y por sus intentos de locura no parecía querer desprenderse de Sean. «¿porqué no deja de mirarme?, cuál es su problema», pensó con el rotundo pavor que lo invadía por dentro. Eludió la presencia del hombre y siguió su camino haciendo como que nada había pasado. 

Caminaba tan distraído por los pasillos que no vio cuando alguien más venía adelante. Era una profesora de primer grado que pasó sonriéndole de la misma forma en que el hombre de servicios de limpieza le sonreía. Sean pudo notar que ella a diferencia del otro, tenía por su parte los ojos hinchados en señal de un posible desvelo. «Ella también. ¿Que les pasa hoy día?, están todos raros». Ignoró el momento y trató de apresurarse. Ya no quería seguir en los pasillos, el lugar cada vez más le parecía tétrico. Estando en el tercer piso se encontró con otro profesor con las mismas escalofriantes expresiones faciales dibujadas en su rostro. Algo no andaba bien. Los maestros jamás sonreían de esa manera, y al parecer Sean era el único que lo sospechaba, ya que a los demás parecían no importarles en lo absoluto, así que para no sentirse como un tonto por el ser el único que lo veía, movió la cabeza evitando las malas conjeturas «es solo mi imaginación… es solo mi imaginación… es solo mi imaginación». 

Al fin de tanto merodear por la escuela ya estaba a un paso de llegar a su salón de clases, pero otra vez ese insoportable dolor de cabeza se apoderó de sus sentidos, apareciendo en frente de Sean de nuevo una realidad distorsionada que le mostró un salón vacío y olvidado. No había nadie ahí adentro y solo se veía sangre en cada rincón oscuro. Luego de segundos cuando todo volvió a la normalidad, su compañero de clases Christian Fletz estaba de pie junto a él en el umbral. 

–Podrías moverte, intento salir –le ordenó con total seriedad. Era un chico divertido y emocionante, pero no solía llevarse muy bien con Allen. 

Sean no tuvo más remedio que ponerse a un lado para que pasara. Una vez que Christian cruzó el umbral, Sean volteó a mirarlo con desprecio. 

–Sean amigo viniste ¿que tal tu fin de semana? –Era Daniel Briash, el mejor amigo de Sean. Estaba sentado en la fila de los últimos escritorios. 

Las muchas ganas que tenía de platicar con él, lo llevó a acercarse a Sean. 

–Bien como siempre. Estuve en casa de las hermanas Boyle. 

–Ah, que bueno, estuviste en casa de las hermanas... ¿Que estuviste en casa de quién? 

–De las hermanas Boyle, hasta hicimos un trío, puedes creerlo. 

–Guau… tu si sabes dónde anotar, y por es que te traigo buenas noticias –dijo Daniel caminando hacía su escritorio. 

–¿Que son está vez?, una distribución ilegal de un paquete de condones –bromeó Sean siguiéndole los pasos. 

–Soy un estudiante que hace cosas malas, no un delincuente. Además son difíciles de conseguir en nuestra época, por eso traje algo más eficaz –abrió su mochila y le mostró todo lo que había adentro. 

–Estas cosas ya no se venden –lo miró Allen tomando una de las pequeñas bolsas selladas y la abrió. 

–De que hablas, esto nos hará ricos en una semana. 

Sean tocó con un dedo el polvo que había en su contorno y la probó. 

–¿Es éxtasis? –preguntó sorprendido, y para sacarse de las dudas lo olió por un segundo. 

–Éxtasis pura recién fabricada mi amigo, dicen que lo nuevo siempre trae suerte–presumió Daniel con una sonrisa, esperando que su optimismo resultara lo suficientemente convincente para su amigo. 

–Ajan, pero esto no es nuevo sabes –cuestionó Sean. 

–¿Y que?, traerlo del pasado no lo hace tan antiguo. 

–Si la policía nos descubre, podrían condenarnos a muerte… eres un maldito desquiciado –sonrió Sean felicitándolo por su ingenuidad–. Ven aquí –le dio un abrazo–. No se que vi en ti, pero me agradas. 

Por el lado exterior de la ciudad se podía ver a un hombre parado en el patio frontal de la escuela contemplándola detenidamente. Era el sr. James Miller disfrutando de una cálida mañana. Cerca de él, estaban dos miembros del conserje poniendo seguridad extrema a la entrada principal. Cuando por fin lo terminaron fueron con él para confirmar lo planeado. 

–Las puertas ya están selladas, ya nadie podrá salir –dijo uno de los miembros del conserje. 

Se quedaron platicando con Miller asintiendo a cada orden salida de su boca, para después llevar el informe a los otros maestros. Una vez que se fueron Miller se quedó solo en el patio frontal, queriendo respirar un poco más de aire fresco, antes de que tuviera que empezar con su macabro juego, así que para aprovechar el momento, sacó un cigarro de su bolsillo y un encendedor de su pantalón y empezó a fumar, mientras esperaba con calma la señal de sus compañeros. «supongo que ya podemos empezar a jugar», pensó Miller imaginándose en lo divertido que sería matarlos a todos. 

Distintas voces se entremezclaban entre si, permitiendo que cada estudiante pudiera perderse en su propio mundo sin reglas, usando sus celulares para matar el aburrimiento chateando por las redes sociales, tomándose fotos o incluso escuchando música a alto volumen de la mañana sin importarles que estuvieran opacando el ámbito de estudios. Sean ya estando dentro de su salón de clases se sentó en una esquina cerca a las ventanas de cristales, ya que tenía una espléndida vista panorámica de la ciudad para platicar con su novia por medio de mensajes de textos. 

Sarah:《Mi amor hice planes para hoy en la noche ¿te gustaría venir? 》 
Sean: 《Si, ahí estaré ¿Quienes más irán? 》 
Sarah: 《Invité a media escuela, supongo que serán muchos》 
Sean: 《¿Y habrá tiempo para nosotros? 》 
Sarah: 《Si te refieres a sexo, por supuesto que si, pero trata de controlar tus impulsos esta vez. No quiero despertarme todas las mañanas y luego verme con una barriga enorme》 
Sean: 《Solo dispararé afuera y todo estará resuelto》 
Sarah: 《No entiendo porque no me sorprende tu actitud》 
Sean: 《Debe ser por todas las veces que lo hicimos y no quedaste embarazada. Tal vez sea estéril》 
Sarah: 《Espero que no sr. Allen, porque deseo tener un hijo suyo cuando salga de esta mugrienta escuela》 
Sean: 《Ya me estoy mareando con tan solo imaginarlo》 
Sarah: *Emojis de carita enojada* 

Sean no pudo contener más la risa, y solo procuró ser más discreto y moderado, así nadie voltearía a verlo, ya que era incómodo para él ser siempre el centro de atención de todos. El timbre resonó y en cuestión de minutos los pasillos quedaron completamente desolados. Los estudiantes ya se encontraban en sus respectivas aulas irrumpiendo la mañana con el fragor de sus voces, aprovechando que ningún profesor estaba presente. No obstante, en la ventana pequeña de una puerta se podía ver el reflejo de la sombra de una persona que observaba a sus víctimas desde afuera. De un empujón alguien la abrió e ingresó al salón de 4to “B”. Era el profesor de matemáticas. A nadie parecía interesarle su presencia, más que solo a Sean que se dio cuenta de él cuando lo vio con esa mirada perturbadora en su rostro; la misma mirada que tenían los otros maestros cuando también se encontró con ellos en los pasillos. «tiene que ser una broma», Sean quiso hallar repuestas en sus compañeros, pero nadie parecía notar lo raro en los ojos del maestro por estar concentrados en sus celulares. «¿que nadie lo ve… o será que me estoy volviendo loco?», El bullicio no desaparecía y la tensión seguía incrementándose en sus pensamientos, mientras que su maestro con una notable lentitud caminó hacia su escritorio trayendo consigo una caja de cartón en las manos, viendo como sus estudiantes pese a su presencia, platicaban como si nada siendo Sean el único alumno que le había prestado atención. Con un comportamiento extraño posó su mirada en ellos dejando la caja de cartón sobre su escritorio, con deseos de sangre como si quisiera matarlos o hasta comerlos vivos. 

–Mis queridos estudiantes hoy les traigo un buen anuncio. El día de hoy decidimos darles otro tipo de práctica que realmente les hará explotar la cabeza de tanto pensar, hoy aprenderán a huir de la muerte antes de que se conviertan en comida para cuervos –anunció manifestando una macabra sonrisa que ninguno de los alumnos de 4to “B” notó, a excepción de Sean Allen que terminó estupefacto al fijarse que las luces en el techo aligerado, parpadeaban. 

De pronto, el salón se perdió por completo en las penumbras dejando que los estudiantes gravitaran a un leve contacto con el techo aligerado, pero cuando la luz del día volvió, todos cayeron de golpe contra el suelo. Sean de suerte logró sobrevivir, aunque su estado físico no pudo mantenerse estable. Cada parte de su cuerpo mostraba signos de dolor y sus ganas de querer salir corriendo, no ayudaban en nada. Estaba completamente aturdido e incapaz de moverse dejando que gotas espesas de sangre brotaran de su cabeza sin ser consiente que si su escritorio no hubiera apaciguado su peso, posiblemente habría muerto en el acto como otros. Un grito desgarrador lo trajo de vuelta a la realidad haciendo que mirara hacia un lado, y se fijara en su amigo Daniel que se veía sin vida en medio de los escritorios destrozados, debido a las manchas de sangre que tenía en las extremidades e indumentaria, acompañado por un estudiante que yacía muerto arrimado a la pared. Era difícil de asimilar para Sean, pero la mayoría  de ellos no había despertado, como lo hicieron algunos de sus compañeros. Y de cierta forma la desesperación se debía a la intencional muerte de un estudiante de 4to “B” que había sido brutalmente asesinado en la oscuridad. 

El cadáver estaba pegado en el centro de la pizarra cerca a la mesa principal como una calcomanía en un cuaderno, humedeciendo de sangre todo el contorno y dejando que algunas gotas descendieran al suelo hasta formar un pequeño charco. No tenía cabeza ni extremidades, y toda la culpa recaía sobre el profesor ausente siendo encontrado como el único sospechoso de su muerte. Cuando los demás estudiantes lo vieron sin vida, quisieron vomitar por lo repugnante que era verlo en esa forma tan lúgubre, tanto que no tardaron en abandonar el salón de clases. Sean al ser el último en recobrar la conciencia fue detrás de ellos. Después del deceso del primer asesinado, se escucharon más gritos provenientes de otros salones, al parecer, los del 4to “B” no habían sido los únicos. 

Cientos de estudiantes desesperados se adentraron a los pasillos queriendo escapar del peligro haciendo que Sean se viera rodeado de ellos, volviéndose para él aún más difícil de distinguir cuál era el camino correcto que lo podría llevar al primer piso. En medio de sus dudas, una chica con las piernas fracturadas era llevada por dos estudiantes a la enfermería para calmar su dolor. Sean al verla en ese estado no sintió pesar por ella en su corazón y simplemente se preocupó más en buscar una manera de salir de los pasillos ya que era un martirio para él pensar que podría ser la siguiente víctima en cualquier momento. «¿Qué es lo que está pasando?, ¿Por qué todo el mundo actúa como si tuviera miedo?», experimentó una especie de flashback que lo llevó a recordar esa escalofriante mirada que vio en los profesores, antes de que iniciara todo. 

«Nada de esto tiene sentido si no somos nosotros los que expandimos el pánico. Ellos… solo deberían temernos y no atacarnos», había tantos estudiantes rodeándolo, que uno al cruzar por su lado lo chocó de hombros, y Sean por estar concentrado en otro tema eludió el momento al encontrarse con una chica aferrada a la pared llorando en los pasillos, sin tener miradas de compasión sobre ella «Parece que nadie va a ayudarla. Si tuviera que hacerlo yo sería un fastidio» pensó fríamente con la situación yendo de mal en peor al aparecer de la nada un maestro con la mirada consumida en el alcohol y una actitud muy descontrolada, que ni siquiera podía mantenerse quieto ya que tambaleaba tanto de un lado a otro, en señales de querer caer al piso, que terminó siendo rodeado por tres estudiantes que trataban de buscar respuestas en él llamando la atención del resto. 

–¿Hey viejo vas a decirnos lo que está pasando?. 
–Olvídalo Brad, este inepto no nos va a decir nada. Tendremos que torturarlo o no abrirá la boca. 
–Yo sugiero que lo quememos vivo. 
–No creo que sea necesario llegar a eso… por ahora, además, si lo matamos, no sabremos dónde están los otros. 
–¿Entonces que haremos con él?. 
–Atarlo a una silla y llamar a la policía. 
–¿Acaso estás loco?, así no podremos vengar a nuestros compañeros muertos. 
–¿Y crees que matándolo será la mejor respuesta?… eso solo empeorara las cosas. 
–No importa. Estoy dispuesto a… 

El maestro lo único que hacía era observarlos con un comportamiento que lo hacía ver como alguien confundido que no comprendía nada, pero de sus ideas surgía otra cosa «Yo los mataré a todos», pensó y en seguida sacó un arma manifestando al mismo tiempo una sonrisa malévola. 

BANG, BANG, BANG 

Se escucharon disparos por toda la escuela que anunciaron la muerte de los tres estudiantes que lo tenían aprisionado, «pero que demonios… ese tipo está loco», sin pensarlo ni un segundo Sean y los otros se arrojaron al piso viendo que los siguientes disparos se habían salido de control impactando en cualquiera que estuviera al alcance de ser asesinado, hasta que en menos de diez segundos perecieron más de siete vidas, quedando solo un disparo más por realizarse y que tenía como objetivo matar a Sean. Un miedo irreversible se mezcló con su instinto de supervivencia dejándolo que actuará de una manera improvisada, y al no disponer de tantas opciones, no dudó en agarrar a la chica del pasillo para usarla como escudo. El disparo terminó  impactando sobre ella que lo último que vio Sean antes de dejarla yacer sobre el suelo, fue esa expresión de dolor cuando se mantuvieron frente a frente en un abrazo mal intencionado. 

Un severo golpe cayó sobre el rostro del maestro por un estudiante que agarró un bate de béisbol para golpearlo. Con su influencia incitó a otros a qué hicieran lo mismo, dejando que el resto solo huyera hacia el primer piso en busca de la puerta de salida, pero Sean en vez de correr se quedó ahí con los bravucones y los cadáveres sumergido en una culpabilidad profunda que lo tenía totalmente inmovilizado por lo que había hecho. La chica que yacía en el pasillo, sus ojos estaban abiertos y su cuerpo recostado sobre el piso, mirando en dirección a Sean en un charco de sangre que fluía de ella misma enrojecimiento la mayor parte de su indumentaria.  «No puede ser. Yo la maté... yo la… maté», Se puso de pie y huyó lo más lejos posible de su pesadilla, y luego de haberse adentrado a muchos pasillos, al fin logró llegar a las escaleras del primer piso y encontrarse con una muchedumbre de estudiantes que ocupaban el corredor principal tratando de abrir la puerta de salida, que parecía estar trancada por fuera. 

–No se abre. 
–¡A un lado! 

Apareció un tipo con un extintor en la mano y rompió el cristal que había en el centro de la puerta, y con la alegría de ser libres, a empujones se apresuraron a pasar por ahí, aunque resultara ser tan estrecho para algunos. Y cómo eran demasiados Sean tuvo que esperar su turno hasta que no quedó nadie, y al ser el único faltante no perdió más el tiempo y cruzó por la abertura de la puerta, teniendo muy en cuenta de no cortarse con los pequeños trozos de vidrios que aún quedaban en los bordes. Ya estando afuera lo único que pudo ver fueron expresiones resignadas a la muerte que mostraban una realidad en la que todos estaban atrapados. «¿Que acaso no hay forma de escapar de este maldito lugar? », las esperanzas de Allen se esfumaron como el viento al ver que la puerta principal estaba asegurada con pesados candados y una máxima segura que restringía su uso, a menos que se aplicara una contraseña de seis dígitos. Y los muros laterales que eran anexadas a la puerta con la función de rodear la escuela, tenía un tamaño menor al alcance de apenas un metro, hasta un estudiante podía atravesarlo sin necesidad de requerir a tanto esfuerzo. Sin embargo, había algo que los impedía escapar. Sobre la superficie de los pequeños muros, estaban unas enormes paredes invisibles con más de 18 m de altura, que mostraban un panorama espléndido de la ciudad. 

Había autos transitando por las vías públicas, y personas caminando por las aceras, pero nadie era consiente de lo que pasaba allí adentro. Solo se escuchaban gritos desesperados y súplicas dentro del patio frontal, de alumnos que golpeaban con los puños las paredes invisibles haciendo bulla para que alguien, aunque sea solo una persona los pudiera huir. 

–Oficial que bueno que está pasando por aquí, necesitamos su ayuda… urgente. Uno de mis compañeros acaba de ser asesinado y… ¡oiga!, ¡oiga! 
–Señora ayúdenos por favor, estamos atrapados ¡se lo suplico, ayúdenos! 
–¡¿Que nadie nos escucha?! 

En medio de la desesperación, dos estudiantes discutían sobre algún tema en específico, rodeado de sus compañeros sin poder entrar en un acuerdo hasta que uno empujó al otro. 

–¡Aléjate de mi bastardo! –pidió el muchacho mostrando un comportamiento exasperado. 

–Si, lárgate, no te queremos. 
–Nadie te dio el permiso de venir a molestarnos. 

Comentaron sus compañeras de grupo que estaban al lado suyo. 

–¿En serio dejarás que tus niñas hablen por ti? –le criticó Erik Corbin, un chico de 4to “F”. Escupió el suelo y añadió–. Me das lastima sabes –fue lo último que dijo y se fue. 

Cerca a ellos había estudiantes voluntarios intentando romper los candados de la puerta principal con varas metálicas sacadas del almacén, pero por el pánico apenas conseguían dar certeros golpes. 

–¡Golpeen más fuerte!, ¡vamos… sigan golpeando!. ¡No se rindan, tenemos que salir de aquí! –alentó uno de ellos a los otros para que no perdieran la esperanza. 

En un intento que parecía imposible, un estudiante dejó defectuoso a uno de los candados con un severo golpe con el que consiguió dar en el blanco, brotando de él una sonrisa de satisfacción acompañado por un terrible dolor muscular que llevó a su cuerpo a detonar como bomba en el aire. Igual que a un globo de agua, que al impactar contra algo sólido, esparce su contenido. Después de su muerte sus compañeros fueron los siguientes en explotar ensuciando a los otros estudiantes de sangre y dejándolos completamente en shock con gritos ahogados. Lo mismo sucedió con tres jóvenes que consiguieron tomar distancia, para luego correr en línea vertical e impactar de golpe contra las paredes invisibles, pensando que así lograrían romperlas, llegando también ellos a explotar en cuerpo completo con la única diferencia de que estos murieron en un modo organizado, explotando primero uno, seguido de los otros dos. Y luego lágrimas no tardaron en aparecer en una chica que rompió en llanto al ver a su amigo muerto. Se acercó a él y lloró arrodillada sobre sus restos de sangre, siendo a la vez consolada por sus compañeros de clases. 

–Hola mis preciados alumnos ¿que les parece la práctica de hoy?, Muy abrumador ¿no creen? –dijo el sr. Miller apareciendo de la nada cerca a la puerta de entrada que conlleva al interior de la escuela. 

Tenía una apariencia muy normal. Todos voltearon a verlo, atemorizados por las cosas que venían ocurriendo. 

–¡Desgraciado!, ¡te mataré!, ¡te mataré! –el enojo y la frustración llevó a un estudiante a tomar la decisión de atacarlo. 

Miller no hizo nada para impedírselo, mas bien dejó que el estudiante tomara una vara metálica que teñía de la sangre de uno de los que fenecieron como bombas detonadas y le concedió la oportunidad de poder acercarse. Una vez que estuvieron cara a cara, el estudiante lo golpeó en la cabeza con la vara metálica con la intención de matarlo, al hacerlo el impacto ocasionó que la vara metálica se quebrantará en dos mitades, quedándose solo con una parte, ya que la otra mitad estaba en el piso. Eso lo dejó atónito, pero aún así no dudó en atacar de nuevo usando está vez los puños, sin imaginarse que en el primer golpe su brazo estallaría en un segundo hasta quedarse sin extremidad. Miller se sintió decepcionado por la falta de diversión, y pensó en atravesarle el pecho con el puño dejando al estudiante en shock al ya no poder sentir más su respiración y el funcionamiento vital de su cuerpo. En sus condiciones ya no le servía como entretenimiento así que retiró su puño lentamente quedando solo un amplio orificio por el cual vertía la sangre a gran cantidad. El dolor era insoportable y desmesurado que el estudiante terminó perdiendo el equilibrio quedando en agonía. Su muerte fue el inicio de todo. 

–¿Listos para jugar? 
 




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