Asfixia

Prólogo

Rixton, 2008
LOGAN HYDE
El silencio reinaba en las cuatro paredes que nos rodeaban, yo ya perdiendo por completo la esperanza. 
Mis oídos, aún sumergidos, escuchaban como la presteza del agua se calmaba a su propio paso, y mi cabeza era rodeada por la superficie sin llegar a cubrir mis ojos que observaban con admiración el techo. 
De momento, los desvié hacia la desgastada pared cubierta de nombres y números que mi compañero rellenada por cada día que sobrevivíamos al cautiverio: el destrozo emocional y el desastre de habitación hacía que todo se sintiera más cargante que el propio secuestro. 
En aquel silencio solo podían oírse nuestros jadeos, nuestros cuerpos temblar por la gelidez del agua que nos sumergía. 
Mis manos, ya por costumbre más que por supervivencia, se anclaban en los bordes de la bañera en un intento de mantener siempre mi cuerpo lo menos hundido posible. 
Mientras tanto, los pasos de Ben Casper se sentían en zumbidos a mi alrededor mientras parecía rebuscar entre el montón de su colección para reproducir alguno de sus éxitos favoritos en su tocadiscos. 
–La música amansa las fieras –solía comentar con sorna antes de dirigirse hacia nosotros. 
Tragué saliva. 
Los primeros acordes de la música de Louis Armstrong comenzaron a resonar, mis dedos tomaron fuerza propia con intención de no despegarlos de su lugar y fue inevitable soltar el llanto en cuanto reconocí la melodía. En ese mismo instante, Ben pasó por mi cabeza la presilla hasta que se quedara cerniendo mi cuello con violencia. Entonces, de un brusco empujón, sumergió por completo mi cabeza, dejándome atrapado en la profundidad al enganchar la presilla al desagüe, totalmente atascado y que, lejos de vaciar la bañera, tan sólo lograba que el agua se acumulara en su interior para mi mala suerte. Mis muslos y pies se bregaban bajo sus firmes manos y yo, como un estúpido iluso, braceaba en busca de una mínima posibilidad y piedad. 
La silueta de Ben parecía hacerse más lejana cuando mi cuerpo se arqueaba. La fuerza de la presilla se hizo más notoria entonces, incrustándose en la piel de mi garganta y siendo mayor mi necesidad de salir a la superficie más que la presión que se comenzaba a hacer presente en mi cuello. 
Con  los ojos aún abiertos y puestos en él, Ben sonreía e intercalaba miradas conmigo y con uno de sus costados, ensanchando su entusiasmo. 
–¡Hermano! –pude escuchar en zumbidos. 
Mis dedos se envolvían alrededor de las muñecas de Ben, tomándolas con fuerza y pidiendo en sollozos que me sacara de allí. Aquello tan solo le divertía más por la mezcla sonora de mi llanto ahogado que resonaba desde el agua inquieta, sumando a su devoción por verme tan vulnerable y humillado. 
Gritaba, gritaba y gritaba, y cuanto más gritaba, más me ahogaba, más aire perdía: era todo o nada. Los segundos pasaban, la presión era insostenible. 
Estaba apunto de desvanecerme. 
El agua se colaba por mi faringe y nariz, cada vez siéndome más imposible aguantar el impulso de buscar aire bajo aquel martirio. No podía más. Mi garganta era incapaz de retener el último puñado de oxígeno mientras la presilla continuaba apretándome. Las olas se arremolinaban en mis orificios y se adentraban sin piedad. 
La voz de Louis Armstrong iba dejando sus últimos segundos. 
Fui consciente de como mi cuerpo se sacudía con menos intensidad; de como la luz que colgaba del techo sobre mí comenzaba a desaparecer por la sombra de uno de los hermanos Casper a los pies de mi bañera y sus dedos paseándose por la superficie del agua. De un momento a otro, la presilla fue cortada y mi cabeza sacada del fondo. 
Tosía, y lo hacía con la bilis amenazando a salir en cualquier momento. Pero ese era mi problema. Conviviría con mi propio vómito. Necesitaba evitar ese impulso. 
De nuevo mi garganta fue aprisionada, esta vez con más suavidad, y mi cuello quedó colgando del grifo mientras intentaba recuperarme. 
Las orillas de la bañera estaban tintadas de restregones rojizos. Sangre de alguno de nosotros, que después de tantas semanas había dejado de impresionarme. 
Douglas Casper, con sus prendas de colores neutros y aquel semblante indescifrable, acariciaba la pared con múltiples escrituras mientras resonaba la risa escalofriante de su hermano gemelo que se acercaba a la bañera de mi compañero, en sintonía con otra de sus canciones favoritas y empleando en él otra de sus torturas para humillarlo como se le antojara. 
–Este es otro de mis favoritos. Te lo dije, ¿verdad? Tan solo disfruta del espectáculo –comentaba Ben a unos metros de mí –. Y recuerda, Doug –hizo una ligera pausa. Desde mi sitio sentía los temblores de Duarte y sus uñas agarrándose a las paredes de su bañera –. Esto va por ti. 
El sonido del agua moverse estrepitosamente me hizo temblar. Me abracé a mi mismo siendo incapaz de mirarlos y moví mis ojos hacia la mesa de Ben: las muestras de sangre, las hojas con sus escritos alborotados, sus discos de vinilo. 
Aquello trataba sobre una historia de amor que todos tuvimos que sufrir. 
Los gritos desgarrados de Duarte estallaron. Su propia locura escapaba y ni siquiera valía la pena remediarlo o detenerlo. 
Eso era todo lo que ellos necesitaban. 
 


 



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En el texto hay: romance, terror, psicosis

Editado: 12.05.2020

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