Asfixia

Capítulo I

10 años después

Dalia Mercury

La música se desvanecía con cada paso que dábamos y se sustituía con el sonido sordo de nuestros pies chocando con la tierra abultada en el suelo. Amber sujetaba con fuerza mi mano mientras miraba hacia abajo concentrada, alerta de cualquier piedra con la que pudiera toparse y hacer que se estrellara de boca al suelo.
Su brazo estaba suspendido en el aire, moviéndose entre las masas súbitamente por cada paso que avanzaba mientras que con su otro libre había preferido aferrarse a mi mano.
-¿Hasta dónde se supone que quieres llegar? Tal vez hubiera sido más factible irnos a casa y después volver a la fiesta.
-Pero qué graciosa que eres, Dal -me contestó en un tono sarcástico y ancló sus pies en el suelo -. Ni de coña voy a mear en un sitio a la vista. Estaremos en mitad de un bosque pero la clase no la pierdo. Nunca.
-Te puedo asegurar que si alguien quisiera verte, hace medio kilómetro que se habría dado la vuelta.
Una risa suya se escapó y retomó sus pasos hacia uno de sus costados.
-Como la señorita desee. Aquí me quedo. Vigila, por favor. De verdad que no me hace nada de gracia estar tan en sintonía con la naturaleza.
No iba a dejar de quejarse y eso estaba claro.
Sin retirar la mirada del suelo, se aproximó al matorral más poblado de su campo de visión y tras ello, se agachó con una mueca de desagrado.
-Me parece que no soy la primera en marcar territorio aquí. De verdad, qué asco.
Dejé mi espalda caer en el tronco de uno de los árboles más cercanos y alumbré el entorno. Era una noche más oscura de la normal. La luna menguante apenas conseguía aportar luz en la escena y era inevitable sentir una constante inquietud punzando tu espalda.
Jamás me encontraría en un lugar así de no ser por Amber, que por acortar palabras era más de mi familia que de la suya. La conexión que manteníamos después de tantos años permanecía intocable, y de no ser así, ni en mis peores sueños me quedaría en un lugar así por simple vigilancia. La amistad siempre prevalecía antes que el miedo. Eso mismamente me habría dicho en caso de negarme a acompañarla.
No me costaba nada a fin de cuentas, estaba con la constante idea de volver a casa por el dolor de pies que se comenzó a adueñar de ellos hasta llegar a los tobillos. 
-Sigues vigilando, ¿verdad?
-Por poco tiempo como tardes más de dos minutos. 
-Dalia, me vas a cortar el pis.
Mis ojos se dirigieron hacia el panorama que nos rodeaba, donde los múltiples árboles tapaban toda visión de la fiesta y cuyas copas se balanceaban con ligereza con la brisa de la madrugada, sumando además del ruido que se escuchaba en zumbidos por la fiesta. Literalmente, habíamos atravesado un bosque para hacer aguas menores.
Aquel mayo era uno de los más fríos, y el simple hecho de llevar un pantalón, plataformas descubiertas y un ajustado top me lo recordaron al momento. Echaba de menos estar rodeada del bullicio y de la música.
-Amber, ¿te queda mucho?
-Estoy buscando un pañuelo, mujer. Espera. -escuché que decía su voz con exasperación mientras casi podía apreciar el ruido de como sus manos se movían en el interior de su bolso, rebuscando.
La incomodidad se incrementaba por segundos de manera inexplicable.
Elevé con suavidad la mano que sostenía mi teléfono -aun con la linterna encendida- mientras comenzaba a deslizarla por el vacío.
Mi alrededor parecía prácticamente inerte, nada se lograba ver con el tenue fulgor trasmitido por el aparato que alumbraba escasamente los matorrales y altos árboles los cuales adoptaban un frívolo y oscuro color verdoso a aquellas horas de la noche.

Fue entonces cuando mi cuerpo se sobresaltó al advertirme de la silueta casi camuflada con las horas de la noche. Su presencia en sí me dejó estática en mi sitio, pero la pistola que se colgaba de su mano hizo que el aire comenzara a faltarme y retrocediera en pasos torpes. En uno de ellos, mi pie resbaló sobre el suelo y caí de bruces, con mi mano tapando mi boca, evitando soltar un grito desgarrado al darme cuenta que su silueta ahora se encontraba más cerca de mí. Un fuerte escozor en mi codo provocó que soltara un gemido ahogado. No obstante, el tacto blando que percibí con mi pie sacudió mi cuerpo inexplicablemente, y la idea de algo tan flexible en el suelo del bosque por la noche sonaba espeluznante con tan solo acabar de pensarlo. Ni me atrevía a aceptar las posibilidades que vacilaban en mi cabeza.
Entonces mi vista bajó al responsable de mi tropiezo. Ya no lo pude contener más.
Una mano magullada, medio enterrada por el barro del propio bosque, se situaba a medio metro de mí: con la palma extendida sobre el suelo y los dedos hinchados. Totalmente inerte. Fue escalofriante.
Grité. Toda mi garganta ardió con fuerza. Estábamos presenciando la escena de un crimen.
Amber salió de detrás del arbusto, justo detrás de mí, y con prisa pude reincorporarme mientras retomaba mi teléfono.
-¿Pero qué te pasa?
Ni siquiera me detuve a escucharla. Tomé su muñeca y corrí en pasos agigantados hasta que la luz de los coches y la música se sintieran cercanos. Solo podía escuchar nuestras pisadas sobre ramas y hojas deterioradas, e inevitablemente pensé que las de aquel sujeto nos seguían.
-Dalia, por favor. Detente -exclamó con irritación Amber clavando sus pies en el asfalto. Habíamos conseguido salir de la zona.
Su piel morena brillaba con el sudor de aquella inesperada e inexplicable carrera. Su vestido se encontraba subido ligeramente mientras que en las medias de seda adheridas a su piel resaltaban los arañazos de los arbustos con los que nos rozábamos en nuestra huida.
-¿Se puede saber qué te ha pasado ahí dentro?
Yo la miré y las palabras no podían salir de mi boca. Tras unos segundos, parecía que ambas pensábamos lo mismo.
-He visto algo espantoso. Lo siento si te he asustado -logré decir.
Ella se acercó a mí con cuidado y tomó mi cara entre sus manos.
-¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
-Creo que necesito volver a casa.
No hubo que explicar nada más. De momento entendió que probablemente era mi propio surrealismo el que dominaba mi cuerpo. 
-Necesitas tranquilidad, ¿no?
-Toda la posible.
-Te acompaño a casa.
Negué con la cabeza rápidamente y desbloqueé mi teléfono con rapidez.
-No, tranquila. Ethan tiene mi coche así que le llamaré para que me recoja. Será más seguro y más rápido que si voy andando.
-Como prefieras.
Me dedicó una pequeña sonrisa mientras apretaba mi mano.
-Sé que preferirás hablarlo mañana, así que no pienso incomodarte.
Se lo agradecí infinitamente.
-Cuídate. 
Me despedí alejándome de la marea de personas y acercándome hacia los coches estacionados a un lado del arcén que separaba el camino de bienvenida al bosque con la carretera.
Cerré mis ojos, estrujé mis sienes con fuerza y tomé un respiro profundo.
"Nada es real" quise convencerme una y otra vez, "Solo alucinas, nada es real".



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En el texto hay: romance, terror, psicosis

Editado: 12.05.2020

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