Asfixia

Capítulo III

Mis padres desayunaban junto con Ethan tranquilamente mientras veían las noticias en la televisión. El olor a café hizo que simplemente me lanzara hasta la jarra y llenará la taza hasta la mitad. 
–Buenos días. 
–¿Y Amber? –preguntó mi madre. 
–Bajará enseguida. Está terminando de prepararse . 
Mi padre me dedicó una mirada de soslayo mientras me sentaba a su lado en la mesa y tomaba una de las tostadas. Ethan carraspeó su garganta y se levantó seguido de mi madre. 
–Me voy. Llego tarde al taller. 
–Y yo me voy contigo –siguió mi madre. 
En menos de un minuto nos quedamos totalmente solos. El sonido de la cucharilla removiendo el café y la televisión de fondo era lo único que se logró oír durante segundos interminables, cerraba mis manos en puños sobre mi regazo esperando a una mínima palabra, un reproche, un sermón… una mínima reacción de su parte. Ni siquiera supe explicarle en todo el camino de vuelta casa aquella madrugada cómo Amber y yo acabamos enfrente de un cadáver – que tampoco sabíamos si era el que estábamos buscando – y cerca de unos posibles responsables a la fuga. Me removí sobre mi silla con incomodidad y un suspiro salió de su boca. 
–Necesito que hagáis todo lo que os pida. 
–Adelante. 
–Una llamada anónima se pondrá en contacto hoy con la comisaría sobre las nueve y media, ya está todo aclarado. Avisará de un cuerpo en el lago y aprovecharemos para acudir a la casa de las cámaras de seguridad para pedirles sus grabaciones. Estáis fuera de esto, ¿me has entendido? 
–Sí. 
–Perfecto. Me voy a trabajar. 
Se levantó de inmediato de su asiento y acomodó su abrigo sobre sus hombros. 
George Mercury era un hombre de pocas palabras con respecto a su trabajo, y no estaba de más decir que el hecho de que me viese involucrada o presenciara algún caso de su trabajo no le hacía especial ilusión y apenas había querido cruzar alguna palabra conmigo desde que nos encontramos la noche pasada en el bosque. No pensaba que estuviese enfadado, pero sí nervioso. Lo bastante como para mentir y fingir una simulación del descubrimiento de un cadáver. Ni siquiera parecía propio de él. No estaba siendo honesto. 
Había ocasiones en las que le gustaba compartir conmigo sus aventuras y anécdotas, pero con respecto a casos actuales su terquedad le prohibía contar conmigo. No lo haría hasta que finalmente trabajara como él. 
–Papá. 
Él detuvo sus pasos y me dedicó una mirada indescifrable. 
–Creo que necesitas saber algo más –arqueó una de sus ceja y dejó sus puños caer sobre la mesa –. Esa noche no sólo vi esa mano medio enterrada, también me pareció ver a alguien cerca de nosotras –resopló llevándose una mano a sus ojos frotándolos –. Estaba armado y después fue cuando me tropecé con ella. Salimos corriendo. 
–¿Eso es todo? ¿Absolutamente todo? 
Asentí. George retomó sus pasos hasta salir de casa sin decir nada más. 
De repente, Amber bajó con rapidez las escaleras y corrió hacia la cocina. Su cara parecía aún adormilado pero por su rostro cruzaba el miedo y la impaciencia. 
–Creo que la hemos cagado, y mucho. ¿George se ha ido ya? 
–Sí, ¿qué pasa? 
–¿Recuerdas la mochila que nos llevamos anoche? No la encuentro por ningún sitio. Dentro están las linternas de tu padre. 
–Amber, no me jodas. 
–Si la policía la encuentra estamos jodidas, y el primero será tu padre. 
Cada minuto que pasaba mi cabeza reprochaba la absurda idea de acudir a aquel lugar. Hubiese preferido en todas las circunstancias que toda aquella situación hubiese simplemente sido irreal, que no hubiera salido de mi cabeza y que hubiese quedado como una loca. 
Mis pies actuaron antes de lo que meditara por mucho tiempo y comencé a subir escaleras de dos en dos con Amber pisándome los talones. 
–¿Qué pasa? 
Escuché qué decía con desespero. 
Una vez crucé el umbral de mi habitación me abalancé sobre la mesa de noche junto a mi cama. Uno de los dos botes de mis pastillas no se encontraban en su lugar habitual y sentí la respiración atorarse en mi garganta. 
–Las pastillas. 
–¿Qué? 
–No están. 
–¿Cómo que no están? ¿Te las llevaste? 
–Pues claro. Siempre las llevo conmigo. 
–Está bien –espetó, intentando mantener la calma y me miró con seriedad –. Debemos llamar a tu padre. Esto puede causarnos muchos problemas. Le avisamos de lo que ocurre y encontraremos una solución. Nos quedaremos aquí y esperaremos. 
Yo la miré con incertidumbre. Toda mi cabeza se encontraba nublaba porque ni siquiera era capaz de asimilar nada. Absolutamente nada. Todo mi cuerpo temblaba: aquel cadáver flotante, aquella huida, la oscuridad en todo momento y ese desconocido armado. Se repetían en mi cabeza como una secuencia. 
Ella se sentó a mi lado en la orilla de la cama. 
–No. Debemos irnos a clase. 
–No creo que estemos en condiciones de salir. 
–Amber, escúchame –negó lentamente con la cabeza mientras sujetaba su cabeza con desesperación –. Van a encontrar un cadáver en menos de media hora. Necesitamos normalidad, acudir a clases y volver a casa –ella se levantó sin mirarme y se llevó las manos a las caderas impacientemente –. Si la autopsia revela que murió en un período cercano al sábado, todos y cada uno de los que estuvimos en la fiesta podríamos ser sospechosos. Y nosotras no podemos serlo. Hemos estado allí dos veces: imagínate si alguien se enterara.

La puerta de casa se abrió en aquel mismo instante y nosotras, con rapidez, tomamos nuestros bolsos para dirigirnos directamente hacia clase. La tensión del momento persistía en cada segundo, hasta tal punto que ninguna de las dos estaba por la labor de decir palabra alguna sobre el tema hasta que supiéramos alguna novedad. 
Mientras bajaba las escaleras buscando con urgencia el número de mi padre y poder llamarle, Ethan apareció en el recibidor con lo que pude percibir como molestia y una bolsa de tela oscura cuyas alargadas asas colgaban de su hombro. Parecía incluso pesada. 
–¿Todavía estáis aquí? 
–Hemos tenido un problema. Cosas de chicas. –se adelantó a decir la morena a mi lado con una sonrisa ladina. 
–¿Tú no deberías estar trabajando? –demandé yo a continuación. 
Ethan apretó sobre su pecho su bolsa y tensó su mandíbula. 
–Me he olvidado de algunas cosas. Volveré enseguida. 
Amber me hizo un gesto con la cabeza señalando hacia la puerta con impaciencia, comunicándome su deseo de salir de mi casa, pero yo no podía dejar de mirar a mi hermano, quien con premura se hizo paso entre nosotras y avanzó hasta desaparecer en la cocina. 
Entonces, el teléfono comenzó a sonar. Era mi padre. 
Ambas salimos de casa, cerrando la puerta a nuestras espaldas y descolgando la llamada entrante. 
–Justo ahora iba a llam… 
Tenemos un contratiempo. 
–Sí, lo sabemos. Iba a decírtelo ahora. Dime que la has encontrado tú. 
–¿Encontrarla? ¿De qué estás hablando? 
Amber estaba ansiosa contemplándome, frotando su barbilla y comenzando un camino hasta el garaje para subir al coche. 
–La mochila, ¿de qué estás hablando tú? 
–¿Mochila? 
–Estaba apunto de llamarte para avisarte. Nos dejamos una mochila negra en el bosque, a unos metros del lago. 
Un exasperante silencio tomó lugar en la línea mientras arrancaba el coche. 
Dalia, allí no había nada. 
Apagué el motor bajo la atenta mirada de mi amiga e intenté pensar con claridad: no estaba en casa, no estaba en mi coche, y tampoco entre los arbustos. Era prácticamente semejante a las llaves de Amber. 
Necesito que vengas a comisaría, pero tú sola. Hay algo que debes ver. 
–¿Está todo bien? 
–No sabría qué decirte. Puede que Amber tenga problemas.



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En el texto hay: romance, terror, psicosis

Editado: 12.05.2020

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