Asfixia

Capítulo IV

Mis manos envolvieron el picaporte de la puerta, empujando suavemente, y me adentré en el cuartel policial dando un vistazo rápido al panorama que se dejaba ver.
Yo ya estaba hecha a aquel sentimiento de familiaridad que se lograba percibir con la gran mayoría de agentes trabajando en aquel lugar, donde después de todo lo que ocurría eran personas; con sus vidas, sus familias y alguna que otra meta que se reservaran para ellos mismos. Puede que tal vez no les conociera a todos, pero sí mantenía una buena y cordial relación con la mayoría, que ya era mucho decir.
Aquella tarde el ambiente se palpaba tranquilo, diría que escaso de ajetreo, y yo simplemente dudaba de esa misma calma cuando el cuerpo sin vida de alguien había amanecido flotando sobre el lago de la ciudad. De hecho, en tantas ocasiones eran criticados más de uno con razón, por cualquier irresponsable que actuaba en contra de la ciudadanía y ellos no hicieran el amago de cogerlo y encerrarlo como yo deseaba y juraba que cumpliría el día de mañana, y que simplemente parecían reservarse o eran necios a responder ante la defensa de lo vecinos. Era inaudito.
A simple vista se podía ver a través de una cristalera el canoso cabello de George, con su cabeza inclinada hacia abajo y sus ojos entrecerrados contemplando con plena concentración la pantalla de su ordenador portátil. Podía imaginármelo achinar sus ojos, revisando una y otra vez los documentos hasta que la idea que sacase fuera convincente, y aún así seguir dudando hasta que no lo mentalizara fríamente por la cantidad de especulaciones que sacaba él solito. Y yo tan parecida a él.

Pasé por el camino que las mesas dejaban disponible hasta que mis manos lograron apoyarse en el borde de la mesa de Stuart, con una inmensidad de carpetas abiertas y pareciendo que tan solo estaban allí para hacer bulto. Él me sonrió de inmediato, sus dedos envolviendo los míos para que me acercara y dándome un enorme beso sobre mi cabeza con aquella alegría que únicamente él sabía irradiar.

-¡Hombre, Dalia! Menos mal que has venido. ¿Cómo te va todo? Hace mucho que no paso por tu casa.
-No me puedo quejar, la verdad.

Los años por él parecían no pasar. Los mechones de pelo que ya desaparecían con el tiempo lo delataban sobre su vejez, pero teniendo en aquellos momentos unos cincuenta y tres años y algún que otro problema en su zona respiratoria a causa del tabaco lucía como si tuviese unos diez años menos, recalcando el tema de que fumaba y ni siquiera la nicotina tenía lo que había que tener para dejar que aquel hombre se viera achacado con la edad.
-Venga, vamos. -animó, apagando su ordenador portátil y guiándome hasta el pasillo que daba al despacho de mi padre.
-¿Sabes qué es lo que ha pasado? -quise saber con desinterés. Yo debía seguir sin saber nada.

Él dejó de caminar y, colocando sus manos en el picaporte de la puerta y girando su cabeza con una sonrisa tensa, aclaró su garganta mostrando signos de duda.
-Hemos encontrado a alguien en pésimas condiciones y... se presenta un caso muy difícil.
Sus nudillos golpearon la madera frente a nosotros y tras la respuesta de mi padre, Stuart la abrió dejando que yo pasara en primer lugar y ganándome el primer rápido vistazo que George me dio.
-Hola. -saludé, elevando levemente mis comisuras mientras observaba como arrastraba su silla hacia atrás y sacaba varios archivos de uno de los cajones -¿Está todo bien? -quise saber, dándome cuenta de que lo único que había hecho fue sacudir su cabeza con una sonrisa poco trabajada.

-Claro, toma asiento. Stuart, ¿nos dejarías solos?
-Por supuesto, jefe.

Una vez la puerta se cerró con cuidado tras el compañero de mi padre, él tomó varias fotografías y las colocó sobre la mesa de manera ordenada.
-Se llamaba Jack Delhmer, 26 años -comenzó a decir mientras ordenaba sus papeles a un lado y tomaba otros para ponerlos frente a él -. Mira cómo hemos encontrado el mismo cuerpo esta mañana.

Con sus dedos, desplazó la fotografía bajo las yemas hasta colocarla frente a mí.
El mismo cadáver de anoche había cambiado de postura: se encontraba bocarriba, su cabeza y hombros apoyados en la orilla sobre las rocas mientras su cuerpo era arropado por el agua y las hojas secas de los árboles. Estaba pálido, sus labios teñidos de un color morado y con arañazos y hematomas en sienes, frente y mejillas. Sus prendas estaban agujereadas y resaltaban las puñaladas donde la sangre había dejado rastro en estómago y piernas. Era una masacre en sí. Un homicidio en toda regla. Cerré los ojos al instante de haberlo examinado. Mi padre tomó su portátil, colocándolo de manera que mirase hacia mí, se levantó de su asiento, avanzó hasta la puerta, echó el pestillo y se posicionó a mi lado con prisa.

-Hemos ido a casa de los vecinos que poseían las cámaras, y esto es lo que hemos descubierto.

Una vez pulsó la tecla, el vídeo de las cámaras comenzaba a reproducirse. Lo primero que avisté fue uno de los márgenes, el inferior derecho, avisando de que las imágenes fueron captadas el sábado 11 de mayo a las 23:19. Después de varios segundos de plena tranquilidad, un coche blanco aparcaba unos árboles más lejos de la entrada trasera a la casa de Nick. Una vez allí, el conductor parecía no querer bajarse y por algunos segundos se quedó con las manos sobre el volante.
Se había percatado de la cámara.
Dio media vuelta sobre las ruedas y desapareció entre los árboles. Mi padre pasó la grabación y yo comencé a temblar, porque en solo segundos mi cuerpo se sacudió del desbarajuste con unas simples imágenes que, aunque pareciesen de los más normales había motivos por los que realmente no lo eran: el primero porque, una vez el coche se quiso alejar de las cámaras, una especie de lona enrollada ocupaba el asiento trasero y copiloto; el segundo porque el coche era el mío; y el tercero por el conductor, que se trataba de nada más ni nada menos que Ethan.



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En el texto hay: romance, terror, psicosis

Editado: 12.05.2020

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