Ashes And Fire

Mr. Perfectly Fine

Mr. always at the right place at the right time’”

El Gran Comedor nunca había sido un lugar silencioso, pero esa noche el ruido no era el de siempre.

No era el caos despreocupado de platos chocando, carcajadas sin culpa o discusiones triviales entre casas. Era un murmullo contenido, nervioso, como si Hogwarts entero estuviera esperando que algo, lo que fuera, terminara de caer.

Fred Weasley estaba acostumbrado a leer salas llenas de gente. Sabía exactamente cuándo una broma funcionaría y cuándo convenía guardar silencio. Esa noche, sin embargo, incluso él sentía que el aire estaba demasiado cargado para tomárselo a la ligera.

El Cáliz de Fuego ardía en el centro del Gran Comedor, sus llamas azules danzando con una vida inquietante. No crepitaban como un fuego normal; parecían respirar. Fred lo observó con una sonrisa ladeada, apoyando un codo sobre la mesa de Gryffindor.

—Tiene cara de que muerde —comentó.

—Tiene cara de que te arrancaría la mano si se la metes —respondió George, sin apartar la vista.

Fred rió, alto, como siempre. El sonido se expandió con facilidad entre las mesas cercanas, arrancando algunas miradas y un par de risas nerviosas. Era su trabajo no oficial: recordarles a todos que el mundo no se acababa solo porque el colegio organizara un torneo mortal.

Aun así, algo en su estómago no terminaba de asentarse.

Los campeones. Las pruebas. La edad mínima. Los rumores. Todo era demasiado serio para un lugar que se suponía debía sentirse como casa.

Fred aplaudió exageradamente cuando el primer nombre salió del Cáliz. Silbó cuando anunciaron al segundo. Hizo un comentario en voz alta sobre el tercero, lo suficientemente ambiguo como para ser gracioso sin ser ofensivo.
George lo imitó. Siempre lo hacía.

Y entonces, sin saber muy bien por qué, Fred miró hacia la mesa de Slytherin.

No fue difícil encontrarla.

Rowena Rosier no destacaba por hacer ruido. Destacaba porque no lo necesitaba. Se sentaba con la espalda recta, las manos juntas sobre la mesa, observando el Cáliz con una atención que rozaba lo analítico. No parecía nerviosa. Tampoco emocionada. Parecía… preparada.

Vestía los colores verde y plata como si fueran una declaración personal.

Fred frunció el ceño.

—¿Quién es ella? —preguntó, señalando apenas con la barbilla.

George siguió su mirada.

—Rowena Rosier.

—¿La conozco?

—No —dijo George— Pero ella sí sabe quién eres.

Eso no le gustó.

—Tiene cara de que ya sabe cómo termina esto —añadió Fred.

—Tiene cara de que no le importa cómo termina, mientras gane.

Fred entrecerró los ojos. Justo en ese momento, como si hubiera sentido su mirada, Rowena levantó la vista.

Sus ojos verdes se encontraron con los de él, su cabello fucsia cayó sobre sus hombros de forma casi angelical, levantó una ceja.

Fred sonrió de inmediato. Descarado. Abierto. Un gesto aprendido tras años de provocar reacciones.

Ella no sonrió.

Rodó los ojos con una lentitud deliberada y volvió la vista al frente.

Fred sintió una chispa de irritación recorrerle el pecho.

Perfecto.
Una Slytherin arrogante. Exactamente lo que faltaba.

Cuando el cuarto nombre salió del Cáliz, el Gran Comedor explotó.

Fred se puso de pie junto a medio Hogwarts, el corazón golpeándole con fuerza contra las costillas. Los gritos se mezclaron con discusiones, profesores levantándose, estudiantes empujándose para ver mejor.

Esto no estaba bien.
Nada de esto estaba bien.

Por primera vez en mucho tiempo, Fred no supo qué decir.

[...]

Horas después, Hogwarts seguía despierto.

Fred caminaba por los pasillos sin rumbo fijo, incapaz de quedarse quieto en la torre de Gryffindor. La adrenalina aún le corría por las venas, mezclada con una inquietud que no lograba sacudirse.

El Torneo había empezado mal. Demasiado mal.

Giró por un corredor poco transitado del ala este, uno que casi nadie usaba a esas horas. Las antorchas lanzaban sombras alargadas sobre los muros de piedra, y el castillo crujía suavemente, como si también estuviera inquieto.

Ahí fue cuando la vio.

Rowena Rosier estaba apoyada contra la pared, los brazos cruzados, mirando por una ventana que daba a los terrenos oscuros. La luz de una antorcha cercana dibujaba líneas duras en su rostro, revelando una expresión que Fred no había visto antes.

Ya no parecía segura.
Parecía preocupada.

Fred redujo el paso sin darse cuenta.

—¿Las mazmorras quedan para el otro lado? —preguntó finalmente.

Ella se giró despacio. Su mirada fue inmediata, afilada.

—¿Siempre haces comentarios innecesarios, Weasley?— Dijo la chica, de forma literalmente despectiva

—Solo cuando estoy aburrido.

—Entonces sigue caminando.

—Ahora mismo, mi aburrimiento es persistente.

Rowena se irguió, abandonando la pared con un movimiento controlado. Había algo calculado en cada uno de sus gestos, como si incluso su postura estuviera pensada.

—No tengo tiempo para tus juegos.

—Lástima —respondió Fred— Son mi especialidad.

Ella dio un paso hacia él, invadiendo su espacio con una precisión que no era casual.

—Escucha bien —dijo en voz baja— No me conoces. No sabes lo que me importa ni lo que estoy dispuesta a hacer para protegerlo.

Fred sostuvo su mirada. Por primera vez, no sonrió.

—Tal vez no —admitió— Pero no pareces alguien a quien le guste quedarse al margen.

—Y tú pareces alguien que le gusta sacarme de dónde me gustaría estar— Rugió la chica, haciendo su cabello a un lado

Un ruido metálico resonó más adelante en el pasillo.

Ambos se quedaron inmóviles.

Fred giró la cabeza primero. Los pasos eran apresurados. Demasiado ligeros para ser de un profesor. Demasiado cautelosos para ser estudiantes despreocupados.

Rowena lo miró, esta vez sin sarcasmo.



#355 en Fanfic
#1321 en Fantasía

En el texto hay: fanfics, harrypotter, enemies to lovers

Editado: 18.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.