Así Soy [saga Arévalo #8]

Capítulo 3

Ezequiela

Enarque una ceja al ver a los cinco hombres sentados en mi sala.

— ¿Por qué quieres encontrarlos?—crucé la pierna mientras esperaba una respuesta de Víctor.

—Creo en la unión familiar— hice una mueca.

— Eso no existe Víctor, hiciste un viaje en vano por que yo no sé dónde están metidos, mi madre no mencionaba su paradero.

— ¿Estaban peleados?—Víctor estaba preocupado.

—No, simplemente cada quien estaba haciendo su vida— me encogí de hombros, reparé en los gemelos que eran guapos, el detective guapo, el doctor guapo, joder todos eran unos putos guapos hasta el viejo era guapo, bien por la descendencia de Tadeos.

—Ezequiela, me gustaría que nos conocieramos y que te involucrarás con nuestra familia—negué enfáticamente.

—Lo lamento Víctor, pero no tengo tiempo para esas mierdas de amistad, de llevarles galletitas caseras, pasteles de manzanas —acaricié mi escopeta— Esa mierda no es lo mío.

Los cinco hombres se quedaron en silencio.

—Podemos visitarte nosotros y ayudarte en lo que necesites en el rancho—di una barrida con la mirada sobre los cinco hombres, aunque andaban vestidos como vaqueros a lo lejos gritaban dinero, acostumbrados a que les llevarán la comida en la boca con cucharas de oro.

— ¿Saben ordeñar? —sonreí al verlos mirarse.

— No sabemos pero podemos aprender—resoplé molesta el viejo era testarudo.

—No tengo tiempo para enseñar, más bien me atrasarian—me puse de pie, pero noté que ninguno se levantaba, eran capaz de hacerlo hasta que lo hiciera el viejo, se sentaron cuando el viejo lo hizo.

Pusé los ojos en blanco.

—Tus trabajadores nos pueden enseñar— resoplé.

—¿Cuáles? si sólo me ayuda Joselito y es un viejo de sesenta años—grave error, Víctor abrió los ojos con sorpresa y se pusó de pie, si, no me equivoqué los cuatro hombres se pusieron de pie.

—Con mucha más razón te ayudaremos— pusé mis brazos en jarra y lo miré a los ojos.

—Dije que no— Víctor se me acercó y me miro con determinación.

—Somos tu familia y no te dejaremos sola hasta que encuentres trabajadores.

—Entonces será nunca, no tengo como pagar trabajadores— levanté la mano— No quiero la caridad de nadie.

— Bien —me sorprendió al ver que Víctor se daba por vencido—Nos vemos mañana— pusé los ojos en blanco.

—¿Sabes qué?— él me miró—Hagan lo que les plazca, pero solo les doy un día para que aguanten, mañana mismo se darán por vencido— sonreí con malicia—Los citadinos no son para el estiércol y el barro.

Victor me sonrió de una manera enigmática, toco el ala de su sombrero y se marchó.

—Deja que te ayuden—Marie me entregó una taza de aluminio ya gastada con el humeante café— Lo necesitas.

—No aguantarán Marie, se marcharán como lo hizo papá— Marie puso su mano en mi hombro.

—Tu padre no soportó la perdida de tu madre, huyó de los recuerdos— miré a Marie.

—Eso no justifica que me abandono en este rancho con la gran carga de salvarlo.

—Lo sé, mi niña, quizás la llegada de tu familia es la respuesta a mis plegarias.

Llevé la taza a mis labios.

—Debo ir al pueblo a comprar provisiones—fruncí el ceño—Extraño cuando estaba mamá y este rancho era uno de los más prósperos de Santa Teresa.

— La Esperanza tuvo sus momentos de gloria pero siento mi niña que volverán.

Negué y miré mi café.

—Solo que encontrará la olla de oro al final del arco iris y ambas sabemos que eso no existe — Marie no respondió, cogi mi sombrero y me lo pusé, revise mi rifle que estuviera cargado y tomé las llaves de la vieja camioneta —Sabes que no puedes dejar entrar a nadie.

—Ve tranquila mi niña —asentí y salí rumbo a la camioneta, eché un vistazo al rancho y a mi memoria vinieron los recuerdos de la época más feliz de mi vida cuando mamá estaba con nosotros.

Arranqué la vieja camioneta y me dirigí al pueblo, no me gustaba ir al pueblo, las miradas y los cuchicheos me seguían pero nadie hablaba frente a mi por que sabían que les podía dar un par de plomazos, bajé de la camioneta y me eché al hombro el rifle, bajé el ala de mi sombrero y me dispuse a hacer las compras. Cuando al fin terminé de comprar las pocas provisiones, me dirigí a la camioneta.

—Ezequiela—sentí un escalofrío en mi cuerpo, cuatro años de no escuchar esa voz, y al oírla era como si nunca se hubiera marchado. Le ordené a mis pies seguir avanzando, pero una mano sujetó mi brazo y me detuvo, cuando me giró puse una máscara de frialdad en mi rostro.

—Dime — mi corazón latía acelerado pero no lo demostraría.

—¿Podemos hablar?—hice un movimiento para soltarme de su agarré pero él aferró más mi brazo.

—Creo que eso estas haciendo Nicolás—él me miró por un momento en silencio.

—Quiero que hablemos del pasado... —lo interrumpi.

—Nada tenemos que hablar, debo irme, así que sueltame — Nicolás suspiró.

—Quiero explicar...

—No me interesa Nicolás.

— ¿Ezequiela?—desvié la mirada y joder no sabia si era Salomón o Sèbastien—¿Pasa algo?

Nicolás desvío la mirada hacia uno de los gemelos y apretó la mandíbula y me miró con dureza.

—¿Un citadino? ¿A él le diste lo que tanto te pedí y me negaste?

Me acerqué a Nicolas aunque él era altísimo, pero eso no me importaba,lo miré a los ojos.

—Quizás él si supo como despertar mi cuerpo y me enloqueció de deseo—Nicolás me soltó y pasó junto a mi golpeando mi hombro,cerré los ojos,no iba a llorar él no lo merecía.

Sentí un brazo rodear mi hombro y encontré ese color de ojos grises como los mios mirarme con ternura.

—Te llevaré a casa, no estás en condiciones de conducir— no protesté, cuatro años y aún sentí dolor al ver a Nicolás.

—Mi camioneta—él quitó las pocas bolsas de mi mano.

—Damien llevará tu camioneta, por cierto yo soy Salomón— asentí y me dejé guiar a aquel todo terreno.

Todo el camino hacia el rancho, Salomón respetó mi silencio,me ayudó a  bajar.




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