Will
Jugaba con cada palabra en mi mente mientras tarareaba una pequeña canción. Inexistente por su puesto en su estilo. Pero seguro de que si saliera a la luz sería un éxito. Era una rutina para los dos cada mañana: verle con mis camisas puestas sin nada debajo era como una exhibición privada solo para mis ojos, que disfrutaba mientras deleitaba mi taza de café con su aroma esparciéndose por el pequeño espacio. Donde pinceles y lienzos estaban colocados y dispuestos sobre la mesa… quizás acabando tirados por el piso unos minutos después, cuando ella me provocaba, para que mi cuerpo sucumbiera a sus provocaciones.
[Chasquidos, pequeños chasquidos]
—Sigues perdido en el mensaje de esa chica, ni siquiera la has añadido a tus contactos, ¿quién se mete a enviar mensajes con un desconocido? —Suelta un suspiro algo abatido y dice: —Dios mío, William.
Esquivar aquella pulla de Rachel, no era posible.
Pero ya llevaba mucho tiempo —demasiado— con el móvil en la mano. Tenía despierto desde las cinco de la mañana y más de dos horas conversando con ella. Me vino a la mente lo que había pasado aquella noche en aquella fiesta. Beber demasiado ya es bastante malo como para que siempre confunda a alguien con ella y tenga que decir el nombre de esa persona.
Jamás llames a una chica por el nombre de otra.
Lo sé… pero…
—Lo bueno que ha hecho esa chica de los mensajes es quitarte de la cabeza a esa persona.
Definitivamente no estábamos hablando de la misma mujer.
Porque al fin y al cabo no son la misma persona.
Alva.
Rachel mantenía su integridad y gran palabra de prima de ni siquiera nombrarla.
Nuestra relación había terminado hacía más de dos años y medio. Poco a poco iba consiguiendo dejar de contar el tiempo… pero por cosas como esta, a veces se me olvidaba y tenía que recordarlo.
Desde que decidimos vivir juntos disfrutamos cada día. Así son los tres primeros meses de una pareja que se enamora cuando toma una decisión como esa. Pero ¿cuánto pueden cambiar tantos años de relación en sólo tres meses de convivencia?
Tuve que tragarme mis palabras.
—Número equivocado, puede considerarse destino, ¿no?
Quise bromear con eso… Sabiendo que en mi gran frente ya había un gran cartel que decía: Patético.
Ojalá fuera tan fácil decirlo, pero me estaba autolesionando de la peor manera con mis palabras. Segundos después me estaba ahogando con mi propia lengua.
Me sentía tan incompetente… más viendo su cara toda tierna y marcada por la almohada, negándome lentamente lo que decía. Y eso que mi tío había hecho que la noche no fuera tan tranquila, pero más interesante era mi vida que eso.
—Tal vez quería compensarte de la peor manera.
Claro, una chica con la que quería quedar bien en una fiesta y que, por mi estupidez, acabó dándome el número de otra mujer.
Acéptalo. Tienes lo que tienes gracias a ello.
¿Estás para mi o no?
Soy parte de ti, tómalo como quieras. Al menos esa chica no te ve como el idiota que te consideras.
Mi propia conciencia terminó con un suspiro, lo que me hizo tomármelo con calma. Tenía razón.
—E-es que…
—¡Sí! —dijo sarcásticamente hiriente.
¿Cómo la detengo, entonces?
Yo qué sé…
Aunque era normal ese tipo de comentarios por su parte… no te acostumbras cuando te llegan rápido. Y por un pequeño descuido casi me caigo de la silla al darme la vuelta apresuradamente y querer rebatir su seco y odioso “Sí”.
—Le había preguntando incluso antes de que ese nombre saliera de mi boca.
Empezó la disputa por ese número de teléfono.
—¿De verdad?
Se acercó más a mí y me di cuenta por la expresión de su cara. Como cuando éramos niños. Y no dejarle coger mis cosas ya era una regla básica y respetable para mi adultes.
—¡No, no lo harás! —dije, y me apresuré a coger el móvil, que había dejado a una distancia lo bastante imprudencial como para que cualquiera pudiera cogerlo.
—Quiero ver quién es la chica.
Rachel extendió la mano para coger mi móvil. Lo que me divirtió ya que yo era un poco más alto que ella. Y su bata de señora también acompañaba dicha gracia.
—¡Que suerte! —di un suspiro de alivio, y presioné a mi pecho el móvil —Lamento informarte que no tiene foto.
Enarcó una ceja dubitativa… pero deducía muy bien cuando no le estaba mintiendo. ¿Por qué mentirle sobre algo tan simple como eso? Bajé el móvil y me quedé mirando a la pantalla apagada.
—¿Y no se la has pedido? —Rachel volvió a acercarse a mí, esta vez inclinándose sobre mi hombro—, incluso podía ser una anciana: futura Suggar Mommy. ¡Eh!