Asier

Capítulo 3. Nudos en la garganta

Harper

 

—¿Cómo crees que va a salir esto? Estoy tan nerviosa —solté un pequeño clamor, mientras me ponía el vestido —, parece que no me queda bien, ¿será porque he engordado?

Resoplé dubitativa mientras me miraba al espejo y veía la cara de Asier en la pantalla del móvil, parecía tranquilo, estúpidamente con una pequeña sonrisa en los labios, lo que me puso nerviosa.

—¡No te rías! Necesito ayuda… —le devolví el mismo gesto.

Le había pedido que volviera antes del veintiséis de octubre. No quería aparecer sin él en mi graduación. Se lo había dicho. Aunque de momento no parecía importar. Por mucho que insistiera, seguía esquivando mi petición.

—Sonaré como un loro repitiéndolo —hice una pequeña mueca hacía mí misma —, ¿por qué no vienes? Pide permiso. Te juro que, si no apareces, no iré.

Advertí, girándome con cierta imprudencia, golpeándome la cadera contra la silla del escritorio.

—Amor… — hizo una pequeña pausa, un poco larga. Le miré atentamente, mientras intentaba subirme la cremallera del vestido. —Me gustaría estar allí… ¡Te lo juro! —susurró, con su voz colgando de un hilo—, pero no puedo. No voy a poder.

—Se suponía que habíamos arreglado esto hace meses. E ir a una graduación… —contuve un poco mi frustración— ¡Olvidémonos de esto! —Solté mi vestido —Han pasado dos meses y sólo nos hemos visto por videollamada.

Sentía que algo dentro de mí se rompía en ese momento y no sabía qué era, pero quería llorar. No era débil, simplemente me sentía incapaz.

—Ni siquiera pudiste decirme que te ibas.

Me había rendido en ese momento.

Intenté esbozar una sonrisa tonta, cuando por dentro me sentía perdida.

Demasiado incomprendida por mi misma, y la situación no acompañaba en su momento. Vale, sola tenía que enfrentarlo; y al parecer todo mi alrededor está volviéndose gris.

—No es mi intención, Per. N-no puedo, no importa cuánto lo intente.

¿Quién se desfallece en un intento?

Cogí el móvil del escritorio y volví a la cama. No quería pensar en ello. Ni siquiera un poquito.

Me dejé caer en medio del revoltijo de ropa que había sacado del armario. Y fingí que no era nada. Nada de lo que en su estúpido momento estaba pasando.

Le oí toser un poco.

—¿Estás bien?

—Sí. No hay de qué preocuparse. Solo hace un poco de frío —su voz se entrecortó un poco, casi inaudible—. Aquí hace demasiado frío para esta época del año.

—No parece que haga un poco de frío —me exasperé y cambié mi tono de voz a uno más tranquilo y centrado.

—No exageres, Per —sonrío a medias y miro hacia otro lado.

—Eres el único que piensa en ir a Alaska. Tienes que cubrirte del frío. No estás acostumbrado.

—Y si prefieres abrigarme…

Okay. Me había puesto tan roja que me empezaban a arder las mejillas.

Baja la calefacción, querida, y céntrate. Cent-tra-te.

—Iré al médico dentro de un momento, si eso te tranquiliza.

Hice un mohín ante lo que dijo.

—Tan pronto como termine la ceremonia, viajaré allí.

Fue mi llamada de advertencia. Aunque nunca he viajado sola a ninguna parte, porque no tenía necesidad de hacerlo… él me inclinaba a ello.

Aun así, el entusiasmo en sus ojos…

—Estás preciosa.

Su voz susurrante me hizo bajar la mirada, en un silencio repentino, y cuando quise contestar, había cortado la llamada.

 

Eres hermosa, no lo olvides.

Ve y deslumbra a todos, como lo has hecho conmigo en este momento.

Estaré contigo en la distancia querida Per.

 

A medida que leía lo mensajes, sentía un pequeño ardor en mis ojos. Dos meses sin contacto físico me habían resultado extraños después de haber vivido tantos años cerca de él.

 

Sé que parece una excusa para hablar de mi trabajo, pero ya sabes que es bastante exigente. Y ahora mismo después de ir al médico, tengo que hacer un viaje.

Aunque me gustaría estar allí. Me encanto verte.

Te Amo, Per.

 

Apenas conseguí responder a sus mensajes. Bloqueé el móvil y lo tiré sobre la cama.

Me digne en proceder a ordenar un poco la habitación, para ver si así me calmaba. Pero la angustia en mi pecho empezó a bloquearme. El sinsentido del espacio se volvía confuso. Tanto para detenerme frente al espejo y mirarme fijamente.

—Mi amor, daté prisa —oí decir a mi madre en el pasillo, llamando a mi puerta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.