Asier

Capítulo 6. Abrazada a una botella de Wiski

Harper

 

—Hubieras estado genial con él… ¡Y lo estabas! —sonaba eufórica, mientras hacía malabares en la cocina. Algo muy característico de Gina—. ¡Ah! Pero el tío decidió irse —me señaló con la paleta en medio de la cocina —Si fue tú, en la próxima que le vea que corto los grandes huevos que tiene. PERO, ¿QUÉ LE PASA A ESE GILIPOLLAS?

Me sobresalté al oír el fuerte golpe que le dio a la encimera. Hacía tiempo que no me daba uno así. Y observé atentamente cómo removía el contenido de la olla con la paleta hasta que la dejó recta como un puñal.

—Puede que sea el cumpleañero y todo eso… Pero, la próxima vez que lo vea, no dudaré en estrangularlo. Ahora te viste de Cenicienta, que, en vez de dejar al príncipe en el baile, fue él quien te dejo a ti. —Hizo una mueca y un quejido con la boca —¿Qué sentido tiene cambiar el final de la historia?

Esa era la curda realidad de mi historia.

Acabé sentándome en su sofá, tras el gran monólogo elocuente de Gina, y me adueñé por completo de sus aposentos — algo que ella me había permitido, siendo su mejor amiga, casi dueña de la mitad de su herencia —sin darle oportunidad de decirme que no; solo para acabar llorando, desconsolada, en aquel pequeño espacio.

—¿No podría haber sido en otra fecha? Incluso antes de que fueses su novia Si pensaba hacerlo, ¿por qué carajos lo hizo?

Me recogí entre mis piernas.

Regina no dudo ni un segundo en abandonar la fiesta cuando se lo propuse. Aunque no era necesaria, ya que casi había terminado. Qué sátira. Aun así, quería quitarle importancia. Cuando Gael me mencionó a Asier, fingí sorpresa y respeté su decisión.

Que la persona que amas te deje de la nada después de todo lo que le habías preparado.

¿Por qué se besó conmigo?

¿Por qué dejó que todo sucediera como sucedió?

Me sentí inquieta, desesperada, hasta sacudirme el pelo con fuerza y caer con las manos rendidas sobre el sofá.

Me estaba volviendo loca.

—¡AHHH! —solé un grito —¡Dejémoslo así! Tendrá sus razones —dije con desgana, casi fuera de mí.

Quería darle el beneficio de la duda, aunque fuera una estupidez.

Regina se acercó con unas botellas en las manos y las colocó en la mesa junto a la boloñesa que había preparado. No había mejor manera de pasar la tristeza que con comida y bebida. Esa era su regla básica de supervivencia.

—Empezamos con el vino o con algo fuerte —levantó la una botella, que sacó por un lado de su ropa como si fuese algo de contrabando.

No perdía su toque de querer encontrar la manera de decirme: “Aquí no ha pasada nada”. Tan solo un idiota que se acaba de ir, y ya para eso había pasado mucho. Me habían dejado.

Paso de ser tu querido Asier, a ser un idiota.

Aún mantiene el beneficio de la duda, ¡vale!

—Mmm —moví la cabeza hacia un lado, frotándome un poco el cuello—, empecemos con el vino.

Si me iba a hacer mierda, ese iba a ser el primer trago —despacio, despacio —para quitarme los placeres.

Pasé de una copa a otra, hasta que terminamos dos botellas y, al parecer, aún no había llegado alcohol a mi torrente sanguíneo.

Reía como loca haciendo supuestos de toda la mierda acontecida. Igualmente, sobre todas las estupideces que estaba haciendo porque no sabía qué hacer con mi vida.

Gina se había quedado callada.

Justo entonces, apareció la Omar situado a un costado de la entrada del pasillo a las habitaciones.

—¿Ya han terminado? —sonó somnoliento.

—No —dije abatida y solté una risita—, Gina ya está dormida.

En ese momento, Omar cruzó la habitación arrastrando las zapatillas hasta que llegó con su gracioso pijama, que parecía haber robado del armario de Gina, y se sentó en el sofá junto a ella.

—Quizá puedas pararle un momento.

Me quito la copa de la mano, para verle después servirse una.

—No entiendo por qué se dignan a beber —Omar levantó la copa y bebió—. Y no lo digo por ti, Per, lo digo por ella.

Gina babeaba mientras dormía.

Quería olvidar lo que había pasado y hacer que el día siguiente fuera como uno en el que todo lo que había sucedido fuera sólo un sueño. Pero mi corazón quería seguir martilleando lentamente.

—¿Cómo es que…?

—Nos convertimos en lo que somos ahora —bajó la copa—. No lo sé. Esa es mi respuesta. Creo que fue su buen culo.

Le aventé un cojín a la cara.

—¡Hombres! ¿Por qué siempre miráis el culo?

—Ella me lo puso en la cara —se puso a la defensiva mientras sacudía volvía a tomar otra copa de vino y la batía lentamente para pasarla a su nariz y oler su contenido. Se veía tranquilo—. No fue culpa mía tropezar con su culo aquel día. Tiene un culo estupendo, eso está claro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.