Will
Terminé llorando y sin descanso también acabé despertando hay mismo. Me había quedado dormido y el dolor de cuello era insoportable. Miré la hora y ya eran las seis menos treinta. ¿Qué podía hacer? Sin decisión y menos dirección, me levanté del suelo, fui a darme una ducha y me puse lo primero que encontré. Bajé las escaleras y miré por el pasillo. La casa me parecía desconocida.
Al entrar a la cocina con unos analgésicos, me miré la cara en el cristal de la estantería: todavía tenía el pelo mojado. Finalmente acabé saliendo, tropezando con lo que había hecho hacía un par de noches. Quería deshacerme de todo, pero mi frustración se convirtió en un impedimento en ese momento…
¿Cómo ocupar mi tiempo?
Estaba con la cabeza apoyada en el volante, parado en las afueras del pueblo. Solo buscaba distraerme y estar fuera de casa todo lo que pudiera. Siempre que no sé qué hacer, salgo de casa, así lo he hecho durante muchos años. A veces mi madre se preocupaba mucho cuando no volvía en días. La echo de menos, pero últimamente se había alejado tanto que me enfadaba. Papá quería seguir intentándolo, igual que yo. Pero acabar roto en algún momento de una relación es algo de lo que no podemos huir.
—Es demasiado temprano para tus llamadas.
Rachel estaba muy somnolienta aún.
—Lo sé —susurré—, pero ¿a quién más puedo llamar en estos casos?
—¿¡Te has vuelto a escapar de casa!? —escucho un sonido parecido a una mueca —William, William, William, no cambias, ¿no? ¿Cómo puedo ayudarte ahora?
—Necesito estar fuera de casa todo el día… pero tampoco no quiero hacer nada.
«Esto apesta» quería decirle.
—¡Ay! ¿Por qué no te bajas la aplicación Uber para pasarlo fuera trabajando? Además, no entiendo por qué te molestas en este tipo de cosas si ya eres un hombre con suficientes ocupaciones, mucho dinero, que si yo fuera tú estaría fuera del país por un tiempo —se quejó y escuché cómo el sonido de sus sábanas interfería con la llamada—, quiero dormir —estiró su voz—, llámame más tarde para ver cómo te fue. Ahora cuelga o te mato.
—Gracias.
Tras su amenaza colgué inmediatamente.
«¡Uber, Uber, Uber!»
¿Era una posibilidad?
Me gusta más la segunda opción de Rachel.
Es posible, pero no.
¡Ay! ¡Descárgala ya! No sé por qué me digno a darte una opinión.
Ya está, lo tenía. Ahora a esperar.
Seguí conduciendo en dirección a la ciudad. Estaba a media hora de camino. Cuando llegué eran las seis y veinte. Hasta entonces, estuve solicitando un café y esperando a que alguien contratara el servicio. Era bastante temprano… hasta que recibí una notificación de la aplicación.
¿En serio?
Tú lo pediste, ¿no?
Es mi café.
No empieces.
Está bien, lo pedí. Mi café tendrá que esperar.
No entiendo por qué te quejas.
Entre al coche y puse mi café en el porta vasos. Estaba a cuatro manzanas de donde la persona había marcado su destino. Un edificio grande, algo lujoso por fuera y con un aire familiar. Salí del coche para esperar al primer cliente del día. Hacía un poco de frío, así que me guardé las manos en los bolsillos. Llevaba casi quince minutos esperando fuera y aún no había salido nadie. Tenía la opción de cancelar el servicio o cobrarle un extra por la espera. Pero era el único cliente por el momento, quería verlo así, ya que no quería atender a otras personas, además por la tarifa que ya estaba marcada y no veía nada mal el pago.
Avaro.
Es bueno conocer el trabajo de otros, ¿no?
Si tú lo dices. Sabes que aún queda esa opción.
No insistas.
Volví a sacar el móvil, esperando a que me contestaran, hasta que sentí una pequeña brisa y miré a la chica que salía del edificio. La miré con gran atención, su estilo minimalista de vestir imponía armonía visual: con un vestido blanco ajustado cuya falda que caía por debajo de la rodilla, un buso blanco informal que la cubría del frío, junto con un pequeño bolso Chanel beige y zapatos de tacón de tiras. La sencillez y la falta de florituras eran espectaculares. Llevaba el cuello descubierto debido a su pelo recogido. Volví a mirarla, y sus ojos marrones estaban un poco rasgados: parecía que no había dormido mucho.
Así que era ella quien había contratado el servicio. En mi asiento, me abroché el cinturón y no pude dejar de mirarla por el retrovisor. Soy pintor hasta la médula, aunque ahora no todo el tiempo. Pero distinguía los matices allí donde veía…
—Espero que esta vez podamos hablar un poco más.
Procedí a arrancar el coche. Desde luego, no esperaba volver a encontrarme con ella. Los minutos pasaban y por un largo momento, a pesar de nuestro encuentro, muy poco fluyó de nuestras bocas. Mientras ella veía a través de la ventana…