Harper
—Te he dicho que no entraras así en mi habitación.
Al caminar por los jardines e ir alrededor de la piscina… protegía una pequeña ansiedad en mi pecho. Me senté ensimismada respirando hondo, perdida en mi ensoñación. Era como si toda la ansiedad que atormentaba mi ser se hubiera desvanecido en un segundo —eso quería creer—.
Al ver su habitación casi vacía, todos sus materiales de trabajo estaban colocados muy estratégicamente en una caja medio abierta junto a su escritorio. Las ventanas de su habitación que siempre estaban cerradas se habían abierto. Y lo que parecía un lugar donde no llegaba la luz, ahora, al oír su nombre dibujado en mi mente, cambió esa oscuridad de un momento a otro.
Si hubiera tenido un espejo en ese instante, habría puesto la misma cara que puse al verme en aquella agua con toque turbio. Mi mundo estaba atormentado. Se me entumecían las piernas. Apreté mis manos, y nacía en mi necesidad de querer huir.
Estaba ahí donde a veces el solía sentarse, de vez en cuando con una botella de cerveza en la mano. Fuera lo que fuera lo que intentaba hacer estaba distorsionado. Tontamente pensaba deliberadamente. Si dicha realidad donde el siguiera fuera era una mentira, quería vivir en ella. Ya estaba un poco loca, así que, aunque estuviera loca, no sería raro. ¿Verdad?
Mire todos los rasgos de su cara.
Internamente las dudas me asaltaban: ¿la melancolía que llevaba no era más que su sombra a la que yo había querido seguir todo este tiempo? ¿dónde estaba realmente? Nunca lo supe, porque ni siquiera tuve tiempo de visitarlo. Era una excusa tras otra lo que me impedía ir a donde estaba.
El silencio empezaba a molestarme. Me contoneé un poco. Medio riendo, quise intentar levantarme. No sé por qué seguía perdiendo el tiempo en un lugar que no veía luces, que no necesitaba ya mi presencia y que pronto dejaría de ser lo que era.
Me estaba volviendo loca.
Hasta que sentí una mano en mi rostro.
«Puede que te estés volviendo loca deliberadamente o en última instancia, simplemente llegue alguien para poder salvarte».
El mareo era notorio. Bastante angustiante. Mire de un lado a otro, cerciorándome de que esperase que todo fuese un simple invento. Simplemente no quería pensar en ello. Sacudí la cabeza todo lo que pude, para perderme en algo que no fueran sus recuerdos o en la posibilidad de que todo fuese diferente.
Me estaba sofocando.
Y de repente volví a centrarme:
—¿Uber? —Oí una voz susurrada y apaciguada.
Aquella mano que me había tocado sutilmente era la de él. Tenía el rostro sereno y un brillo muy especial en los ojos. Que sin pedir permiso se sentó a mi lado y miró al frente. No parecía ser su centro, pero si parecía ser el mío entre tanto caos.
Volví a negarme a mi misma.
Parecía importante que regresara a casa, pero entonces me sentía como la Harper de hace unos años, sintiéndome como si se hubiesen burlado de mí, con tan poca importancia como antes. Realmente…
«¿Por qué me sentía así?»
Con las inmensas ganas de llorar.
Pedía al cielo solo controlarme. No parecía ser el mejor paso que hubiese dado cualquier persona. Yo no me veía haciéndolo. Era mi tiempo, mi momento… era mi espacio sin él al que debía enfrentarme, y no estaba preparada totalmente.
—Es extraño que sigas por aquí —dije, despreocupada, ignorándome internamente. —¿Cómo has entrado?
—Dije que era tu chofer… Con contrato indefinido a partir de hoy. —Me hizo un pequeño guiño.
Ese gesto me hizo mucha gracia. Aunque su pequeña compañía, innecesariamente estaba bien. —¿Cómo era que tomara esto como algo bien? —Considerando que mi nariz se estaba poniendo un poco constipada y que en mi garganta resistía contenerme un nudo. Lo mire un poco —quizá demasiado—, porque me recordaba a él en cierta medida.
«Es suficiente tormento por un día».
La calma que creía tener no era más que un infierno, que me quemaba en carne y hueso.
¿A quién quería engañar?
—Sentí que te vendría bien un poco de apoyo, pero si quieres que me vaya, lo haré.
Soltó un pequeño suspiro y activó su modo pánico al abatir sus manos como un pájaro queriendo recién volar del nido, con un pequeño toque de torpeza que lo hacían ver con carisma.
Con su gesto consiguió sacarme la sonrisa más estúpida. Y la más necesaria para quizás hacerme ver que incluso en el lugar más oscuro podía encontrar algo de luz. Y que, aunque las barreras estuvieran no siempre es necesario chocarse con torpeza, putear a la vida y mandar todo al diablo. Que, tal vez puedas tomártelo con un poco de gracia.
—No creo que vaya a ser necesario —respondí susurrante casi atragantándome con mis propias palabras y volví a bajar la mirada—. Entonces, gracias por ser mi chofer —exhalé —¿Trabajas de eso?
Dije, mientras me acomodaba un pequeño mechón de pelo detrás de la oreja, ubicándome erguida en la silla, dejándome la mitad de la cara cubierta. Quería romper un poco la tensión, posiblemente para no echarme a llorar.