Harper
Mientras seguía descubriendo a alguien que ya no tenía y que en el fondo de mis cajones guardaba aquellas cartas con sus pequeños fragmentos de memoria: cartas perfumadas con su ser. Debí de ser una tonta para haberme inventado semejante historia en mi cabeza.
No se puede negar, querida.
—Tú eres la chica, ¿verdad?
Parecía muy atento mientras disfrutaba de su café y yo me sentaba con las piernas y los brazos cruzados en aquella silla, aún sin dar un sorbo a mi taza. Aquel café tinto era profundo y aquel olor me hacía desear estar en otro lugar.
—¿Qué chica crees que podría ser?
—La del libro —dio un mordisco a su cruasán—. No hay ningún nombre entre las páginas. Y tú eres la que cuenta la historia al final, ¿no?
Parecía haber descubierto mi secreto.
Muy considerado, ¿eh?
Sólo por gratitud iba a responder a esa pregunta.
—Sí. —Dije inmutada, a la vez despreocupada y al mismo tiempo aliviada. Y finalmente decidí tomar un sorbo de ese café.
—¡Delicioso! —¡Y lo estaba! —¿Cómo pude pasar por alto esta cafetería?
Me arrepentía de mi horrible elección de cafeterías. Al fin y al cabo, con los años se había convertido en una de mis bebidas favoritas, un gusto adquirido indirectamente por alguien a quien no voy a nombrar.
Al igual que tienes la peculiaridad de elegir personas con las características “adecuadas”.
¿Masoquista?
¡Ja!
Depende de lo peculiar que sea el café. O demasiado dulce o demasiado amargo. Por eso prefiero el intermedio. Y era perfecto.
—Estás con un experto cuando se trata de tener los mejores lugares para tomar café —sonó bastante orgulloso de sí mismo, bajando su taza con tranquilidad, incluso siendo el sonido del portavasos de café tranquilizador—. Así que sí, eres tú.
—¿Qué te hizo suponer que era yo?
—Me acordé de una cosita cuando íbamos de camino. No podía creer que tal vez realmente estuviera suponiendo que tú serías esa chica. Pero veo que mis sospechas eran ciertas.
¿Podría ser algún enfermo?
Me permití hacerme esa pregunta.
Muy atento para averiguar esos detalles.
En estos dos años, nadie me había hecho esa pregunta sobre ese libro. Su comentario fuera de lugar resonó en mi cabeza.
Deberías correr, es una sugerencia.
—Mmm —presté atención, parecía haber descubierto una nueva maravilla del mundo—, ¿Te acordabas?
Decidí quedarme.
Te desconozco.
—Es la segunda vez que voy a esa casa.
Me puse alerta.
¡Ya ves!
Sentí que mi conciencia se puso como ese emoticono con los ojos entornados.
Si era bastante peculiar escuchar aquella, pero no atormentador como pudiese habérmelo tomado otras veces. Dudé mientras le escuchaba, enarcando una ceja.
Así que ya conocía el lugar.
Volví a cuestionarme si lo que había pensado era realmente un delirio o no. Y si mi decisión de quedarme y escucharle era la correcta.
—¿Y cuándo fue la primera vez?
—¿De sexo o de visita a esa casa?
—¡No cuestioné eso! —sentí que mis mejillas se ponían rojas por esa pequeña jugarreta de palabras.
—Hace dos años, en una fiesta.
Podía haber sido en aquella fiesta, era la única que se me ocurría que había tenido lugar en aquella fracción de tiempo. Volví a reprimirme. Ya había cometido bastantes locuras y una más solo daba puntos extras a la lista.
—De hecho, esa noche estabais tú y él —comenzó a remover su café, confirmándome que sí, que era esa fiesta—. Bendita sea Rachel por hacerme entrar sin invitación.
—¿Rachel?
—Sí, mi prima. Esa noche volvía de viaje y no quería dejarme solo en su piso, así que decidió arrastrarme con ella —me miró—. ¿Por qué pones esa cara?
—Parece que me estés mintiendo.
—¿Por qué mentirte? —Sacó el móvil y me enseñó una foto.
Esa Rachel.
¡Es Rachel!
—¡Joder! Esa Rachel es tu prima.
Demasiados “esa”, por el amor de Dios.
—Entonces también eres el primo de Omar.
—¿Os conocéis?
— ¿Te haces el tonto o qué?
—¡Tu pregunta también era capciosa, eh!
Se echó a reír.
—¿De qué te ríes?
—Para saber en qué momento pasamos de tú a tú, no se suponía que era tu chofer—. Bajó la mirada —Espero no parecer idiota. Mi prima no habla mucho de ti. Parece que ni siquiera sois amigos. Y yo apenas hablo con Omar.