Asier

Capítulo 17. Verdades

Will

 

Perdí la cuenta de cuántas veces reboté la pelota en aquella pared. Pensar que también era su habitación era al bastante desagradable. No apreciado, y mucho menos deseado.

«Juzgué a Asier por lo que había hecho».

Esa mirada perdida, no podía quitármela de la cabeza. Lo que había querido hacer con su vida se reflejaba en su nombre: Harper. Se notaba lo mucho que la quería, a pesar de su estupidez. Y al mismo tiempo, me dolía la cabeza de tanto pensar. De dibujar todos los escenarios en los que tenía que estar y llegar a ese punto.

«¿Por qué?»

Me tumbé boca abajo en la cama deseando con todas mis fuerzas que toda aquella mierda fuera sólo, —y seguía insistiendo sólo… —una mentira. Ahora estaba en sus zapatos, pero ningún infierno puede compararse.

Los artistas nos reflejamos y nos vemos dibujados en lo que pintamos: los cuadros son la esencia más pura y la aproximación más tinta a ver el alma como los propios ojos. Cuando la tristeza y el quebranto están en ti, la sintonía de colores grises y azules aparece en su gama más amplia, y elegir en la intensidad del color representa lo más doloroso, de ese sentimiento maldito que te ataca; lo mismo ocurre con la subida de los estados de ánimo, los colores cálidos e intensos. Pero, ¿qué ocurre cuando no encuentras sentido a lo que sientes? Mi respuesta estaba en la mezcla de colores que al final daría el negro.

Idealizaba la idea de cómo mi cuerpo caía por un maldito abismo. Uno en el que no sabías si tocarías fondo, te estrellarías, te harías añicos, y ese lienzo al menos se pintaría de rojo en lo negro; o tal vez en una pequeña fracción de momento encontrarías alguna luz que te sacaría del agujero en el que ya estás.

Me tapé la cabeza con la almohada, gritando con rabia al colchón, y acabé abollándolo con todas mis fuerzas hasta que rompí la lámpara de lava que tenía sobre el escritorio. Me levanté, recogí los trozos de cristal y miré por la ventana. El ambiente parecía tan tranquilo como de costumbre, sólo que…

—¡Por favor, sólo esta vez! —Se aferró a mi brazo como una sanguijuela, lo bastante agradable como para que no dudara en sonreírle.

—¿Cuándo llegará el día en que no dejes de convencerme con esa mirada? —procedí a levantarle la barbilla y nos miramos — ¡Sólo por esta vez!

Mis labios chocaron suavemente con los suyos. Me separé de ellos y procedí a mirar su hermoso rostro y a acomodar su cabello.

—Tengo que dejar de convencerme cada vez que haces eso —dije divertido y dejé escapar un pequeño suspiro que acabó helado.

—Me encanta esta época del año… —Empezó a correr, con un brillo único en los ojos bajo las luces navideñas, su rostro había adquirido un tinte ámbar en las mejillas, mientras se paraba con las manos en los bolsillos junto a un árbol de Navidad—. ¡Vamos, tienes que hacerlo, es divertido!

—No sé si es divertido correr por la calle, ¡te vas a tropezar con alguien!

Corrí hacia ella y acabé atrapándola por la cintura entre mis manos. Su calidez me hacía sentir seguro.

—Espero que cuando siempre tropiece con alguien seas tú.

Quería, en mi frustración quería…

—Puedes coger esos trozos, con dos opciones: hacerte daño o intentar repararlo. Segunda opción que también lleva a la primera —habló mi padre detrás de mí, sorprendiéndome. Al verle, supe que estaba llorando—. No siempre acabamos con un para siempre en la vida de alguien. Simplemente a veces somos el puente. Pero algún día tal vez seremos un destino.

Caminó despacio y se sentó en el borde de la cama.

—Alva ya no está en tu vida, por lo que veo… —dijo en voz muy baja, como si fuera más normal para él que para mí—. Esa lampara —era un regalo de ella.

—Con una ruptura más fuerte, que es la separación de los dos…

—¡No es lo mismo, William! Lo que sí sé es que todos somos frágiles. Esta piel lo sabe muy bien —sonrió un poco abatido—. Se puede decir que cuando uno se enamora, no está exento de fragilidad. Tú lo sabes muy bien, ¿verdad?

—Tengo tantas cosas en la cabeza, papá —no había esperado mantener una conversación con él—. No es solo Alva. Por otra razón… Me siento roto por alguien más.

—¿Entonces no es sólo ella?

—Sí, papá. Me frustra tener que descubrir la verdad de una forma amarga.

—A nadie le gusta eso —le miré las manos—. Vamos, ¡dame eso!

Solté el vidrio que sostenía y que me había arañado un poco la piel.

—Que tu mano solo tinte de pintura… A tus treinta años, puedes volver a intentarlo. Y dime: ¿por qué te sientes roto por ella?

—Pasó por delante de mis ojos y me pareció que su vida nunca había existido.

—¿Y para ella?

—Su novio muerto le mintió, porque no está muerto, y ella vivió creyendo esa mentira durante estos dos años. Yo también… —comencé a jugar con mis dedos, con la cabeza gacha—… le revelé la verdad sobre él.

—¿Qué te llevó a hacer eso?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.