Asier
Cuando quieres pedir perdón, tu garganta se asfixia, te entra un cosquilleo en el pecho y pierdes la fuerza de los músculos. Te sientes débil e impotente, puteando a la vida con un carajo, cuando en tu mente esas palabras suenan fáciles de decir, pero cuando quieres decirlas, duelen. Porque sientes como si estuvieras tocando las llamas del infierno. Ese es el peso de la mentira y la pérdida en su momento.
—Perdón —dije con el mayor temor de mi vida, sintiendo que el vacío me aguaba los ojos—, me negué a verlo. Pensé que tenía razón en lo que hacía, pero no quería perderte. No quería que vivieras esto conmigo —sentí como si me cortaran la garganta —No tienes idea de cuánto te he extrañado.
Sentí la necesidad de abrazarle, de sentir quizás por última vez su cobijo y disiparme lentamente de su mundo.
—Mereces alguien que te ame con más intensidad… donde una mentira no se confunda con amor.
Él había arriesgado más de lo que yo pude arriesgar.
La veía quieta.
Estaba preparado para cualquier cosa.
Lo único que no esperaba era un beso de ella.
— Eres el mayor tonto del mundo.
Parecía contenerse en sus palabras.
Cayó de rodillas y apretó las sábanas. No podía soportar escuchar sus sollozos. Sabiendo que yo era el causante de aquello. Me cubrí los ojos con el brazo y no pude dejar de odiarme, sabiendo todo lo que había pasado estos últimos años.
—Es estúpido escuchar que eso salga de tu boca.
Me recogí en mi sitio y escuchar esas palabras me dolió.
—Sólo alguien puede arriesgar más en esta vida que yo, Per —lo había hecho.
Vi a Camile de pie al pie de la puerta, junto a mi padre y mi madre. Per se levantó y se negó a mirarme. Sabía que era su último beso. No quería distanciarla de ellos… Camile se apresuró y la abrazo.
Solo quería que se fuera y ya no soportará más la indiferencia. Porque yo tampoco la soportaba…
Me odiaba a mi mismo.