Asier

Capítulo 20. Desprenderse

—Hemos sido víctimas de todo este mal embrollo. Alva… —Me esforcé por decir su nombre —Es la chica del cuadro del otro día, por quien me mantuve despierto esa noche.

Guardé silencio.

—No pretendía asustarte —susurré.

Era el punto más bajo de mi vida.

Su caos y mi caos.

Nuestros cuerpos estaban empapados, el suelo frío sentaba bien después de todo. Per inclinó la cabeza hacia un lado y se llevó la mano a la barbilla. Observé sus intentos fallidos. Sentí un nudo en la garganta y, sin embargo, estábamos… solo estábamos siendo.

—Es hora de dejarlo ir —dijo, mientras detenía el choche en la entada.

La vi bajar tranquilamente -si eso era lo que quería darme a entender-, pero no podía ocultar ese pequeño temblor en los pies mientras daba pequeños pasos. Era más su lucha que la mía. Era enfrentarse a quien una vez amó, o seguía amando.

Detrás de lo que haya pasando en ese parde horas dentro de la casa. Sus indicaciones fueron que pase lo que pase, no diera un paso a dentro. Que fuera como fuera, ella volvería. Hasta que por fin salió: derrotada, bastante intranquila y con mal sabor de boca en ese momento.

—Ahora preferiría un monólogo de Shakespeare. Sería una excelente historia trágica que lo inmortalizaría para el resto de su vida. “Un hombre que se creía amado, cuyo corazón se desgarró al ver que no era nada en la vida de su amada, a la que acompañaba otro hombre que no era él”.

—Qué línea introductoria —dijo singularmente—. Y una muchacha desgarrada por el engaño de su amado, que fingió su muerte sólo para evitar decirle la verdad.

—¡Touché! Nuestras historias no se parecen en nada a una obra suya, ¿verdad?

—Te falta leer.

Sólo queríamos reírnos de nuestra propia historia. Saber que, aunque leyéramos nuestro libro, no podríamos cambiar el final de las cosas. Que hay hechos que se deben dejar intactos.

—Es hora de irse —dijo muy tranquila—, pero esta vez voy yo.

Tenía la mano extendida esperando a que le diera las llaves.

—No puedo decir que no, ¿verdad?

Sacudió ligeramente la cabeza y le cedí en sus manos el control de nuestro viaje. Cuando entró en el coche se quedó con las manos quietas sobre el volante. Me bajé lentamente el cinturón de seguridad y luego me concentré en el equipo de música, que sonaba pasada la medianoche.

—No pude amarlo como debía —se lamentó a través de sus propias lágrimas, mostrando finalmente su rostro húmedo.

Ahora que la he visto, he descubierto lo que buscaba. Y con ella también he comprendido algo de mi vida, que había dado por perdido.

—Porque lo deseas. Por eso sientes que tu amor por él no fue suficiente.

Per me miró.

Le toqué la mejilla y se la froté.

—No todos estamos siempre satisfechos con lo que damos. No es que no le quisieras lo suficiente, porque le querías. Le querías lo suficiente… Simplemente el no estuvo preparado para ello.

Me acerqué a ella y posteriormente la abracé. 

A veces concluimos olvidándonos de nosotros mismos. 

Recordé nuestro momento sentado en medio del aparcamiento, cuando la dejé sola un momento para ir al baño, porque necesitaba separarme de todo lo que estaba sintiendo, y me miré un momento en el espejo. Todo lo que había visto Per de mí. no todo el mundo puede verte en tu peor momento.

—Es hora de irnos —dijo, alzando la voz, mientras tiene bajada la ventanilla del coche.

—¡¿Asegúrame que no vamos a morir?!

—Nuestra propia existencia ya o es necesaria… es hora de vivir.

—¿Estás loca?

—Siempre lo he estado.

Hice caso de sus palabras y la seguí sin vacilar. Me abroché bien el cinturón y me volví para mirarla. ¿Qué bueno es correr este tipo de riesgos? No lo sabía. Pero sus ojos lo decían.

Ella se limitó a reírse de mí y empezó a poner el coche en marcha. Nuestro destino estaba en otra dirección. La noche nos había alcanzado. Y de regreso no había casi coches en la carretera. Él nuestro era el único que iba de regreso.

—Rachel va a odiar el olor del coche después de esto.

—¡Sí! —Per sonrío.

—¿Qué piensas hacer, Per, después de esto?

Las paradojas de tener que enfrentarte al simple hecho de desprenderte de todo lo que sentías por alguien, se vuelve como puñaladas en tu ser, siendo quizás tus propias acciones el detonante de ello.

Es una pena cuando los momentos se guardan en ciertas cosas; y cuando esas cosas te recuerdan a ese alguien. Se convierten en píldoras amargas sin un final dulce; aunque dependen del significado que nosotros mismos les demos para crecer. ¿Cuánto se guarda o cuánto queremos guardar realmente? Sólo nosotros elegimos.

Para algunos no es justo sacrificarse por alguien que no se sacrifica por ellos. Pero tampoco es justo buscar reconocimiento por ello. Al final todos acabamos sacrificando algo, y todos acabamos quebrantando a otros. Es algo natural en todo ser humano. Y muy pocos son los que abrazan su destino y deciden seguirlo hasta ver cuál será el final, bueno o malo, sentir gratitud es lo único que debemos tener dentro de nuestro ser. Y la respuesta que buscamos es simplemente perdonarlos.




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