NARRADOR OMNISCIENTE.
—Amon, concéntrate. —musitó el castaño, mientras miraba al marqués.
Estaban ambos en su casa, en su habitación, Hunter se situaba en una silla justo en el centro de aquella habitación mientras Asmodeo estaba apoyado en el marco de la puerta mirándole con fijeza. El rubio abrió sus ojos y gruñó, estaba perdiendo lo poco que le quedaba de paciencia.
—¿Cómo quieres que me concentre?, este cuerpo es débil e inútil, por más que quiera dejar fluir lo que soy, no lo consigo. ¿Cómo lograste hacerlo tan rápido?
—No fue rápido, fueron meses, te estoy enseñando a ser humano y demonio a la vez en un día, cuando yo aprendí en meses, es claro que te costará al principio. —Hunter bufó y volvió a cerrar sus ojos, suspiró y se quedó quieto.
—Los humanos son una escoria, no sé cómo es que ahora soy uno de ellos. —escupió esas palabras y suspiró con pesadez.
—Porque así debe ser, así está escrito.
Y después de que Asmodeo dijo eso, Amon empezó a concentrarse, esa estúpida profecía que estaba escrita debía cumplirse, y ellos debían seguirla al pie de la letra, aunque con Amon aquello era impredecible, podría cambiar todas las reglas del juego y volcarlas a su favor.
El rubio moderó su respiración y relajó sus músculos, debía buscar de nuevo sus habilidades, esas habilidades que lo hacían ser él, poder ver el pasado y el futuro, provocar la ira entre humanos, la destrucción, el sufrimiento y los holocaustos. Todo eso debía volver a él, para sentirse un demonio por completo, uno sin poseer su verdadera forma. Estar encerrado en ese cuerpo prístino y joven empezaba a hastiarlo, pero poco a poco se familiarizaba con él, era muy contraproducente y voluble, después de todo, Hunter y Amon tenían mucho en común, era una lástima que Hunter ya no existiera más, seguramente se hubieran hecho buenos amigos.
En menos de unos segundos, un silencio inquietante llegó a oídos de Amon, el ambiente que lo rodeaba pareció desaparecer y sintió una corriente caliente, hirviente y ardiente recorrer todo su cuerpo, aquello se sentía tan bien y familiar, era como volver al infierno, a aquel del cual fue desterrado.
El sonido de las brasas y los gritos suplicantes se escucharon de golpe, ahora todo lo que le rodeaba parecía estar en un calor a extremitud, uno que para un humano sería insoportable, sintió su piel arder mientras ese viento caliente impactaba sin ningún ápice de cuidado, pudiéndose llevar todo a su paso, cuando abrió sus ojos de golpe se encontró en su hogar, en aquel que tanto anhelaba, el hogar donde perteneció siendo uno de los demonios más poderosos, y aunque aún lo fuera, su entrada al inframundo estaba prohibida, su padre así lo había querido cuando él se reveló ante él y estuvo a punto de arrebatarle el poder, a punto de arrebatarle su trono.
Se levantó de la silla que aún estaba ahí, y con pasos firmes caminó hacia el frente, había escuchado decir a muchos humanos que deseaban ir al paraíso cuando murieran, a ese cielo que tanto mencionan, si tan solo supieran esos mortales que el verdadero paraíso era el mismo infierno, ese paraíso ardiente y sofocante que corrompe a las almas impías y podridas, ese era su trabajo, castigar a los pecadores de la manera más grotesca y violenta.
Siguió su camino sin detenerse, sus cabellos rubios se movían sin control y sus ropas eran manejadas por la fiereza de la ráfaga de viento, todo era de un color llamante, rojizo, y humeante, el olor a azufre llegó a su nariz, aquel olor que tanto extrañaba, las almas que estaban en el suelo empezaban a suplicarle que los liberaran, tomaban la tela de su pantalón para detenerlo y así llamar su atención, pero él no se detuvo, llevándose a rastras a unos cuantos abruptamente, se sentía poderoso estando ahí, era como que el infierno le diera energía, vida.
La destrucción del mundo era plasmada en aquella escena, una versión siniestra y desgarradora, era el final de los humanos, de todos aquellos, pero ese Dios que tanto adoran las llevaba directo a la libertad, a la paz y la serenidad, cuando la verdadera justicia era castigar, lastimar y manipular.
Como si el infierno supiera que él estaba ahí, las nubes rojizas que permanecían en lo alto se alinearon, formando un camino que él siguió, si en verdad hubiera estado ahí, aquello le resultaría de los más fascinante. Poco a poco llegaba hasta donde era su objetivo, donde estaría su padre, sentado en ese trono comandando a todos los demonios, a todas las legiones, menos a las suyas.
—Lo quiero aquí, quiero a mi primogénito frente a mí con vida, suplicando porque lo perdone. —espetó, esa voz tan grave, espectral y siniestra que a cualquier humano enloquecería resonó por el ambiente.
Amon se acercó más a donde aquella voz provenía, y cuando atravesó una enorme puerta negra con decoraciones extrañas y lúgubres miró a sus amigos, a todos ellos al frente de aquel ser imponente, alto, bestial y hermoso. Su padre.
Su piel era de un color grisáceo como el suyo, pero más oscuro, sus ojos eran negros por completo, sus cuernos eran el doble de grandes que los suyos, sus alas eran las más preciosas de todo el infierno, sus colmillos eran largos y bien apilados mientras que sus garras superaban el tamaño de todas las de sus demonios. Sin duda alguna Satanás era el ser más bello que existía en la tierra, un ángel caído que desafió al mismo Dios caracterizado por poseer la verdadera esencia de la belleza.