NARRADOR OMNISCIENTE.
—Por favor, no me toque, deje que me vaya, le juro que si lo hace no diré nada. Por favor.
La chica sollozaba con una voz a punto de quebrarse y quién estaba ahí con ella solo soltó una carcajada, se acercó lentamente y con su mano tomó su mentón con rudeza, obligándola a verlo, ella no podía hacer nada, estaba atada de manos y pies, totalmente frágil ante él.
—¿Crees que te dejaré ir tan fácil? —cuestionó y la soltó de golpe haciendo que quedase cabizbaja.
—No he hecho nada, Señor A–
—Cállate.
Le ordenó seguido de una muy sonora cachetada, el rostro de la chica se volteó y sus ojos empezaron a expulsar finas lágrimas que se mezclaban con el delineador negro de sus ojos cual caía por sus mejillas ya enrojecidas, siendo la viva prueba de que unas grandes manotadas la habían azotado. El hombre que estaba ahí con ella se acercó aún más, y se hincó quedando a su altura, la había amarrado de una manera infame, manos y pies juntos, sujetos solo por una cuerda que se sostenía de la parte de arriba de aquella habitación mugrienta y mal oliente, dejando que su pecho estuviera a solo centímetros del suelo, la mordaza estaba en su cuello, pues antes había estado en su boca para hacerla callar. El sujeto llevó su mano a su mejilla, y la acarició con malicia, la chica solo cerró sus ojos, evitando el contacto visual, él acercó su rostro al suyo, justamente sus labios hicieron contacto con su oreja.
—Me gusta que no hablen, no soporto las súplicas baratas, los llantos y los gritos de aquellos que merecen ser castigados. —y separó su rostro del suyo, para quedar frente a frente— Mírame.
Pero ella no obedeció, se quedó así, viendo hacia el suelo, y él empezaba a molestarse, le molestaba que no hicieran lo que él pedía, y eso traía consecuencias.
—¡Haz lo que te pido maldita sea!, ¡mírame niña estúpida!
—Por favor, le juro por Dios que no he hecho nada, ¿por qué me hace esto?, ¿por qué a mí?
Preguntó, ya con su voz en un hilo, él sonrió y dio una leve palmada a su mejilla para luego levantarse y caminar hasta donde una mesa estaba, encima de ella había un crucifijo, un rosario y una extensa variedad de cuchillos y otras armas corto punzantes, pasó su mano derecha por sobre estas, viendo cual sería la indicada para usar en aquella ocasión.
—Sabes, niña. Hay muchos que desean que limpien sus almas para ir al paraíso con un pase libre, y por fortuna aquí estoy yo, para hacerlo, soy como el ayudante de Dios, si quieres verlo así.
Pareció dar con el indicado, una pequeña cuchilla de color blanco, un regalo de su padre ya muerto cuando él tenía tan solo diez años. La tomó y observó como si fuera un trofeo o una reliquia familiar muy importante. En la punta tenía una cruz tallada de color más gris que el resto del metal, jugó con ella mientras se volteaba y caminaba de un lado a otro, pensando en que poder hacerle a la chica que estaba frente a él.
—Pero yo no he pecado. —volvió a decir la chica, sin dejar de llorar— Siempre he sido fiel a Dios, a la iglesia, y a usted.
—No querida. —negó con su cabeza, haciendo un sonido extraño con su lengua— Y aquí no permitiremos a las personas como tú. Ya han habido varios, uno se fue, Hunter estará a punto de hacerlo, y Charlotte, aún falta para que salde sus deudas con Dios.
—Charlotte, ella debe estar en mi lugar, ella ha cometido más errores que los míos, ella ha desafiado a la iglesia, y a sus creyentes, ¡ella debe ser la que esté aquí, no yo!
—¡Que te calles!, o yo mismo sellaré esos lindos labios con una aguja y un hilo. —amenazó, pero luego se tranquilizó, no quería perder los estribos.
Se acercó a ella a nueva cuenta, y ahora pasaba el filo de la cuchilla por su espalda, lentamente hasta que esta impactó con la tela de la blusa que llevaba puesta y la rasgó, al igual que una larga herida se dejó ver desde su espalda baja hasta por sus omóplatos, ella chilló y gritó, pero eso solo aumentó más la furia de aquel hombre, porque clavó con rudeza la cuchilla entre medio de sus omóplatos, pero él tapó su boca con su mano para que no gritara esta vez. Ella estaba débil, y las heridas la estaban matando, estaba perdiendo sangre, mucha, cosa que le afectaba aún más, estaba pálida, tanto que parecía que ahí mismo moriría.
—¿No puedes acaso mantener esa sucia boca cerrada?, hasta siendo torturada hablas demasiado y gritas. Pero eso se terminará. Encargados.
Llamó, y unos hombres con capuchas negras salieron desde una puerta metálica enmohecida que rechinó con fuerza al ser abierta. Eran tres hombres, sus rostros no se miraban, pero eran altos, incluso más altos que Asmodeo y Amon, se colocaron atrás del hombre que los había llamado sin decir absolutamente nada.
—Por lo general usamos vírgenes para nuestros cometidos, pero por ahora, debido a tu impertinencia y tus pecados, será tu turno. Dios estará contento con esto, un pecador menos en nuestro mundo, un mundo que debe corregirse, y eso se hará por la obra de nuestro señor, ¡alabado sea él y toda su estirpe!
Sacó la cuchilla y la chica volvió a soltar un grito ahogado, pero después de que la volviese a callar no dijo nada, solo se escuchaba como sollozaba. Él soltó sus manos y sus pies y la cargó para luego entregársela a uno de los hombres con capucha que habían entrado, la sangre seguía saliendo, manchando el suelo y su traje, maldijo por lo bajo al ver aquello, era uno de sus trajes más finos y ahora estaba arruinado.