—Hermanos míos, esta tarde debemos pedir por el alma de Christine Wright, una joven que sirvió a la iglesia por mucho tiempo, una hija, y una amiga que ahora nos deja para ir al paraíso y vivir eternamente.
El párroco William estaba parado sobre el altar, predicando esas palabras mientras veía a los presentes. Todos vestíamos de negro, estábamos de luto, aunque yo no lo estaba realmente, solo estaba ahí por órdenes de mi padre y de mi madre, Jasper estaba sentado a mí lado y mi madre al otro, ahora no importaba dividir los asientos para niños, jóvenes y adultos, cada uno permanecían con sus familias. Miré a mis alrededores, en las bancas de la derecha estaban Emerald y su padre, en las bancas de atrás estaban la señora Rose y Sebastián, todos viendo fijamente hacia el párroco mientras hablaba.
Esperaba ver a Hunter ahí, pero recordé que el señor Aarón los había exiliado de la iglesia a él y sus padres. Y bueno, ya ni siquiera pensaba en ver a Asmodeo ahí, era clara su ausencia, era un demonio y me preguntaba, ¿qué le pasaría si entraba tan solo una vez?, son como esas dudas existenciales que no te dejan dormir de noche. El párroco terminó de hablar y los padres de Christine se levantaron de sus asientos para ver por última vez el rostro de su hija, el ataúd estaba justo en el centro, un ataúd de color dorado con finos detalles, finalmente el párroco se dirigió hacia los señores Wright y cerró la ventanilla del ataúd donde se podía ver el rostro de Christine. La señora Emilia lloraba desconsolada al igual que el señor Carlisle.
—Reunidos todos despediremos el alma de Christine Wright.
Dijo finalmente el párroco e hizo una señal con la mano a un grupo de chicos que estaban sentados en las bancas cerca del altar, todos vestían de traje, eran los fieles servidores de la iglesia. Caminaron hasta el ataúd y entre todos lo condujeron a la salida de la iglesia por el camino que se hacía entre las bancas. Los demás los seguimos. Buscaba con mi vista a Annie, y logré verla a lo lejos, iba con su madre.
—Quién lo diría, recibió su merecido después de todo. —Sarah me había alcanzado entre la multitud.
—Baja la voz, podrían escucharte.
—¿Y eso que importa?, ella murió y sus padres jamás se enteraron de la clase de hija que tuvieron, algún día deben saberlo.
—No hagas ninguna estupidez.
—No prometo nada. —y me guiñó para luego irse y perderse entre los demás.
—Morir tan joven debe ser algo terrible. —dijo mi madre. Ni siquiera me había dado cuenta que ya estaba a mi lado, ambas caminábamos ya casi por salir de la iglesia.
—Supongo que sí.
—No me imagino como se siente perder a un hijo. Pero espero jamás sentir algo así.
Aquellas palabras las dijo con un gran pesar, incluso noté que sus ojos estaban cristalinos, pero no dije nada, y solo seguí caminando. Salimos de la iglesia y el ambiente parecía contrastar con el momento, todo parecía blanco, negro y gris, la época de invierno había llegado, el frío había aumentado de un día para otro y la nieve empezaba a caer en pequeñas raciones. Caminamos unos cuantos metros hasta llegar al cementerio de la iglesia, donde todos los habitantes del pueblo son sepultados, pasamos por algunas tumbas hasta llegar a donde sepultarían a Christine, todos nos colocamos en una especie de círculo dejando en el medio aquel orificio en donde pondrían el ataúd. Los chicos que llevaban el ataúd lo colocaron al lado del hoyo y los padres de Christine volvieron a acercarse para abrir la ventanilla y mirar a su hija por última vez, Emerald se acercó y lloró, nunca le había visto llorar como en ese momento, estaba perdiendo a su mejor amiga, y al menos ahí se podía ver que la zorra número uno tenía sentimientos.
El párroco se colocó al frente del ataúd, llevaba con él la biblia cual abrió, y empezó a hablar.
—Pues, así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir.
Escuchaba con atención lo que decía, pero al mencionar el nombre Adán un escalofrío extraño invadió mi cuerpo, mi piel se erizó por completo y me sentí incómoda, tal como me había sentido el día en que supe quién era Asmodeo.
—Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor. —prosiguió el párroco.
—Mamá se ha puesto muy sentimental con esto. —me dijo mi hermano mientras colocaba una mano sobre mi hombro— Y yo preocupado, ese asesino anda suelto, me preocupa que pueda pasarte algo.
—Estaré bien, sabes que puedo defenderme.
—No estoy bromeando Charlotte, en verdad hay algo en este pueblo desde que murió Caleb que no me da buena espina. Es como si algo cambiara.
—¿Cómo si el pueblo revelara su verdadera esencia?
—¿Por qué dices eso?
Me volteé para verle y su rostro pareció pensativo, sin embargo, no me quitaba la mirada de encima.
—¿No te parece demasiado extraño toda esa pulcritud y benevolencia en el pueblo?, todos parecen ser perfectos, tener vidas perfectas. Creo que desde pequeña yo me di cuenta que en realidad esto no es así.