—Eres demasiado débil para enfrentarte a mí, si es lo que piensas, no sería una buena idea. —rio por lo bajo al decir esto y avanzó unos cuantos pasos más hacia mi— Mejor ven conmigo de una vez, así te ahorras el sufrimiento. ¿O es qué no te importa qué los demás mueran por ti?
Cada una de sus palabras salían con un tono arrogante manteniendo esa estúpida sonrisa en su rostro. Sí, tenía razón, había pensado en enfrentarle, pero por lo que veía esa era una pésima idea y es que si, era débil comparada con él, ¿qué podría hacerle?, ¿darle un golpe y qué no le afecte?, ¿rasguñarlo?, sería patético.
Él tenía todas las de ganar, y yo todas las de perder.
—Decide rápido, mi amada Lilith. Hazlo, no tengo tanta paciencia como nuestro padre.
Pero no dije nada, y él seguía avanzando más hacia mí, sin embargo, esa acción no me causó miedo, no causó nada en mí. Noté como sus ojos se volvían de un tono blanco por completo, y el destello luminoso de sus alas se intensificó, sus gestos ahora eran distintos, se miraba tan molesto, tan impaciente. Pero no iba a decidir, no podía, era mi vida o la de quienes quiero, no quería que ellos murieran, pero tampoco yo quería morir.
—¡Decide ya! —gritó, y logré percibir una voz más potente que la de antes y solo di un leve brinco. Él ya estaba lo suficientemente cerca de mi como para sentir su asquerosa respiración— Hazlo Charlotte, ¡decide de una maldita vez!
—Adán. —habló Sebastián, y el mencionado lo miró con fastidio— No hagas esto.
—¿Y ahora de qué lado estás?, ¿del mío o del suyo? —espetó, sentí como su respiración había aumentado, su pecho se inflaba con brusquedad, y luego rio, una carcajada cínica— El ángel caído se enamoró de la mujer demonio.
Pronunció, con ese ápice de burla, volteé mi mirada hacia Sebastián y él solo me miraba, sin mostrarme alguna expresión, ¿estaba enamorado de mí?, ¿por eso le pidió a Adán que no hiciera esto?
Estaba consciente de lo que sucedía, estaba consciente de quién era yo, pero aún había algo en el fondo de mí que quería rechazar la idea de ser Lilith y estar en medio de esta guerra. Amon me había dicho que era la llave para que uno de ambos bandos tuviera su victoria, yo ya había decidido quien bando escogería, ¿pero era lo que yo realmente quería?, ¿no podía solo hacerme desaparecer y ya?
La mano de Adán en mi mentón me hizo regresar de mis pensamientos, me obligó a verlo con rudeza, pero no hice ninguna mueca de dolor, y ahora ese rostro tan prolijo y atractivo que tenía el rubio mantenía una expresión que me pareció de lo más mórbida.
—¿Por qué lo miras?, ¿no es suficiente el verme a mí?
—Preferiría ver a un maldito demonio antes que a ti. —y él estalló en carcajadas.
—No me digas, a ese hijo de Satanás y a su amigo el lujurioso. —cuando dijo esas palabras su expresión cambió, y sus ojos miraron los míos fijamente— Esos dos demonios que no han hecho más que llenarte de pensamientos cretinos. ¿Confías en ellos?, nuestro padre nos dijo que jamás debes confiar en un demonio, no son precisamente confiables, ¿o es que no lo has notado?, ellos solo te quieren para una cosa, para su victoria, no les importas Charlotte, y jamás les vas a importar. Así que tu única salida de ese espiral de lo que sea que sientes por ellos, soy yo.
Sus manos tomaron mis brazos y se acercó más a mí, podía oler su aroma, un olor que me repugnó de inmediato, quien lo diría, los ángeles no son tan hermosos como los muestran, y tampoco tan amables como dice la biblia. Son unos seres despreciables, al menos este ángel lo era.
Si pensaba que esas palabras iban a hacerme cambiar de parecer estaba muy equivocado, ni en esta, ni en otra vida volvería con esos dos.
—Sabes Adán, hay algo que tu no has tomado en cuenta, tus palabras jamás lograron convencerme de nada, ¿crees qué esta vez si lo harán?
—Ahora si empiezas a hablar como la Lilith que yo conozco, como esa Lilith que se fue de mis brazos, como esa Lilith que ansío controlar. —sonrió de lado y sus manos apretaron con más fuerza mis brazos— Es verdad, nunca logré convencerte, pero esta vez puedo manipularte, no eres nada en comparación mía. No podrás evitar que te lleve conmigo, después de todo, lo que me importa es tu mente, no tu cuerpo, con el me estoy divirtiendo allá arriba.
Esas últimas palabras hicieron que mi cuerpo hirviera, así que era él quien me torturaba, él torturaba mi alma y mi cuerpo, pero no tenía lo más importante, y jamás lo obtendría.
Tiré mis brazos hacia atrás y él me soltó, pero hacer aquello solo aumentó la molestia que tenía, hizo una mueca extraña y suspiró.
—Lo intenté por las buenas, pero ahora no te dejaré opción.
Solo esas palabras bastaron para que intentara lanzarse hacia mí, solo pude dar unos pocos pasos hacia atrás, estaba segura de que lograría hacerme daño, pero lo que pasó después no lo esperé, solo vi una luz dorada refulgente que atrapó a Adán, al principio ver que era esa luz se me dificultó, hasta que poco a poco se dejaron ver unas grandes alas, unas alas extrañas de tono marrón y beige, miré aquello fijamente, eso se había llevado con él a Adán, y lo arrastró por todo el suelo de la iglesia, la alfombra blanca ya no tenía ese aspecto tan ordenado y la madera que estaba debajo empezó a quebrarse por el impacto del cuerpo de Adán, y por la fuerza con la que aquel ángel lo llevaba, cuando ambos llegaron al inicio de los pequeños escalones que daban al altar, la luz dorada destellante cesó, y ahí pude verlo con más claridad, era Sebastián, pero se miraba tan diferente, tenía otras ropas, doradas y marrones, como una armadura que cubría ciertas partes de su cuerpo, estaba sobre Adán, poniendo uno de sus pies sobre su pecho, inclinado hacia él, apuntando a su cuello con una espada de color blanco y mango dorado, pero ese blanco de su espada era apagado, opaco, sin vida.