NARRADOR OMNISCIENTE.
—Adán. —pronunció con esa voz ronca y desgarrada, podía notarse como aquel hombre que había llegado no estaba para nada contento.
El mencionado se empezaba a poner de pie, la repentina llegada de Dios había provocado que saliera disparado por los aires, y ahora con cierta preocupación se dirigía al que era su padre, con un rostro que intentaba disimular su asombro de verlo ahí, pues aquel ángel no pensó que se haría presente en ese momento, creyó que todo lo tenía bajo control, pero no era así.
Dios lo miró fijamente, con esos ojos azules intensos que podían dejarte completamente helado, las bestias a sus costados gruñeron, sus aspectos eran muy singulares, una tenía la apariencia de un enorme león con grandes alas grises parecidas a las de un águila, la otra era un oso inmenso con enormes garras y filosos colmillos, otra de ellas era semejante a un leopardo, pero tenía cuatro cabezas y cuatro alas saliendo de su lomo; la última era distinta a las demás, era más temible, más espantosa y gigante, era un monstruo similar a un dragón con una mezcla de dinosaurio, de enormes colmillos y garras gruesas amarillentas, una bestia que tenía diez cuernos en su cabeza. Eran las cuatro bestias del apocalipsis, los guardianes que se posan al lado del trono de Dios.
Al ver la cercanía de Adán hacia Dios, las cuatro avanzaron con ínfulas de amenazarlo, pero Dios los detuvo y ellos obedecieron.
—¿Pensaste que no iba a venir para detener este desastre que has provocado, hijo? —espetó, y a Adán no le quedó de otra que responder.
—Yo solo quería mostrarte de lo que soy capaz, padre. —su voz ahora salió trémula, nada comparada con la voz déspota de antes. Adán el ángel infame tenía miedo, derrochaba temor por cada poro de su piel.
Asmodeo y Charlotte ya se habían puesto de pie y enseguida se encaminaron hacia donde los demás estaban, miraban lo que sucedía, tensos y ansiosos, por primera vez ninguno de ellos sabía cómo reaccionar ante una situación así, Amon estaba más que débil, no dejaba de sangrar, sus heridas habían sido tan graves que había palidecido aún más y a duras penas podía estar de pie, Belfegor lo sostenía como le era posible con la ayuda de Miguel, Shamsiel bajó de los cielos y se acercó a Annie, sujetándola, no sabían que sucedería ahora. Satanás no se había manifestado, y eso les brindó un mal augurio, las cosas no terminarían bien.
—Sé bien de lo que eres capaz, eres mi creación, yo te hice, pero te saliste de control, Adán. Y no me queda de otra que hacerte pagar por tu comportamiento. —aquel hombre de cabellos rubios avanzó hacia Adán con lentitud, hasta colocarse frente a él— Arrodíllate. —ordenó.
—Padre, por favor. —suplicó mientras poco a poco se ponía de rodillas— Por favor.
—Suplicar no te servirá de nada esta vez, hijo mío. Has pecado, caíste en la tentación, tu mi hijo, el hijo de Dios se dejó corromper por la codicia.
Expresó con desengaño. Estaba decepcionado, completamente desilusionado de su hijo. Por eso él debía pagar por sus errores, Dios extendió una de sus manos y de ella apareció una espada reluciente que se formaba gracias a un destello de luz blanco, una espada como jamás se había visto, era blanca por completo, pero brillaba, creando un aura blanquecina, celestial y divina a su alrededor, era la espada de Dios, única e inigualable, una espada poderosa, la más poderosa de todas.
—Extiende tus alas. —volvió a ordenar.
—Por favor, padre. Puedo cambiar, puedo hacerlo, no cometeré el mismo error, lo juro, lo juro por ti.
—¡No jures en mi nombre! —rugió y comenzó a caminar alrededor del ángel, hasta colocarse detrás de él— No serás capaz de cambiar, aunque te perdone miles de veces. Extiende tus alas, Adán.
—Padre por favor, te lo ruego, por favor.
—¡Hazlo! —exigió, y Adán ya rendido lo hizo, poco a poco sus alas comenzaron a extenderse hasta quedar desplegadas por completo, Dios alzó su espada y colocó la punta de la misma en la horquilla del ala derecha del ángel— Este será tu castigo, hijo mío, aquí frente a estos demonios, y en el mundo mortal que tanto aborreces te castigaré, te sentirás humillado, pero es lo que obtienes por querer superarme después de haberte creado, después de haberte traído a la vida.
—¿Qué me harás padre? —cuestionó, mirando al suelo, arrodillado y totalmente manso— Quiero saber cuál será mi castigo.
—Perderás lo que es preciado para un ángel, tus alas.
—¡No!, por favor padre, no lo hagas, mis alas no. ¡Clemencia!, ¡clemencia mi Dios!, ¡te lo imploro!
Amon miraba todo, y no podía negar sentirse satisfecho con lo que pasaba frente a sus ojos, aún en ese estado se regocijaba del sufrimiento de Adán. Dios sin previo aviso volvió a alzar la espada y la dejó caer de golpe sobre la horquilla del ala derecha de Adán, impactó con tanta rudeza que esta cayó al suelo de sopetón, Adán gritó con fuerza, dio un alarido estruendoso y horrorizante, sus ojos dejaron caer gotas pequeñas que se deslizaban por sobre sus mejillas. Por primera vez ese ángel sufría, sentía lo que Lilith y lo que Amon habían sentido, por fin había recibido su castigo.
—¡Padre por favor!, ¡detente!, ¡te lo imploro! —exclamó nuevamente, pero sus palabras fueron ignoradas.