Aster

Una historia para presentar

― Creo que me voy a morir.

―Por favor, no exagere.

―Te lo juro, Elvira, no respiro.

―No se va a morir... Ahora, por favor, tome aire...

Un fuerte jadeo se escapó de sus labios cuando la mujer a su lado le apretó con más fuerza el corsé.

―Bien, ahora quédese quieta ― Amarró las cuerdas con fuerza, procurando que no se vayan a soltar.

―No respiro ―dijo en una voz ahogada, tocando su abdomen.

Elvira simplemente soltó una pequeña risa, para después ordenar a otras criadas a que le den el aviso al diseñador que la princesa estaba lista para probarse los vestidos.

―Su alteza, por favor compórtese ―murmuró la mujer, en cuanto la mujer entró a la habitación con una sonrisa en su cara, al ver que la joven hacía ademanes para soltarse la apretada prenda ―. Sé que esto no le gusta, pero son ordenes directas de Su Majestad. La princesa Asteri debe elegir un vestido para su fiesta de mayoría de edad.

La expresión de la joven expresó un enorme terror al escuchar esas palabras y ver la cantidad de vestidos que el diseñador traía consigo. Debieron haber sido una docena de sirvientes empujando los colgadores con los vestidos.

Iba a quejarse, molesta de tener que pasar por aquello, pero la manera en la que su niñera la miró hizo que cierre su boca de golpe.

―Elvira... no quiero hacer esto―murmuró con el ceño fruncido.

La mujer la miró con una cara que, según lo que pudo ver, era de pena, pero como la mayor la cambió rápidamente, no lo pudo corroborar.

―Lo lamento, Su alteza, pero no tiene otra opción.

Sus ojos se fijaron en el suelo, pensativa. No tener opción... Odiaba no tener opción. Siempre fue así. Ella simplemente quería hacer lo que quisiera, y eso era algo que en definitiva no quería, pero Elvira tenía razón. Ella no tenía opción...

―Bien ― murmuró, haciendo lo posible para no dejar ver su enojo, pero fallando de igual manera ―. Pero no me llames Su alteza, Elvira... Sabes que odio que tú me llames así.

La mujer contempló por unos segundos lo que dijo, y soltó un corto suspiro, aunque una sonrisa se asomó por sus labios.

―Muy bien, Milady, haré como usted desee.

Ella sonrió de oreja a oreja.

―Princesa, ¿con qué vestido empezamos? ― dijo la diseñadora, y a Asteri se le borró la sonrisa.

Las horas pasaron y ella ya había perdido la cuenta de cuantos vestidos había visto, probado y calificado. Cada vez que pensaba que, por fin, los vestidos se habían acabado, la diseñadora llegaba con muchos más, insistiendo que los anteriores no eran dignos de una princesa, y los que traía si.

Miró hacia la ventana, y, por un momento pensó qué se sentiría no tener que estar en esa situación. Quizás, si no hubiese nacido en aquel lugar, a esa hora, en ese día. ¿Hubiese sido libre?

Un pequeño pájaro se posó en la ventada, y fue rápidamente corrido por Elvira. Asteri lo miró hasta que desapareció. Siempre pensó que sería genial haber sido un pájaro, o poder volar, y así alejarse lo más posible de ahí.

Su atención volvió a los vestidos cuando la diseñadora le puso uno frente a su cara.

Era extraño recibir tanta atención de las sirvientes y la diseñadora, ya que cada vestido requería mínimo cuatro personas para ponérselos, e incluso algunos se necesitaban el doble de sirvientes.

No eran para nada prácticos. Si llegaba un asesino a matarla, ni siquiera podría correr, aunque estaba seguro que las incontables capas de tela, las enormes crinolinas* y el corsé detendrían cualquier espada.

Elvira la regañó cuando le dijo eso, afirmando que nada de eso sucederá, y que es imposible que un vestido detenga una espada. La joven asintió para no ser regañada otra vez, pero estaba completamente segura que era mentira, sobre todo con los exagerados vestidos que le ponían.

La diseñadora le hablaba como si fuera una olla llena de oro, y le mostraba un vestido tras otro. Para un picnic, para pasear, para ir al pueblo, para comprar, para diario, para tocar un instrumento... Eran tantos que Asteri rápidamente perdió la paciencia. Aquella mujer solo quería venderle, incluso si, hace un par de días atrás, si no hubiese recibido la atención de su padre, ella ni siquiera la vería a la cara.

―¿Terminamos ya? ― Su voz salió con un tono tan fastidiado que Elvira se giró para ver la reacción de la diseñadora, con el miedo de que se haya ofendido, pero esta ni siquiera dio señal de haber captado la intención.

―¡Oh, princesa, tiene toda la razón! ―exclamó ella. La molesta expresión de Asteri cambió a una de confusión ante la exagerada reacción ― Estos vestidos son basura en comparación de su belleza... ¡Ustedes, traigan mi más reciente línea de vestidos!

A Asteri se le cayó el alma de los pies. ¿Cómo es que tenía tantos vestidos? ¿Tendrá una compañía llena de elfos que le hacen los vestidos, o simplemente sobreexplota a sus trabajadores?

Cuando la mujer estaba a punto de mostrarle el primer vestido las puertas de la habitación se abrieron en par.




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