Aster

Un desfile de caballeros

Mh... Te dije que tenías una presencia aterradora.

Ambos observaron a la mujer hasta que giró en una esquina, desapareciendo finalmente de su vista.

―... Creo que en verdad la asustaste...

―Ya, Matt, detente... ―murmuró, cabizbajo, dando la vuelta para ir en dirección contraria ―. Tu sabes que esa no fue mi intención...

Su amigo rio, sin poder resistirse de la situación, y caminó junto a él.

Realmente tenía mala suerte... No era su objetivo asustar a nadie, ni al vendedor ni a la señorita, solo quería explicar que en realidad no existían tales materiales que el viejo hombre había dicho, pero no pudo...

―Ya, no te pongas triste, amigo mío ―Matthew, a su lado, le dio unas palmaditas en la espalda, con su típica sonrisa que en algunos momentos, como el de ahora, encontraba verdaderamente estresante.

―¿Encontraste lo que querías? ―preguntó, ignorando el intento de consuelo del rubio. Después de todo, habían ido ahí debido a que él había dicho que ahí se encontraba algo que quería, y prácticamente lo obligó a acompañarlo.

Matthew simplemente subió los hombros, restándole importancia a lo que dijo.

―No estaba ahí ―dijo. Thaddeo esperó a que continuase, pero no lo hizo, así que decidió no presionar más y continuar con la caminata.

°°°

La capital era un desastre... pero en el buen sentido.

Habían ganado la guerra, y, para celebrarlo, se iba a realizar un desfile y un festival, el cual, debido a que el debut se acercaba, debería haber sido relativamente corto, por lo que el emperador decidió hacer el desfile, para que el pueblo salude y felicite a los caballeros vencedores, la mayoría caballeros imperiales (de esa manera también aumentar la popularidad del emperador mismo) y el festival será celebrado tiempo después del debut.

Y, justamente, ese día, era el desfile.

Las personas corrían de un lado a otro, decorando sus casas, preparando regalos, entre otras cosas. Incluso se podía ver a jóvenes nobles murmurando, emocionadas, mostrando sus pañuelos bordados por ellas mismas para ellos.

Era una tradición que se llevaba a cabo en este tipo de festividades. Cuando una persona deja caer el pañuelo, el viento se la lleva, y esta es recogida por un valiente caballero. Ambas personas, de esa manera, están destinadas a volverse a encontrar, y quien sabe, quizás algo más. Aunque ahora ya no tiene tanta magia, ya que las damas lanzan a propósito sus pañuelos, y el caballero está atento a las damas, para recoger la tela de la mujer que más le convenga, o la más hermosa.

Pero, si se lo preguntaban a él, era algo bastante ridículo... Un pañuelo no es quien decide tu destino, menos a tu pareja.

―Si sigues con esa cara vas a espantar a las señoritas ―Una voz animada lo distrajo de sus pensamientos, y suspiró ligeramente al ver quien era el dueño de la voz. Desde lo que pasó en aquella joyería en la tarde de hace unos pocos días, su amigo no ha parado de hacerle bromas de ese estilo una y otra vez ―. No me mires así. Así, nunca encontrarás esposa ―bromeó.

Se dio la vuelta para darle la espalda, y volvió su concentración hacia su espada de madera y a la armadura encantada frente a él.

―No entiendo por qué sigues entrenando... ¿No acabamos de llegar de la guerra? Te lo digo, amigo mío, que una armadura no es nada comparado a matar dragones.

Otro suspiro se escapó de sus labios, mientras esquivaba la embestida de la armadura, y le asestaba un golpe en la espalda, lo suficientemente fuerte como para derribarla sin romperla.

―Debes ser el único que está entrenando, ¿sabes? Todos los demás están en cantinas, o en sus casas, celebrando o descansando ―Sin inmutarse de que Thad hacía lo posible por ignorarlo, o simplemente importándole poco ese hecho, Matthew continuó hablando, mientras que el sonidos metálicos y de golpes se escuchaban ―. Eres un plebeyo bastante extraño. Todos los que conozco habrían reclamado un título y montañas de oro en el momento en el que el dragón cayó.

En un corto y rápido movimiento, la armadura cayó nuevamente al suelo, solo que, esta vez, se desarmó por completo al caer.

Thaddeo lo miró, un poco apenado, y se giró hacia su amigo, con una expresión calmada, a pesar de las provocaciones del contrario.

―Bueno, no soy el único extraño que está en el centro de entrenamiento ahora mismo, ¿no es así?

Matthew soltó una carcajada, y caminó hasta agarrar una espada de madera de las decenas que se encontraban en el lugar.

―Cualquier noble te cortaría la lengua por la manera vulgar en la que te diriges a ellos ―contestó, aunque la sonrisa en su cara no mostraba ninguna molesta por la manera en el que le habló.

―Pero tu no eres cualquier noble, ¿verdad?

Su sonrisa se ensanchó.

―Por supuesto que no.

El polvo a su alrededor se levantó cuando una cabellera rubia embistió contra él, en un ataque veloz. 

El bloqueo de su espada no tardó en aparecer, haciendo que el choque entre ambas espadas de madera los empujen hacia atrás.




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