Aster

Una nueva sirvienta

Todas las opiniones apuntaban por lo mismo.

Agradecía que, a pesar de que vivió toda su vida con poca interacción social, ella siempre fue de las personas a las que no se les dificulta socializar.

Tuvo que bailar con varios caballeros y unos pocos nobles, reírse de sus chistes aburridos y alabarlos más de lo necesario para conseguir la información. Por supuesto, no preguntaba de manera tan directa, pero a nadie se le hizo extraño que una joven a semanas de debutar pregunte por cosas como aquellas. 

En ciento punto, era una suerte que la mayoría de los caballeros no estaban al tanto de los rumores que circulan en la nobleza, y tampoco parecen demasiado interesados en ellas. Al contrario, parecían responder con mucho gusto cada pregunta proveniente de ella, intentando presumir su inteligencia (en algunos casos, poca) ante ella.

Quizás era una princesa criticada y con variados tipos de rumores a su alrededor, mas, aún así, eso no le quitaba que seguía siendo parte de la realeza del Imperio, y... ¿Qué mejor que ser el caballero personal de una de las princesas?

Poco se dio cuenta de las mejillas sonrojadas de algunos de los caballeros más jóvenes cuando ella se acercaba a ellos con una sonrisa.

La conclusión fue simple.

Su mejor opción era el héroe de guerra, Sir Thaddeo.

Algo que era bueno para ella, y malo para él, es que, como él era un plebeyo, aunque consiguiera adquirir el título de héroe de guerra, el máximo premio que le darían sería algún título de Conde, o un cofre con oro. Los nobles eran demasiado juzgadores. Nunca aceptarían que una persona normal subiese de estatus social. Para ellos, es como rebajarlos hasta los pobres.

Un trato.

Un trato con él sería lo adecuado.

Era obvio que él tenía ambiciones, o tendrá algo que quisiese, sin mencionar que el pago de convertirse en el caballero personal de una princesa era algo que perfectamente se podía envidiar...

Bueno, algo pensaría ella.

Claramente tendría que saber más sobre él, aún no podía asegurar que era el indicado, pero nadie más parecía saber demasiado de él. Todos sabían lo mismo. Era obvio que aquel caballero era reservado.

En algo concordaron todos es que había solo una persona que podría responder todas sus preguntas, Sir Matthew Berenguer. Aunque, si lo pensaba un poco mejor, eso sonaba realmente triste. ¿Es que no tenía más amigos?

Pero bueno, ella no era nadie para criticar. Él tenía un amigo más que ella, después de todo.

—¿Su alteza?

Asteri dio un pequeño brinco, sorprendida ante la repentina aparición.

—Lo lamento, su alteza, no fue mi intención asustarla.

Se giró quien era el dueño de aquella voz, y soltó un pequeño suspiro al ver quien era.

—Elvira... —murmuró —No me asustaste, tranquila. ¿Qué haces aquí?

La mujer sonrió, y miró a su alrededor, para asegurarse de que nadie más las escuchara, aunque claro, estaban tan apartadas del resto de los nobles y caballeros, que se encontraban bailando y charlando, que nadie se fijaba en ellas.

—Lamento decirlo, mi señorita, pero su tiempo se acabó —murmuró Elvira.

A su espalda, varias jóvenes de su edad se retiraban del salón.

Aún no debutaban. Aún no eran vistas como adultas, por lo que no podían quedarse hasta tan tarde en los banquetes. Después de realizar su ceremonia les será permitido permanecer hasta la hora que ellas deseen.

Asteri suspiró, pero asintió. Tendría que buscar otra oportunidad para encontrarse con alguno de los dos amigos. Preferiblemente Sir Matthew. Él parecía ser más abierto y social que su compañero.

No tardó mucho en llegar a su palacio. Este no estaba tan lejos del salón de banquetes.

Una vez se encontró en su habitación, Elvira le ayudó a quitarse el vestido que llevaba puesto. No pudo evitar soltar un largo suspiro de alivio al sentirse libre de aquella endemoniada creación llamada corsé.

Elvira no le preguntó nada relacionado con el banquete, pero los silencios y las miradas indicaban que en realidad, si tenía una que otra pregunta.

—Se me olvidó decirte, Elvira, que por fin conocí a los sucrians... —dijo, intentando desviar su atención de cualquier pregunta que ella podría decir. Confiaba en su niñera, pero, hasta que no tenga la decisión tomada. No es que fuera un gran secreto, pero Elvira tendía a siempre dudar de todo, y lo más probable es que le llene de consejos y charlas... No es que no le agradase, pero prefería elegir por ella misma.

Elvira sonrió, y simplemente asintió. Por supuesto que ella sabía que su, un poco inmadura, princesa tenía algo más en mente, pero también sabía que ya estaba creciendo. Ya no era aquella niña que alguna vez cuidó.

—¿En serio? Eso es increíble, señorita. ¿Eran tan sorprendentes como los de su libro?

Los ojos de Asteri se iluminaron, y empezó a hablar de lo increíble que eran, se veían y actuaban.

Bueno, aún estaba aquella niña dentro... Pensó Elvira.




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