Aster

Un encuentro entre caballeros

Los gritos resonaban por todo el lugar, la mayoría, de mujeres, al ver a los apuestos caballeros ser nombrados uno a uno, para presentarlos ante todos como una posible elección para la selección de caballero personal.

Un hombre bien vestido, parado a un lado del Emperador, los nombraba, a la par que estos aparecían.

Todos los debutantes se encontraban en un lugar apartado y adecuado para poder ver todo cómodamente.

—¡Mira ese caballero!

—¡Dios, ese es muy guapo!

—¿Qué dice usted? Aquél es más apuesto.

—Señorita Phlower, ¿tiene usted ya elegido al afortunado caballero que seleccionará?

Las miradas de las damas se enfocaron en ella, quien sonreía, mirando de reojo a una princesa apartada.

Lavender se abanicó el mentón con elegancia.

—Bueno, yo deseo un caballero que sea fuerte y valeroso... Realmente no me importaría su estatus —dijo ella, revoloteando sus pestañas con inocencia, haciendo sonrojar a más de un noble debutante.

—¡La señorita es tan humilde! —La alagaron algunas mujeres.

Al lado de su hermana, Laurence simplemente suspiró.

Los hombres, por supuesto, no parecían tan contentos con la situación, pues estos se encontraban ahí únicamente por norma del palacio, mas ellos no tienen derecho a elegir uno de los caballeros imperiales, contrario a las damas.

Asteri, por su parte, ni siquiera era partícipe de ese tipo de conversaciones. Sus ojos se mantenían firmes en la puerta por la que los caballeros entran, rogando mentalmente que aquel a quién tenía en mente apareciese en el podio.

Sus esperanzas fueron desapareciendo lentamente, cuando vio que la presentación ya estaba a punto de acabarse, y él aún no aparecía.

Mierda... Pensó. Esto cambiaría todos mis planes...

Miró a su alrededor, buscando alguna cara conocida para poder elevar sus esperanzas.

Sus ojos chocaron con aquel grupo de caballeros. La diferencia de estos, a los que estaban presentados, es que todos provenían de una familia adinerada y de alto estatus, siendo, en su mayoría, hijos mayores o herederos al título de sus padres, por lo que, por consiguiente, no podrían convertirse en caballeros personales.

Matthew le sonrió. Por supuesto que él estaba ahí, pero... su amigo no estaba junto a él.

¿Será que-

Sus pensamientos se vieron interrumpidos ante el último nombramiento.

—¡Sir Thaddeo!

Los murmullos de las damas cesaron.

Sir Thaddeo, el famoso héroe de guerra.

Pero...

¿Por qué no dijeron esto último?

Ah, cómo es que había olvidado ese detalle.

Sir Thaddeo. Thaddeo. No tenía apellido, por lo que solo significaba una cosa; era un simple plebeyo sin padre.

La nobleza era malvada, desde su punto de vista. La gente común era menospreciada a niveles increíblemente elevados, e incluso, odiada por la mayoría de los nobles, aunque estos oculten este hecho con máscaras y donaciones a organizaciones dispuestas a ayudarlos.

Era por esa misma razón que el hecho que un hombre común, sin lazos a la nobleza, sea un caballero Imperial con el título de héroe de guerra era, para ellos, una completa humillación hacia los de más estatus social.

Sir Matthew Berenguer, el verdadero héroe de guerra.

Aquel era un rumor fundado desde los más altos de la pirámide social.

¿Cómo podría un simple plebeyo ganarse aquel renombrado título? Era obvio que debió de conseguir ayuda de algún hombre digno.

Y, justamente, Sir Matthew encajaba en aquel estándar.

Pero, por supuesto, nada de eso afectaba a Asteri.

Ya era lo suficientemente odiada. Si agregaba algo más a la lista que tenía la sociedad, ella no podría ser aún más odiada de lo que ya era.

Ella sonrió.

El hombre se inclinó ante todos, sin perturbarse de los humillantes murmullos.

Está acostumbrado... Pensó Asteri, sin quitar su sonrisa.

No se dio cuenta que una mirada estaba fija en ella. Una mirada llena de curiosidad, pero también temor.

—No sabía que la princesa podía ser así de espeluznante...

—¿Qué dijiste, hermano?

—Nada, Lavender...

Sir Thaddeo se enderezó, y caminó hacia donde se encontraban los demás caballeros para ser elegidos.

Se sentía nervioso por todos los ojos fijados en él, mordía su labio con frecuencia, pero su postura no flaqueó en ningún momento. 

—Dios mío... —Una de las damas de Lavender murmuró, asustada.

—¿Qué? —murmuró otra.

—¿No lo ves? ¡Mira su cuerpo! ¡Está lleno de cicatrices!




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