Aster

Una primera impresión

Se apoyó en la puerta, soltando un largo suspiro.

Sir Thaddeo no había ganado; fue vencido por uno de los nobles de alto rango antes de la semi-final.

Para Asteri, fue un completo robo, debido a que, como el caballero de cabello cobrizo era muy bueno, por lo visto, la familia de aquel noble (el cual era el segundo hijo de la familia) compró a la persona que monitoreaba los movimientos ilegales y los ataques.

Lo descalificaron antes de siquiera lanzar una segunda estocada, con la escusa de que uno de sus movimientos había violado las reglas de los enfrentamientos, causando la eliminación inmediata de estos.

Él no pareció realmente molesto, pero Asteri pudo divisar un suspiro algo triste proveniente de él.

Ella sonrió.

Tal parece que él quería seguir peleando.

Unos suaves toques en la puerta la desconcentraron de sus pensamientos. Ella tensó los músculos al recordar la situación en la que se encontraba en ese mismo instante. Su gesto cambió.

—Mi señorita, por favor, salga del baño.

—Imposible.

—¿Por qué?

—Me mintieron. Todos me mintieron.

—¿A qué se refiere, señorita?

—El vestido... dijeron que iba a ser cómodo... eso no me entrará.

—Para eso está el corsé, señorita.

—Elvira... Tu me odias, ¿verdad?

—Para nada, mi señorita. Yo la quiero, y mucho.

Abrió la puerta, con las mejillas levemente sonrojadas por la vergüenza, pero con los ojos brillantes.

—¿De verdad?

Elvira sonrió, haciendo que sus arrugas sean más visibles. Se veía como una viejita sabia para Asteri.

—Por supuesto que si. ¿Qué le parece un abrazo? —Los ojos de Asteri se iluminaron aún más, y prácticamente tiró la puerta para ir hacia los brazos extendidos de su niñera.

Últimamente había estado demasiado ocupada y distraída, así que ocasiones así ya eran casi imposibles.

Ambas se abrazaron por varios segundos, y, aunque Asteri era demasiado alta como para ser envuelta en los brazos de su niñera, y le duela la espalda por agacharse, su presencia seguía siendo cómoda y reconfortante... aún le daba ese sentimiento de seguridad.

—Ahora, póngase el vestido.

Demonios... Había caído... Otra vez.

Elvira soltó un jadeo, asombrada, al ver el vestido, finalmente arreglado, puesto en su señorita.

Adela, a su lado, hacía su mayor esfuerzo para apretar el vestido, puesto que Asteri no paraba de removerse, incómoda, ante lo apretado que estaba.

—Mi señorita, se ve realmente hermosa —dijo la mujer con una enorme sonrisa, limpiándose una pequeña lágrima que había caído por su mejilla —. Agradezco estar viva para poder ver este momento con usted...

Finalmente, Adela pudo abrochar de manera correcta la prenda cuando Asteri se quedó quieta, mirando a la mayor.

—Elvira... no digas eso —dijo, con una voz más grave, y Elvira soltó una risilla.

—Lo siento... Agradezco poder verla así —corrigió, sin dejar de sonreír —. Estoy tan orgullosa de usted —Ahogó un sollozo, y Asteri suspiró.

Por su parte, Adela estaba confundida, pero no dijo nada para no interrumpir.

Unos segundos más tarde, Elvira había vuelto a su determinación normal, y, ordenándole a la joven sirvienta que traiga distintos utensilios y accesorios para poder arreglar a su princesa, y que sea el centro de atención en aquel día tan esperado.

Asteri, mientras veía a ambas sirvientas correr de un lado hacia otro, retocando su cabello, su vestido, sus uñas, maquillándola, y muchas otras cosas más que ella no le prestaba demasiada atención, cabeceaba. Elvira la había obligado a levantarse muy temprano, afirmando que el carruaje imperial (que su padre había mandado para ella) llegará en menos de cinco horas. Por supuesto que ella no estaba a gusto con levantarse tan temprano, pero al menos ese baño completo la despertó un poco.

Cuando se encontró completamente lista, Asteri se miró al espejo, y no pudo evitar jadear ante la mirada de ella misma.

No quería sonar presumida, pero se veía realmente hermosa.

Definitivamente, su hermana tenía un buen gusto.

Aunque en un inicio, el vestido era bastante ajustado, en la última visita de la diseñadora Dianna, esta le propuso la idea de darle pliegues, y así hacerlo más llamativo, voluminoso, y en pocas palabras, más elegante. Aquello, aunque era más lindo, iba a ser más incómodo para movilizarse, así que, a cambio, le dejó un corte en el lado de la pierna derecha, que se veía al caminar.

Al inicio, ella pensó que se vería como si fuera a un funeral, pero no tardó en enterarse que aquel color era una nueva moda que había empezado hace un par de meses atrás, sin mencionar que, gracias al estampado y cristales blancos y amarillos incrustados de manera maravillosa, su vestido asemejaba al cielo nocturno. Era como si hubiesen sacado parte de esto para convertirlo en la prenda que usaría el día de su debut.




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