Atada a Elder Williams

INTRODUCCIÓN

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INTRODUCCIÓN

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El cabello rubio rojizo de la chica ondulaba sobre sus piernas, las cuales estaban dobladas y entumecidas, y temblaban. Temblaban ante la idea del cambio que se venía en su vida. Y entonces juró. Juró que bajo cualquier cosa trataría de dar su mejor esfuerzo.

Su corazón latía con la fuerza de vibración de cientos de campanas sonando al mismo tiempo en un mismo diámetro. Todo le daba vueltas y tenía tan nublada la mente, que parecía que su cerebro se había fumado sus neuronas en cuestión de minutos.

El olor a orines y el golpe de la puerta siendo azotada, la trajo de vuelta. Intentó enderezar su cuerpo y alargó un suspiro al pensar en cómo le diría a su novio Alder sobre su reciente descubrimiento.

Él seguro lo tomaría bien.

¿Por qué no? Es que, nunca habían hablado de una familia antes y tampoco les había pasado por la mente. Aún así, se amaban y eran un equipo, y esta circunstancia no haría la diferencia.

¡Estaba segura!

Sacudió con vehemencia la prueba de embarazo que tenía en la mano y la guardó en el empaque roto. Por último la guardó en su mochila, salió del cubículo del baño y lavó sus manos y su cara, quedándose un momento perdida en su reflejo.

¡Embarazada!

No era capaz de decirlo en voz alta. No todavía y dudaba que en algún momento próximo lo fuera. Todavía faltaba decirle a su cómplice en la cruzada y no tenía ni idea de cómo lo expulsaría. La sola idea de lo que se acercaban la aterrorizaba.

Entonces pensó: “él me ama, no habrá problema” y lo repitió.

—Él me ama. No habrá problema.

Pero aquello sonó más un intento exagerado de convencerse a sí misma que todo estaría bien.

Si bien era cierto que Alder había estado comportándose raro de un tiempo para acá, podría deberse al estrés asociado a la universidad.

Y hablando de universidad. Ella todavía estaba verde en sus materias.

“Debo ser fuerte” pensó, no sería la primera chica en quedar embarazada antes de lograr sus metas. Respiró hondo una y otra y otra vez, nunca nada había sido tan difícil. Ni siquiera jugar tiro al blanco con los ojos vendados. Sin embargo, tomando el coraje que nunca en su vida había tenido, con los nervios al alza y su corazón palpitando a modo Ferrari, secó sus manos y salió del tocador.

Se tomó su tiempo para caminar hasta la facultad donde estudiaba su chico, subió despacio las escaleras; tan despacio como podía, y una vez enfrente de aquella puerta de madera, arregló su blusa beige de mangas largas, ajustó sus pantalones y presionó la prueba entre sus manos.

—Es ahora o nunca —murmuró para sí, dejando salir un profundo suspiro.

Sin embargo, lo que observó al abrir aquella puerta, le rompió en pedacitos el corazón.

Alder estaba ahí, acostado sobre la cama, pero no estaba solo.

Cristina Peterson estaba ahí, a punto de desnudarse, con sus piernas rodeando la cadera del chico.

Fue ahí cuando todo se vino abajo. En cuestión de segundos el chico se levantó, pero no parecía ni lo más mínimo arrepentido. Alejó a la morena sin tanta amabilidad y le susurró algo al oído. Ella asintió, recogió sus sucias ropas y se marchó del cuarto, sin siquiera voltear a ver a Grace.

Ella estaba ahí, parada, totalmente paralizada. En sus ojos habían unas cuantas lágrimas retenidas que se negaba a soltar y apretaba en su mano la prueba de embarazo, la cual había ocultado a sus espaldas.

—¿Todo bien? —murmuró el chico, que se había puesto una camisa blanca a medio abotonar y había dejado sus pantalones abiertos.

Aquella pregunta la indignó en sobremanera. Quería tirarle el monitor de la computadora que tenía a dos metros, en la cabeza

—¿En serio me estás preguntando si todo está bien?

Decir aquello había considerado un esfuerzo sobrehumano para Annie y su garganta. Sentía náuseas, un dolor asfixiante en el pecho y parecía que el aire no pasaba más allá de su esófago. Tomó con fuerza el collar dorado con el dije de corazón que Alder le había regalado apenas un mes antes, el día de su primera vez, sintiendo que era aquello lo que apresaba su respiración.

En algún punto hasta consideró quitárselo y lanzarlo en su cara, pero no quería demostrar todo aquello que estaba sintiendo.

Algo en ella la obligaba a mantenerse fuerte o, quizá, solo era demasiado orgullosa para hacer un escándalo.

Se limitó a presionar sus puños y aguantarse las lágrimas.

Alder se colocó los anteojos, se sentó frente a su computadora y abrió el documento donde estaba realizando su tesis. Todavía le faltaban dos años, pero él siempre había sido bastante disciplinado en su carrera de docencia, que era algo que Annie admiraba mucho de él, hasta ese día.

—¿Querías decirme algo?

—¿Tú a mí? —señaló la puerta de la habitación, que todavía seguía medio abierta.

—Nada.

—Pensé que tú y Cristina Peterson eran solo amigos…

—Lo somos —respondió frío.

Él no parecía estar arrepentido en ningún sentido.

Annie secó sus lágrimas sin que Alder la viera y estrujó más fuerte la prueba de embarazo. Ahora ya no sabía qué hacer.

En algún determinado momento hasta le causó gracia y soltó una risa dolida, disfrazada de mordacidad.

—Se suponía que tú y yo…

—Jamás te lo pregunté.

—Pensé que no hacía falta. Estamos juntos desde hace tres años. Cristina me ayudó a organizarte tres cumpleaños…

—Entonces pensaste mal.

Annie aguantó un sollozo.

¿Le decía?

Todavía le faltaba un año y medio para acabar la carrera y no quería recurrir a sus padres. Los decepcionaría.

¡Ellos hasta le dieron lugar a Alder cuando no tenía donde ir al iniciar la carrera y se había ido de casa de sus padres!

Recordó cómo se hicieron amigos desde pequeños tras pasar por la misma situación desafortunada y como siempre reían y se hacían bromas y disfrutaban su tiempo juntos. Solo que quizá eso era lo que siempre había sido para él. Una broma.




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