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CAPÍTULO 1
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“UN DÍA LABORAL CUALQUIERA”
ANNIE
Seis meses después.
Milton Berle dijo “Cuando las oportunidades no llamen a tu puerta, construye una” y ahí estaba yo, tratando de construir una oportunidad única.
Ajusté las mangas de mi camisa, deslicé las manos por mi falda de estilo tubo color negra y acomodé mi corbata.
En la mesa de enfrente habían cinco arquitectos reconocidos y yo estaría ahí algún día. Tal vez no presumiendo mis planos o mis ideas, pero sí quizá hablando de la teoría que le enseñaba a mis alumnos en la facultad de arquitectura. Un postgrado nunca estaba de más y yo ya casi lo obtenía.
Di un paso al frente y entonces…
Mi postgrado me dió una bofetada en la cara.
—¡Ten más cuidado, quieres!
—Pe…perdón, fue un accidente.
—¡Oye, tú! ¿Qué haces? ¡Traeme una servilleta aunque sea, para limpiar la estupidez que hiciste!
Asiento rápidamente y trato de darme prisa para regresar a la cocina y conseguir la servilleta que el cliente quiere, pero con esos zapatos es imposible.
—¡Increíble que tengan meseros así de incompetentes! ¡Olvídalo, iré al tocador!
El cliente, un señor de edad avanzada y cabeza tapada, se levanta de su asiento, mirándome cómo si fuera alguna especie de cucaracha con dos cabezas y lanza un gruñido, dirigiéndose hasta el baño.
Me disculpo con los demás clientes y cuando estoy llegando al otro extremo del salón, soy detenida por Jay, mi compañero de turno.
—Ten —me extiende una servilleta y me da una sonrisa amable—. Yo me encargo. Ve a limpiarte.
Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba manchada.
Soy mesera en un restaurante lujoso en Londres, llamado “Castle White” desde hace cuatro meses aproximadamente. Mi vida no ha ido del todo como quería y aunque quisiera poder quejarme no es como si tuviera la opción.
Después de todo, dejar Estados Unidos fue mi decisión.
Mi camisa está empapada de limonada rosa y trazos de pastel de carne. Esto apesta y no me refiero especialmente a la comida, sino el hecho de que el sujeto al que le eché la cena encima, era uno de los profesores y arquitectos más destacados de la universidad a la que estoy asistiendo. Un revoltijo en mi estómago hace que me retraiga y me tomo de la mesa del lavamanos para no irme hacia atrás. Toda la situación me vuelve loca y pensar que me despedirán no lo hace más sencillo.
Dos toques en la puerta y mis ojos se abren de par en par por la preocupación.
—Grace, ¿Estás bien?.
Es Jay.
—Estoy… estoy despedida, nada más.
—¿Mercer ya te lo dijo?
Me veo en el espejo, suspirando —. No. Aún no.
—Entonces hay que seguir trabajando. Si sales, te invito a una tarta de chocolate y un capuchino. ¿Qué dices?
Esbozo una sonrisa, limpiando hasta donde puedo las manchas en mi camisa.
Jay es un amigo que conocí recién llegué a Londres. Vivimos en el mismo edificio y bueno, una vez me robé su correo por accidente. Es alto, sus ojos son castaños y goza de un atractivo que tiene locas a mis compañeras de trabajo. No hace falta decir que no tengo buenas colegas aquí.
Salgo del baño y al verme toda cabizbaja me presiona los hombros y me sacude despacio.
—No pasó nada. Solo un mal día debido al horror de los zapatos que Mercer les obliga a usar aquí.
—Lo sé, pero, ¿Cómo le explico eso al cliente? O peor, ¿Cómo hago para que no me repruebe el semestre cuando se de cuenta de que la tonta mesera que arruinó su traje en una reunión importante está en su clase? —inquiero sin hacer pausas. Jay suspira y arruga los labios. Él tampoco sabe qué decir —. Igual, no puedo regresar a atender mesas así.
—Te puedo prestar una de mis camisas —ofrece.
Y acepto, sin saber que al buscar en su casillero, la camisa de repuesto no estaba.
—Supongo que ya la habías prestado.
—No, la verdad no. Que extraño.
—Déjalo así.
—¡Espera! —me detiene antes de que me aleje —. En unos minutos me toca a mi ir a cubrir la ventanilla de autoservicio. No sé verá la mancha. Hablaré con Mercer, te dejaré ahí y tomaré tu turno.
Sin que le dé alguna respuesta sale corriendo a hablar con Mercer, nuestro jefe, y yo no puedo estar más agradecida de haber encontrado a un amigo así en este lugar.
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—Dos platos de arroz con pollo, cuatro porciones de guisado de cerdo en cuadros y una orden de caviar. En la bolsa va el taper con la salsa agridulce.
—Gracias.
—Un placer.
El reloj marca las 11:45 de la noche y ese es mi penúltimo auto atendido. Uno más y podré salir de este turno sin más incidentes.
Las ganas de estar en casa me abruman, pero igual trato de dar la mejor atención a los clientes y hacer bien mi trabajo. Total, al final del día no volveré a verlos…
—Una orden de pescado con papas y un cottage pie, por favor… —pide una voz femenina, por el micrófono. Tomo la orden y empaco los taper de la comida que ha pedido.
Sin embargo…
—Aquí está su orden.
—Gracias.
—De nad…
Cuando baja la ventana de su automóvil y toma por la ventanilla la orden, me quedo muda al ver qué se trata de Cristina Peterson… y a su lado…
Alder …
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—¿Y ellos te vieron?
—No —respondo cabizbaja a Jay, que me ha hecho decirle lo que me tenía tan perdida en mis pensamientos —. Es solo que se suponía él no quería una relación, que solo terminaría sus estudios para volver a Londres y ahora está aquí, con esa chica con la que se burló de mí, seguro para presentarselas a sus padres.
—¿Estás segura que es a eso a lo que ha venido? Quizá te está buscando…
—No, no y no. Me lo ha dejado bastante claro.