Atada a Elder Williams

C3. Amigos

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CAPÍTULO 3

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“Amigos”

—¡¿Estás en Londres y no se te ocurrió llamarme?! ¡De papá y mamá lo entiendo y ni siquiera están aquí, pero yo sí y soy tu hermana!

Lo último que esperaba cuando decidí tomar la llamada de mi hermana está noche, era que apenas contestara su voz fuera de puro reproche.

Mi hermana Beca era tres años menor que yo, pero tenía un carácter… ¿Cómo decirlo…? De una jefa de sesenta años amargada por la vida. Ella era la que me regañaba o me traía de vuelta a la realidad cuando a veces lo necesitaba. A pesar de su inmadurez en algunas cosas, tenía más realidad en sus ojos que yo y eso la protegía de varias cosas… o personas.

Seguramente en ese momento, mientras me reprendía por no comunicarle el hecho de que llevaba cuatro meses viviendo en la misma ciudad que ella y no la había ido a visitar, se estaba quitando el estrés en su computadora organizando su día para mañana, o quizá estaba tiñendo su cabello de azul una vez más. Cómo sea, a mí se me hacía tarde y ella no paraba de reclamar cosas.

—¿Vino ese sujeto contigo? Seguro que sí. No soporta la idea de que salgas sola.

Y si, ella no se llevaba bien con Elder. Contrarió a mis papás, ella y Elder chocaban y por mucho. Siempre era la típica discusión en las cenas familiares, donde ella insistía en que Elder no era alguien para mí y yo trataba de hacerle ver qué ella lo estaba jugando mal.

En determinado momento me cegué y no me di cuenta de que hasta cierto punto mi hermana veía en él algo que mis padres y yo no.

Y tenía razón.

—Él está aquí también, pero no conmigo, Beca.

—¡No lo intentes justificar de qué…! —mi hermana, que estaba en lo mejor de sus reproches, se detuvo de inmediato—. ¿Qué? Espera… ¿Cómo que no están juntos?.

Ella de verdad sonaba sorprendida. Seguro estaría revisando en la sección de emergencia de su teléfono si no se acercaba el fin del mundo, un terremoto gigante o qué sé yo, y lo cierto es que si a mí me hubieran dicho hace cuatro o cinco meses atrás, de que terminaría mal mi relación de tres años con Elder Williams, seguro me hubiera burlado en la cara de esa persona y hubiera dicho “si, claro” de forma malsonante. Luego me hubiera arrepentido.

Quizá Beca me estaría haciendo la ley del hielo todavía.

Cómo ya era hora de arreglarme para ir al concierto de Kiss con Jay, y mi tiempo era corto, busqué la forma de zanjar el tema.

—Es una historia que no te puedo contar por teléfono. Quisiera, pero de verdad, quisiera seguir hablando contigo, pero tengo un compromiso…

—¿Compromiso? ¿Con Elder de seguro?

Y dale con su toxicidad.

—Beca —respiré profundo para adquirir paciencia —. Ya te dije que no estoy aquí con él. Es… es con un amigo.

—¿Amigo?

—Sí, Bec, un amigo. Hay amistades entre hombres y mujeres aunque no lo parezca.

—No es lo que dicen…

—Y no me importa. Es solo un amigo que me invitó a un concierto para distraerme. Hasta ahí.

—Claro —sonrió de forma pícara —. Si tú lo dices, debe ser cierto…

—Gracias…

—Hasta que a ti te termine gustando o al revés.

—¡Beca!

—Venga ya, cuéntamelo todo…

La quería golpear con la almohada.

En determinado momento no sé porqué se lo dije, si sabía que contarle sobre Jay haría que ella pensara mal.

Y no, con Jay éramos solo amigos.

Nadie se enamora de alguien en cuatro meses cuando todavía ama a otra persona.

Y para mí mala suerte todavía pensaba en Elder.

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Librarse de Beca no fue sencillo y tuve que prometerle que le contaría todo la próxima semana. Después de todo, comenzaría a verla más seguido.

El reloj marcaba las 8:00 exactamente cuando el timbre de mi pequeño apartamento sonó. Sabía que era Jay porque ya me había enviado un mensaje de que ya estaba en casa alistándose para el concierto y que me quería lo más rockera posible. Cómo soy una persona que disfruta de la música al estilo “de todo un poco” me puse una falda de cuero corta, lo suficiente para parecer rebelde, pero no tanto como parecer que estaba desnuda. La acompañé con una camisa de tirantes de color blanco con negro y una chaqueta de cuero con pequeñas piezas de metal en las mangas y con un estampado de un rayo en la parte de atrás, en la espalda.

Dejé mi cabello suelto y coloque sólo un pelín de fijador para que se albortara lo suficiente para parecer rockera. Las botas que llevaba combinaban perfecto con la chaqueta. Eran largas y altas y estaban hechas de cuero y estrellas de metal, con una cadena pequeña pegada en la parte trasera del talón.

Me apresuré a abrir la puerta y al verme, Jay sonrió y sus mejillas se tornaron un poco rojas, y eso que llevaba la mitad de la cara pintada de negro y la otra de blanco.

Sus ojos verdes parecían dos avellanas brillantes y, por un segundo recordé las palabras de Beca.

¿Y si yo le gustaba?

¡No! No me permitiría sentirme incómoda con él por algo que esa desequilibrada con síndrome de Cupido decía.

Éramos solo amigos y ya.

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El ambiente es tenso, y no tenso de una mala manera, sino tenso en el sentido de que de alguna forma te tienes que dejar llevar por la música y gritar, saltar y subir las manos a medida que saltas, o toda aquella energía se aloja en tu pecho y es como si algo dentro de ti quisiera explotar. Es una adrenalina increíble y más cuando es mi primera vez yendo a un concierto de rock. Nunca antes lo había hecho y quizá porque de alguna forma tenía que reprimir ciertas cosas. Mis gustos musicales, mis ganas de gritar y comerme al mundo, mi voz.

Si mamá o papá estuvieran aquí ya me hubieran jalado de las orejas por escuchar este tipo de música, porque no pega en nada con la imagen que toda señorita fina requiere para encajar en la sociedad en la que ellos viven.




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