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CAPÍTULO 4
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“Dar Explicaciones”
Día lluvioso.
Es increíble como el estado de ánimo de una persona puede cambiar según el clima. Ayer parecía todo más radiante tu soleado y ahora todo es gris.
Sin embargo, confieso que antes era mi clima favorito y me encantaba. Cada vez que amanecía lloviendo tenía una excusa perfecta para tirarme en la cama o en el sofá, cerca de la ventana. Tomaba un libro, preparaba un café puro y caliente y me cubría de medio cuerpo con una manta calentita y proseguía a vivir mi ideología de un día perfecto. A veces solía decantarme más por poner una película y beber un poco de chocolate con leche y malvaviscos, con un plato de palomitas de maíz sobre mis piernas. Y sí, el tipo de películas variaba según mi estado de ánimo también.
Ese día de plan perfecto era único y exclusivo para mí. Nunca solía compartir esos planes con nadie. Usualmente porque no tenía muchos amigos y las que se suponía eran mis amigas (entre ellas Cristina Peterson) poco a poco se fueron apartando. Elder siempre estaba ocupado para esas “tonterías sin sentido”.
Creo que éramos menos compatibles de lo que podía asimilar en aquel entonces.
Me levanto casi a medio día. Estoy un poco molida por el concierto de ayer y siento que estoy a solo un pelito de rana calva de que mi cabeza estalle.
Cómo antes no tenía que trabajar los fines de semana, está vez mi día de lluvia perfecto tendrá que esperar, y me parece un asco, porque en realidad odio tener que trabajar un sábado por la noche.
Me he dado cuenta de que en la adultez, todos nos volvemos Calamardo.
Quién no odia su trabajo, que lance la primera piedra. De lo contrario, bienvenido al club, mi nuevo amigo Calamardo. Ustedes y yo algún día dominaremos el mundo.
Cada día somos más.
Aunque amo no depender de mis padres, no siempre puedo costear ciertas cosas, más que solo el alquiler del piso y lo que aparto mensualmente para el supermercado. Así que sí, tengo que ir a trabajar y fingir que amo que me griten o me descuenten si algo sale mal con alguna orden, por no mencionar las aberrantes actitudes de algunos clientes al vernos con el uniforme, que más parece un disfraz de maid al estilo manga anime, dónde la falda apenas cubre lo que tiene que cubrir…
Y de la altura de los zapatos, ni hablar.
Cómo ya estoy al límite de mi tiempo, me doy una ducha rápida con agua fría para despertar bien, seco mi cabello y me visto a las carreras, porque el frío esta mañana es arroz. Me coloco un conjunto de ropa interior blanca, la camisa de mangas largas y botones, las medias y por último la chiquifalda, y con eso ya me siento bastante incómoda, pero cómo sé que no tengo opción, me pongo los horribles zapatos de tacón alto y ato mi cabello en un moño alto. De forma sencilla me pongo solo un poco de maquillaje, tomo mis cosas y salgo directo a mi horrible trabajo.
Ya en la portería del edificio, solicito un taxi y gracias al cielo llega rápido, y de verdad me impresiona que no se tarda nada, aunque mientras gira hacia la derecha para salir del aparcamiento y ponerse en camino, por poco choca con un camión de mudanzas.
Al parecer habrá un nuevo vecino.
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El tráfico y el ruido de las bocinas de los autos es agobiante. Apenas logro escuchar mis pensamientos. La lluvia se intensifica y por alguna razón algo feo se aloja en mi pecho. Mis manos comienzan a sudar al escuchar el ruido de las sirenas de las ambulancias y las patrullas que se detienen al lado del taxi. Las bocinas suenan con más ímpetu y el aire se me escapa de los pulmones. Sé lo que eso significa y la vista se me ha puesto borrosa. Llevo una mano a mi pecho y formo un puño con la otra, tan apretado que mis uñas se clavan en la piel de mi palma.
Entonces, escucho un ruido y luego una voz muy conocida…
Y sé que esa voz, al igual que la persona q la que pertenece… no está aquí….
Y no lo estará nunca.
(12 años antes…)
—Prométeme que te portaras bien.
—Lo prometo, mamá. ¿Te puedes apurar con el chongo ese? El bus está por salir y he escuchado que al último en subir le dejan el asiento que lleva chicle pegado en la parte de atrás.
—No debería ser así.
—¡Mamá!
—Ya, ya está, ya está ¡Listo! Ve y diviértete.
Mamá es malísima poniendo corbatas o chongos. Siempre le digo a mi padre que los haga, pero esta vez está en un viaje de negocios en Estados Unidos, así que mi mamá me ayuda. Bueno, hace lo que está en sus manos.
Es primero de noviembre y estoy emocionada. Ayer terminaron las clases y hoy comienza el campamento de verano. Cómo ya es bien sabido, los mejores estudiantes de Londres se reúnen en un asombroso campamento como premio por destacar. Para algunos, estos campamentos son como una especie de castigo o es como una excusa de los padres para no pasar tiempo con sus hijos. Para mí es una aventura. Conocer lugares nuevos, personas nuevas, hacer fogatas al aire libre y contar historias de miedo, con la luz de la luna como única guía. Aquello no tiene comparación.
Así como dormir a la hora que quiera y aprender deportes nuevos.
Me coloco bien la mochila donde va toda la indumentaria que necesito para sobrevivir este verano, y me despido de mi madre, prometiendo que me portaré bien y le llamaré en cada receso y antes de dormir y dejándola más tranquila, me aventuro al que sé, será el campamento más inolvidable de mi vida.
Y lo corroboro al subir al autobús que nos llevará a Castle Life Green.
Durante el viaje me siento al lado de dos hermanos. Los cuales, al parecer, son gemelos, o mellizos. Según me explican, pues aunque tienen la misma edad y cumplen años el mismo día, no tienen tanto parecido y tampoco comparten mucho el carácter. La chica, Keisi, se muestra bastante amable desde el inicio. Es esa clase de chica que está siendo criada con valores, así como mis padres me han educado a mí. Aunque del chico, al que Keisi me dice que se llama Elder, no habla mucho. Solo se limita a leer un libro y hablar ocasionalmente solo si nuestros temas durante el viaje le parecen interesantes. No hay mucho que decir de él, solo que es muy apuesto.