Atado a ti

Capítulo 4: Resentimiento

Summer

Tras una pequeña plática con Nico, fui en busca de Max para llevarlo a dormir. Como cada noche desde que nació, le leí su historia y le canté su canción preferida. Podría convertirse en todo un búho esperando por ese momento, y nada me complacía más que mi hijo disfrutara de escucharme cantar para él, como alguna vez lo hice para ella, mi madre.

Extrañaba a Alina como a nadie. A pesar del tiempo y de la cruda realidad, nadie podría cambiar el hecho de que ella era mi madre, y para mí, no existirían más padres que Alina y Alfonso Lennox. Bajé la vista hasta mi pequeño; su respiración regular y serena era el argumento de que ya había entrado en un profundo sueño. Salí de la cama con cuidado de no despertarlo e incliné mi cuerpo sobre el suyo para dejar un beso en su coronilla antes de bajar al comedor.

Ya todos esperaban por mí, incluidos Hanna, quien estaba de visita y Nathan. Era el cumpleaños de Paola, la esposa de Nico, pero Nathan no necesitaba ninguna ocasión especial para quedarse a cenar, lo hacía casi todos los días, y Nicolás aprovechaba de vez en cuando para molestarlo al decirle que tenía abandonado su departamento. Me senté a su lado, como siempre hacía, y sentí el roce de su mano a través de mi blusa al acariciar mi espalda.

—¿Se ha dormido Maxi? —preguntó Pao, por encima del leve tintineo de los cubiertos al chocar con los platos de porcelana.

—Como un bebé.

Metí un trozo del estofado de carne en mi boca para aquietar las molestias de mi estómago hambriento. El aroma de la comida estaba haciendo estragos en mi centro del hambre desde que bajaba las escaleras.

—Ves, el mini partido de béisbol funciona —intervino Nico.

—No tanto como un buen recorrido en el parque del centro —apuntó Nathan.

—Por cierto, ¿cómo va la nueva colección? Nicolás me comentó que estarás al frente.

—Ya todo está listo, Pao. La producción comenzará cuanto antes.

—¿Y a nombre de quién estará la colección esta vez?

La voz de Leo, más aguda que de costumbre, rompió la calma y armonía que nos acompañaba aquella noche. Noté un deje de molestia en ella, y no pasó desapercibido el significado tras sus palabras. Estuve a punto de responderle que, a nombre de la empresa, como era lógico. Mi hijo y yo, no teníamos ninguna intención de arrebatarle lo que por derecho le correspondía. Pensé que ya me conocía lo suficiente para saberlo, pero no fue así. Nathan tomó mi mano encima de la mesa, ladeé la cabeza en su dirección y divisé la súplica dibujada en sus ojos: me pedía que tomara la situación con calma. Asentí, era la mejor opción y no quería que Nicolás y Paola se encontraran en la posición de decidir entre su hijo o nosotros.

—Leo… —intentó el hombre a mi lado decir algo, sin embargo, la voz autoritaria de su padre cortó el aire en aquel espacio.

—¿Qué pasa esta vez contigo?

—Conmigo no pasa nada, papá. Pero tal vez contigo sí. No has de estar en tus cabales cuando tomas ciertas decisiones sin consultarle a tu familia.

—¿Me estás diciendo que tengo que consultarle a un mocoso de 19 años que todavía no experimenta como hacer un hijo, las decisiones que tomo en mi empresa?

Nicolás mantuvo un tono serio mientras hablaba. Permaneció imperturbable, degustando su comida mientras yo perdía el apetito.

—Tal vez deberías. No me parece justo que le des tanto poder a unos recién llegados.

Apreté la mano de Nathan para intentar contenerme. En estos casos siempre había optado por permanecer en silencio. Pero a veces era difícil contenerse, sobre todo cuando un mocoso adolescente trataba a mi hijo como un usurpador.

—Leonardo, ¿sigues molesto por lo del testamento de tu padre? —inquirió Paola.

—¿Te crees que es fácil, eh, mamá? ¡Que tu padre llegue a casa un día con la noticia de que ha incluido a una persona fuera de la familia en su testamento! Perdón, Summer, pero yo no puedo aceptarlo.

—Hijo, mide tus palabras.

—Es hora de que te hagas a la idea de que no eres mi único heredero, Leonardo.

—Ya lo sé, solo me pregunto si no es eso lo que buscabas desde antes. Siempre he sido el segundo para ti.

—A tu habitación —exigió sin levantar la voz. Leo le dirigió una mirada cargada de decepción antes de levantarse de la mesa e ir escalera arriba al tiempo que Paola me dedicaba una mirada de disculpa.

—No hagas caso a sus palabras, Sum. Es solo un adolescente haciendo berrinches.

—Adolescente o no, no quiero esas actitudes en esta casa, mucho menos en la mesa.

Intenté terminar la cena. No quería poner a las personas que tanto me ayudaron cuando más lo necesitaba en una posición incómoda. Traté de disimular que la actitud de Leonardo me había molestado en realidad, por el bien de Paola. Nathan se marchó después; me despedí de todos, excepto de Hanna, quien corrió detrás de Lorie a la cocina, y yo aproveché para encerrarme en mi habitación. Tomé la llave dentro de mi bolso y busqué en la mesita de noche todas las carpetas que contenía la información recopilada por mi investigador durante los últimos cinco años.

Esparcí las fotografías de Ivy sobre la cama. Las miré una a una; el mismo sentimiento de la primera vez permanecía en mi corazón. Una mezcla de pena y odio. Conocía cada minúsculo detalle de su sórdida existencia, al menos de un año después de que me fui; luego de eso no se dejó ver, desapareció sin dejar rastros y yo sabía por qué, o al menos lo presentía. Ella me hizo daño intencionalmente, acabó con mi vida por ambición. Tenía muchas cosas que decir y mucho por lo que pagar. Agarré la foto estrujada en la que estaba ella sin rostro. Fue la primera que llegó, y volví en el tiempo a ese momento en que la recibí: sus ojos me observaban desde la imagen, su expresión tan fría que volví a sentir aquel escalofrío en la nuca. No pude soportar que existiera en el mundo un rostro tan malvado e igual al mío. Me tomé el atrevimiento de castigar una de mis uñas, mientras lo desfiguraba.




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