Atado a ti

Capítulo 6: Verdades que duelen

Summer.

A la mañana siguiente, desperté más decidida que nunca. Abrí la puerta de la oficina de Nico de golpe, el aire frío del aire acondicionado golpeó mi cara mientras Hanna entraba detrás de mí, con el eco de sus tacones retumbando en el suelo de mármol. Ella aseguraba que había tomado una decisión precipitada y en extremo descabellada. Pero, ya me había tomado demasiado tiempo decidirme a cerrar mi pasado.

—¿Sigue en pie tu propuesta de promoción? —pregunté al hombre que se había convertido en un segundo padre para mí y mi hijo en estos últimos años.

—Dile que no.

Nico levantó la mirada y llevó su índice a la comisura de su labio. Nos observó a ambas de manera alterna y con un gesto de la mano nos invitó a tomar asiento.

—¿Qué pasa?

—Pasa que a, Sum, —la rubia me lanzó una mirada de reproche— se le metió entre ceja y ceja volver a Estados Unidos, a vengarse de su hermana.

La sonrisa de medio lado que Nico intentó ocultar pasó desapercibida ante los ojos de Nana, pero no ante los míos. Esta disputa ya estaba ganada, y Hanna podía argumentar lo que quisiera.

—¿Quieres vengarte de tu hermana, Summer?

Moví la cabeza de un lado a otro.

—No quiero vengarme de nadie. Solo necesito poner mi vida en orden y para eso debo cerrar todos los asuntos pendientes.

Pareció analizar mis palabras, alzando las cejas un par de veces. A decir verdad, no había mucho que analizar. La vida nos pone ante caminos tortuosos para medir nuestra capacidad de resiliencia. Yo aposté por la salida más cómoda, y no digo que fuese fácil dejar todo atrás; huir nunca es sencillo.

—Bueno, aún no tengo reemplazo para Leonardo. No pienso poner al vicepresidente actual a cargo, ya que solo lleva unos pocos meses en el puesto.

—Con todo respeto, Nicolás, no creo que sea la mejor decisión —cuestionó Hanna, dando un paso al frente.

—¿Según tú, por qué no? —espeté.

—Summer, razona —dijo alzando la voz—. No tiene caso volver al pasado. Tienes una vida hecha, a Nathan. Ese hombre se desvive por ti.

—Irónico, ¿no? Ayer me decías que debía tomar una decisión, hoy la que he tomado no te parece… Nathan sabe que no puedo continuar si no hago esto.

—Está bien, dejémoslo a un lado, pero al menos piensa en Max.

Mis oídos no concebían lo que acababan de escuchar. ¿En serio estaba insinuando algo como eso? Avancé hacia ella mientras sentía que perdía el autocontrol y espeté en su cara:

—¿Crees que no pienso en mi propio hijo? Piensas que no me duele ver a mi hijo crecer sin su padre. Mi hijo tiene derecho a conocerlo, e Iván de saber que Maxence existe.

—Vaya, señora Lennox, ¿por qué no pensó en eso cuando le negó la oportunidad hace cinco años? Nos mandaste a mi madre y a mí a escondernos como ratas para que no te encontrara. El poder te ha nublado tanto que no mides las consecuencias de tus actos.

—Chicas, cálmense.

—No creo que estés pensando en Max, lo haces porque ya no puedes más con el hecho de que Iván se haya casado con ella y no contigo.

Contuve la rabia mientras sentía cómo la sangre ardía en mis mejillas. Mi corazón latía veloz. Antes de poder controlarlo, mi mano voló hacia su rostro y terminé abofeteando a mi mejor amiga. Las verdades duelen la mayoría de las veces, pero las verdades erróneas calan profundo y decepcionan, más cuando vienen de alguien a quien amas.

Llevó su mano al rostro para frotarse allí, me miró a través de sus pestañas con los ojos rojos llenos de lágrimas. En algún momento que no percibí, Nicolás llegó hasta mí y sostuvo mi cuerpo para alejarme de ella.

—Sabes lo que se siente perder toda una vida. Tú, mejor que nadie, sabe que las cosas no sucedieron así. ¿Qué se siente saber que tus padres no son tus padres, que tu vida no es tuya y de la nada surja una hermana que viene a ti con el único propósito de joderte la existencia? ¿Qué habrías hecho tú en mi lugar? No hables de lo que siento, cuando no has estado en mi lugar.

El picor de la bofetada todavía pesaba en mi mano. Sentí un nudo apretarse en mi garganta al verla marchar, su silueta borrosa a través de mis lágrimas mientras desaparecía detrás de la puerta. Una gota cálida se deslizó por mi mejilla, y la limpié rápidamente, dejando una huella húmeda en mi piel. Nico posó sus manos sobre mis hombros e intentó tranquilizarme.

—No te preocupes, Sum, luego se le pasará. Aunque en parte la entiendo, no se expresó de la manera correcta.

—¿Vas a ayudarme o no? —Pregunté volteando a verle. Caminó hacia su escritorio y dejó caer con suavidad su cuerpo sobre la silla.

Unos minutos después y tras escuchar mis planes, lo vi mover la cabeza con ligereza de arriba abajo en asentimiento.

—Lo hablaré con Paola. Pero antes, debo saber algo.

—Dime, ¿qué quieres saber?

—¿Contra quién es tu venganza?

Agaché la mirada unos segundos. Esa era una de las preguntas que me hice durante estos años. Luego volví a sus ojos, reafirmándole lo que él ya sabía.




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