Atado a ti

Capítulo 7: Reconciliación

Summer.

Llevo muchos años haciéndome la misma pregunta: ¿Cuándo es el momento correcto para volver? Nos sentamos a esperar que las cosas sucedan, que un milagro aparezca o que una señal nos ilumine. Yo misma contesté la pregunta que tanto me perturbaba: no todo hay que dejárselo al destino.

Avancé por el corredor y sentí la fría brisa de la mañana golpear mis mejillas. El aroma dulce y terroso de las plantas se intensificaba a medida que me acercaba al invernadero. ¿Podría Iván sentirlo con mayor intensidad?

Paola pasaba la mayor parte del día allí. Era amante de lo verde, y tenía una gran variedad de plantas, tantas que yo no podría recordar el nombre de la mitad, aunque quisiera. Allí se encerraba, trabajando desde su laptop y atendiendo las flores al mismo tiempo.

Escuché voces a medida que me acercaba y pensé que, tal vez, tendría que esperar un poco para poder hablar del asunto con ella.

—Ella no debe saberlo por el momento —escuché, ahora con mayor claridad. Era la voz de Nico y me pregunté si ya le había comentado algo.

—Esa mujer ha ido muy lejos. ¿Cómo lo logró?

—Hola. ¿Interrumpo? —Era evidente que sí, pero a ninguno de los dos pareció incordiarle.

—Claro que no, Summer. Ven y siéntate con nosotros —dijo Paola, haciendo a un lado la silla vacía para que me sentara a su lado—. ¿Quieres café?

Asentí e hice un gesto con la mano cuando intentó ponerse de pie para servirlo, indicándole que lo haría yo misma. Una vez servido el café observé a Nico y le pregunté si ya habían hablado, pero antes de que pudiese pronunciar cualquier palabra, recibió una llamada. Se disculpó y dijo que podríamos hablar del asunto tranquilamente antes de marcharse a la oficina.

—Nicolás ya me comentó sobre tus planes —anunció. Levanté la vista del líquido negro que bebí casi completamente para mirarla. Necesitaba saber qué pensaba al respecto, ya que Nico siempre tenía en cuenta la opinión de su esposa para tomar cualquier decisión referente a la empresa—. Te entiendo, pero, ¿estás segura de eso?

Dejé la taza sobre la mesa y me levanté del asiento para acercarme a un arbusto de flores en colores violáceos muy llamativos y flores esbeltas.

—Max, es lo más importante y real que tengo en la vida. Nunca pensé que después de tantos tropiezos, una personita que naciera de mí curaría casi todas mis heridas del pasado —dije admirando la extraña flor, aunque no terminaba de llamar mi atención—. Digo casi, porque aún hay mucho a lo que debo hacerle frente.

—Escabiosa se llama —la oteé con extrañeza, ¿por qué de la nada había cambiado la conversación?— Le gusta el sol y los suelos bien drenados, y a pesar del cuidado que requiere, es capaz de permanecer cortada por varios días. Esta flor me recuerda a ti: a pesar de que intentaron cortarte la esperanza, sigues aquí, dispuesta a enfrentar tu verdad.

Sonreí con tristeza al recordar los campos de Grasse, aquel día cuando, mientras me hacía el amor, me llamó su centifolia.

—¿Qué pasa?

—Nada, solo que es la segunda vez que me comparan con una flor.

—¿Por qué será? —preguntó con tono insinuante, más que de interrogación—. Se trata de Iván, ¿verdad?

Asentí.

—No te preocupes. Nicolás y yo estamos dispuestos a ayudarte —tomó una bocanada de aire para luego dejarlo escapar en una sonora exhalación—. Además, ya me apetecen unas vacaciones por New York.

—¿Vacaciones? —reí.

—Sí, unas bien relajantes.

Un carraspeo detrás de nosotras nos hizo voltear. Hanna estaba allí, con ambas manos unidas delante de su cuerpo y el rostro demacrado. Saludó a Pao y luego volteó a verme a mí.

—¿Podemos hablar?

—Yo las dejo, para que hablen —se excusó Paola antes de marcharse.

Volví a ocupar la silla de antes y serví otra taza de café. Se sentó en el mismo lugar donde había estado Nicolás minutos atrás y, después de mirarme cómo servía una segunda taza para ella, decidió hablar.

—No quiero pelear contigo. No recuerdo cuando fue la última vez que peleamos y no se siente bien, Summer.

—Yo sí.

—Yo sí, ¿qué? —inquirió en alerta.

—Yo sí recuerdo cuando fue la última vez que discutimos. Estábamos en cuarto de primaria y me halaste del cabello, porque el niño que te gustaba dejó un corazón sobre mi asiento cuando no estaba. Pensabas que era para mí. Mamá —pronuncié con un nudo en la garganta—, mamá y la tía nos dejaron encerradas en la habitación toda la tarde, y todo el fin de semana —dije alzando las cejas. Ella abrió la boca y la volvió a cerrar.

Dejó caer su cabeza sobre la mesa y estuvo a punto de chocar con la taza del café.

—No te voy a negar que hago esto por mí, es algo evidente. Hay… —inhalé profundo cuando mi garganta se cerró—, hay cosas que no puedo aceptar. Pero pensar que ese es el único motor, es muy egoísta de tu parte. Tengo un pasado que cerrar, pero mi hijo tiene un futuro que abrir, junto a su padre. No voy a convertir su vida en una farsa como lo hicieron conmigo.

Hanna se levantó de su silla y se acercó lentamente. Su mano suave se cernió alrededor de la mía, y pude avistar el brillo de las lágrimas acumulándose en sus ojos. Su voz temblorosa y cargada de arrepentimiento habló por fin.




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