Summer.
«El día que encontremos a papá, le contaré lo bueno que soy lanzando la pelota, y que no puedo comer espinacas, aunque sean saludables. Mamá, también voy a contarle por qué odio a Johan y sus amigos y…, y… ¿Mamá, por qué se perdió papá?»
El rumbo que tomaría nuestras vidas ya estaba decidido. El día antes de que Hanna volviera a los Estados Unidos, nos reunimos los cinco en el despacho de casa. Hanna, Paola, Nicolás, Nathan y yo. Nathan no estaba de acuerdo con la idea, discutimos sobre esto durante los últimos días, pero al igual que todos, prometió ayudarme.
—Aprovecharé que me voy adelante y prepararé la casa para tu regreso. ¿Quieres que arregle la habitación de Alina para Max? —Preguntó Nana, después del segundo aviso para que pasara el chequeo en el aeropuerto.
—No. No voy a quedarme allí. No podría estar en ese lugar lleno de recuerdos y aún no decido qué hacer con ella —confesé, hurgando en mi bolsa con prisa hasta que al fin lo encontré—. Ten, este es el lugar que debes acomodar para nosotros, ya tenemos dónde vivir.
Agarró el pedazo de papel donde había anotado la dirección de mi nuevo departamento y curvó su labio hacia arriba. Sabía que reconocería el sitio en cuanto lo viera.
—Vas en serio con esto, ¿eh?
Asentí.
—No te imaginas cuánto.
Iván.
New York, Manhattan. Dos semanas después.
—¿Me estás diciendo que te entraron ganas de ser padre?
Observé a Eric con la misma jocosidad que mantuvo desde el momento en que comencé a contarle lo sucedido en Francia con aquel niño.
—No he dicho eso, solo te estoy contando, porque es algo raro… inusual. Me he encontrado con muchos niños por ahí y nunca he sentido esa sensación de… de…, —¿de qué?, ¿familiaridad? —. Bueno, el caso es que no tengo explicación para eso.
Nos quedamos en silencio mientras caminábamos hacia el ascensor de la empresa. Volví a mirarlo de reojo y él permanecía con esa sonrisa burlona en el rostro. A pesar de los años, no maduraba, y uno nunca sabía qué idioteces pasaban por su cabeza. Incluso a mí me resultaba impredecible en ocasiones. Una sonrisa involuntaria se dibujó en mis labios al recordar la voz aterciopelada del niño diciendo «¿Amigos?», mientras su mano se extendía en mi dirección. Podía sentir el calor de sus dedos en mis manos, el brillo inocente de sus ojos cafés y esa extraña sensación en mi pecho.
—Tiene ojos cafés.
Y recordé que a Summer le gustaba mirarme a los ojos.
—¿Sí? ¿Y qué más?
—Le gusta el béisbol.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—¿No lo recuerdas?
Mi asistente se acercó a nosotros interrumpiendo la conversación. En sus manos, cargaba la información de la reunión en varias carpetas. Me tendió una y otra para Eric. Rodeé los ojos al tiempo que entrabamos los tres al elevador.
—Señor Harper, todos ya están en el salón de reuniones —hizo una pausa dramática y luego prosiguió—. Vlad ha comenzado la reunión sin ustedes.
No era de extrañar que hubiese comenzado la reunión sin nosotros. Necesitaba convencer a los accionistas de que era capaz de salvar la empresa de la deuda, incluidos los pequeños. Sin mí y sin Eric, rebatiendo todos sus argumentos. Una vez estuvimos en el piso del salón de reuniones, Eric pidió a mi asistente que se adelantara y no dijera que estábamos aquí. Cuando estuvimos solos, puso su mano en mi hombro y me apartó de la entrada.
—¿Estás seguro de que no quieres hablar de la inversión que acabamos de obtener?
—Eric, no voy a poner en riesgo todo el trabajo que hemos hecho. Incluso si conlleva la pérdida definitiva de Bespoke Fragance, Vladimir no debe saber de esto ni de la nueva empresa.
—De acuerdo —dijo no muy convencido mientras se frotaba la barba de pocos días—. Pero eso te dejaría bien parado ante los accionistas.
—Aun así, tomaré el riesgo.
Entramos en la espaciosa sala y todos hicieron silencio al vernos. El olor a café recién hecho mezclado con perfume caro inundaba el espacio. Las sillas, ocupadas por personas con ceños fruncidos coincidían con la tensión que se respiraba. Y los ojos de Vlad clavados en mí, a la expectativa de que diera un paso en falso. Él, sentado a la cabeza, no pudo evitar esbozar una media sonrisa socarrona.
Ocupé la silla al otro extremo de la mesa con Eric y Samuel, mi asistente, en ambos flancos. La secretaria de Vlad, la misma que se había burlado de Summer años atrás, se acercó a mí y me tendió otra carpeta. Su altanería nunca la abandonaba y se creía la dueña del mundo ahora que su amante ocupaba mi puesto. La miré de mala gana antes de que volviera a su lugar e hice la carpeta a un lado sin prestarle atención al contenido.
—Ya que tenemos a nuestro estimado vicepresidente en la sala, podemos continuar —mi nuevo cargo moría por salir de su boca delante de todos, como siempre. Para él era una inyección de adrenalina, recordarme en público mi degradación.
Esbocé una sonrisa falsa, dándole todo el crédito.