Atado a ti

Capítulo 9: Amenazas

Iván

Entré a mi oficina —que, por supuesto, ya no era la de presidencia—, seguido por Eric y Mendoza. Dejé caer las carpetas sobre el buró con un golpe seco y me dirigí al aparador para servir unos vasos de whisky. Eric y Mendoza se acomodaron en el minúsculo sofá, que crujió bajo su peso.

—Muchachos, ¿alguno de ustedes tiene idea de quién es esta empresa inversora? —inquirió Mendoza.

—No —dijimos al unísono, al tiempo que me acercaba a ellos para ofrecerles su trago.

Mendoza, con una expresión analítica en el rostro, contempló el contenido del vaso antes de darle un sorbo. Tomé asiento cuando volvió a hablar.

—Los accionistas están preocupados por esta nueva empresa. Eh, ¿cómo es que se llama? —Eric y yo nos miramos. Él batió su mano en el aire y continuó—. En fin, el nombre no es lo que importa. La cosa es que están preocupados por el éxito que han alcanzado en tan poco tiempo, y con su primer perfume lanzado.

—¡Sí, no! —exclamó Eric y, percatándose del evidente entusiasmo en su voz, dijo—: Pero no creo que sea esta empresa, Vlad dijo que se trataba de una compañía extranjera de joyas. No hay por qué preocuparse.

—A mí no me preocupa que sea esta empresa, sino el alcance que ha tenido en tan poco tiempo. Un perfume —dijo alzando su dedo índice—, con tan solo un perfume, logró posicionarse en el mercado internacional. Tres años —volvió a alzar sus dedos— han pasado tres años desde su lanzamiento y sigue siendo la fragancia más cotizada.

El hombre parecía ofendido al expresarse, alzó una ceja y rumió.

—Quimera es una compañía pequeña. No cuenta con el capital para salvar esta empresa —dije.

Otra vez, su índice se alzó en el aire, esta vez para moverlo de lado a lado en negación.

—Yo compré ese perfume para mi esposa. Es bueno —asintió—. Yo, que no soy tú, soy capaz de percibirlo a la distancia, y ella está fascinada con el regalo.

Giré un poco sobre mi silla al reír, pero él me miró con sospecha en el rostro. No entendía si sus palabras eran producto de recientes sospechas o, simplemente, me estaba reclamando por no haber sacado nada decente para Bespoke Fragance.

—La mente detrás de esto no es de cualquiera. Lo presiento.

—Estás paranoico, Mendoza —dijo Eric, palmeando su hombro—. Aquí el verdadero asunto es quién es el futuro inversor. Deberíamos averiguarlo y estar precavidos para lo que sea que venga.

—Si ese contrato se firma, beneficiará a la empresa, habrá cambios, y presiento que no nos gustarán —analicé en voz alta.

—¿Temes que el nuevo inversor se inmiscuya en las decisiones de la junta?

—No temo, estoy seguro de que lo hará.

—¿Y si intenta tomar la presidencia? —analizó Eric.

—Con tal de que Vladimir Grant no siga ocupando ese puesto, que me dirija el mismísimo Papa —apuntó Mendoza, sin tener en cuenta mi deseo de recuperar la presidencia.

Samuel asomó la cabeza detrás de la puerta.

—Disculpe, señor Harper. ¿Puedo pasar?

—Sigue, muchacho.

Entró en el despacho con dos sobres en la mano. Me tendió uno a mí y otro para Eric.

—Disculpe, señor Mendoza, de haber sabido que estaba aquí le habría traído el suyo.

—¡Ba! No te preocupes, muchacho, ya se lo pido a Sandra, —se levantó de su asiento—. Ahora sí, me voy. Haré todo lo posible por averiguar con quién tendremos que lidiar.

Mendoza salió de la oficina al tiempo que Eric abría el sobre. Hice lo mismo; el trozo de papel no era más que la invitación a una cena de beneficencia anual organizada por la industria de la belleza. El objetivo era recaudar fondos para ayudar a los hospitales de bajos recursos. La empresa siempre había sido invitada y, aunque no soy el presidente, yo también. Pero a pesar de todo el revuelo en los medios de comunicación, nunca habían hecho algo así en estos últimos años.

Sr. y Sra. Harper.

Las letras brillaban en dorado frente a mis ojos, gracias al resplandor proveniente de la luz del sol que entraba por la ventana. Lo tendí en su dirección, lo tomó y le echó un vistazo rápido mientras me dejaba caer sobre el espaldar de la silla. Pasé mis manos por mi cabello con evidente exasperación. ¿Quién demonios se había atrevido a hacer algo semejante? He dejado más que claro que esa mujer no será expuesta como mi esposa ante los medios, jamás en la vida.

—¿Qué piensas hacer, vas a llevarla?

—¿Te volviste loco? En la vida la presentaré ante esta sociedad de mierda, y no porque quiera protegerla.

—Divórciate entonces. Ya va siendo hora de que salgas de esa mujer y su locura, porque nadie me quita de la cabeza que lo está.

—Aún no es el momento —dije, juntando las palmas sobre el buró con la mirada prendida sobre la invitación.

—Summer no va a aparecer, Iván. Si quisiera verte, ya lo habría hecho —se levantó de su asiento, el repicar de sus zapatos contra el suelo invadió el minuto de silencio al acercarse a mí, palmeó mi hombro y dijo—. Lo mejor que puedes hacer es olvidarla, divorciarte y empezar una nueva vida con una mujer sana.




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