Iván.
El ronroneo del motor no fue capaz esta vez de calmar mis nervios ni mis pretensiones de quebrar a Vlad con mis propias manos. La idea de llegar a casa y enfrentar al objeto de mis problemas, tampoco era demasiado atractiva. La paz me dejó cuando Summer se fue. No la hallaba en la empresa que tanto amaba, tampoco era diferente en casa. Dondequiera que me encontrara, las preocupaciones me acompañaban, como una pesada mochila que tenía la obligación de llevar a cuestas. Solo había un lugar que era capaz de hacerme olvidar todo: mi laboratorio, el único lugar donde mis errores se convertían en arte.
El olor del salmón invadió mis fosas nasales en cuanto las puertas del ascensor se abrieron, una mezcla de cilantro, piña y rayadura de naranjas ambientaba la casa. ¡Dios! Odiaba mi olfato de vez en cuando, sobre todo cuando estaba hambriento. Rose tenía buena mano para la cocina y si había algo por lo que volver a esta casa al final del día, era precisamente eso: su comida. Dejé el maletín sobre el sofá y fui hasta la cocina. El fregadero se encontraba lleno de trastos sucios, cosa que era bastante extraña. La empleada tenía la costumbre de mantener la cocina impecable, aun cuando estaba trabajando.
Mis ojos cayeron en un plato con ensalada de verduras, pollo salteado y tocino. Se me hizo agua la boca y enseguida lo pinché con el tenedor para probar una porción.
—Te estaba esperando —la vi aparecer por la puerta que daba al comedor, con un delantal blanco atado a su cintura y un vestido carmesí que cubría su cuerpo. Ya no era tan delgada, aunque conservaba su figura—. La mesa está lista.
Tomó mi brazo, y rodeé los ojos al tiempo que era conducido ante la mitad de una mesa llena de comida. Ocupé mi puesto con la esperanza de tener una cena tranquila, sin las discusiones de cada día. Ella se quitó el delantal, se sentó a mi lado y sirvió una copa de Chardonnay para ambos.
—¿A qué se debe tanta amabilidad? ¿Qué quieres esta vez? —Indagué con reticencia mientras llenaba mi estómago con un bocado del filete de pescado.
—Nada, ¿no puedo esperar a mi esposo con la cena lista?
Alcé la vista del plato en su dirección.
—¿Cocinaste tú? —Asintió. No me sentía cómodo en este entorno. Ella siempre quería algo a cambio, y la verdad, no estaba dispuesto a complacer sus caprichos.
Preferí callar y comer para irme a mi habitación cuanto antes, o al laboratorio. Cualquier lugar era mejor si ella no estaba. Me hice esto a mí mismo, y a veces quería salir corriendo de la trampa en la que me metí. Después de varios minutos en silencio, habló.
—Contacté con un nuevo abogado esta mañana.
Y allí estaba el asunto.
—Te dije que desistieras. ¿Crees que voy a arrepentirme de lo que hice y echar todo para atrás? ¿Por qué lo haría, por caridad? —me burlé.
—Iván, él no tiene por qué estar en la cárcel por un error del pasado.
—¿Un error del pasado? Ese tipo y tú le hicieron daño a Summer. Lo metiste a robar en mi propia casa y, ¿todavía piensas que le tendré compasión? Agradece que no estás haciéndole compañía. Y te advierto por última vez, no te voy a ayudar a sacar a ese miserable del hueco donde lo metí. Ahí es donde pertenece —dije, golpeando la superficie con la punta de mi índice para enfatizar mis palabras. Últimamente, no parecían quedarle claras las cosas.
—Ya sé que no me vas a ayudar —cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos—. Cuatro años, Iván, ya son cuatro años de espera, ¿no crees que merezco una oportunidad? Deja de hablar de Summer como si yo no estuviese frente a ti.
Ladeé la cabeza en su dirección, sus ojos brillando con expectativa.
—¿Dónde está Rose?
—Le di el día libre —mi apetito fue en picado—. Iván, no me cambies el tema. Ya es hora de que me escuches y me des lo que te pido. Es tu deber.
La suavidad de su voz era enfermiza, pero ella era mi precio. Posó su mano en mi brazo, acariciándolo. La miré con rabia por su desfachatez. ¿Cómo se atrevía a tocar el mismo asunto sobre el que ya habíamos colocado caliza? Al menos, yo lo hice. Me levanté de la silla, con el único propósito de irme a mi habitación antes de que termináramos en otra discusión. Ya tuve suficiente con la reunión de la empresa.
—¿A dónde crees que vas? No hemos terminado de cenar.
—Se me quitó el apetito —dije, caminando rumbo a las escaleras. Escuché el repicar de sus zapatos de tacón sobre el suelo, me estaba siguiendo.
—¿Por qué es tan difícil para ti asumir que yo soy tu esposa y que ella no está? Quiero un hijo tuyo y para eso necesito que me hagas el amor.
Ilusa.
—Estás demente si crees que volveré a poner mis manos sobre ti.
—Ya lo hiciste una vez. Este es un matrimonio consumado —recordó, al tiempo que entraba en la habitación.
—Créeme, que de haber estado consciente jamás te habría tocado.
—¿Por qué, Iván? Antes no pensabas así. ¿Cuál es tu necesidad de ser tan cruel conmigo? Yo soy tu esposa. Es a mí a quien tienes que amar. Fue a mí a quien escogiste…
—¡Basta ya! ¡Cállate la boca! —espeté con furia tomando sus muñecas—, ¿de verdad, profesas, que esto es un matrimonio? ¿En serio creer que te escogí a ti? Por tu culpa la perdí y este es tu castigo: vivir el resto de tu vida al lado de un hombre que no te ama. No te hagas ilusiones con este matrimonio, Ivy Brown. Jamás voy a amarte. Sé muy bien cuáles son tus intenciones, así que olvídalo.