Atado a ti

Capítulo 13: Galán de ojos grises

Summer

—Mañana es el evento. ¿Crees que es conveniente aparecerte delante de él allí?

Hanna dudaba de todo lo que había planeado y, a decir verdad, yo también. No tenía nada claro, solo la esperanza de que todo saliera bien. ¿Cuándo debía aparecer? Era una difícil decisión. El pavor se apoderaba de mí de vez en cuando, ante los posibles escenarios del momento en que estuviésemos frente a frente.

Saqué las piernas de debajo de las mantas y me detuve frente al ventanal del salón. Las vistas de mi casa, aunque excelentes, no eran tan cautivadoras como la suya. Miré dos pisos más arriba, al lugar donde las cortinas cerradas no me permitían ver lo que sucedía más allá de ellas. Sentí la ansiedad recorrer mi cuerpo, y la necesidad apoderarse de mi ser. Moría por verlo otra vez, ya no en fotografías de una investigación, o noticias en las revistas.

Cinco años habían pasado y mi amor seguía intacto, pero mi decepción también.

—Summer, ¿estás allí? —escuché del otro lado de la línea.

—Conveniente, tal vez no. Pero es una decisión que no pienso echar para atrás.

—Entonces, ¿debería preparar mi antifaz?

—Por supuesto que debes —fueron mis últimas palabras antes de despedirme y colgar la llamada.

Max estaba fascinado con el lugar, sus nuevos juguetes y su habitación. Después del desayuno, me tomó de la mano y me condujo a toda prisa hasta el salón. Nos detuvimos frente al ventanal, y alzó su dedo hacia la ciudad.

—¡Mira, mamá! ¡Puedo ver todo desde aquí!

Me volví hacia él y le sonreí, su mano agarrando con fuerza los últimos dedos de mi mano. Acaricié su piel con la yema de mi pulgar, tan suave y tersa como la misma seda.

—¿Es este nuestro nuevo hogar, mami? —preguntó, la ansiedad aflorando en su voz.

—Sí, cariño. Este será nuestro nuevo hogar. ¿Te gusta?

—Sí.

También me quedé viendo a través de la ventana. Mi mente perdida en todo lo que estaba por suceder, intenté encontrarle respuesta a la gran pregunta: ¿Cuándo sería el momento correcto para contarle a Iván sobre Max?

—¿Estás bien, mami? —Agaché la cabeza para verlo, mirándome con esos ojos que tanto me recordaban a su padre. Asentí con una sonrisa forzada.

—Claro, mi amor. Solo estoy… pensando.

En ocasiones me costaba trabajo admitir que todo esto me daba miedo. Estaba aterrada, enfrentar a Iván después de tanto tiempo no sería fácil. Sobre todo, me daba pavor su reacción al saber que tenía un hijo. ¿Lo rechazaría?

Hanna llegó poco después, y cuando le comentó a Max que cerca del edificio había un campo de softball, no hubo santo en el cielo que lo hiciera desistir de ir a conocerlo. No me quedó más remedio que dejarlo ir con Lorie y su tía.

Los acontecimientos de la noche requerían de una buena preparación; opté por pasar un rato en la piscina para despejar mis ideas, por lo menos hasta que llegaran Paola y Nicolae cerca del mediodía. Busqué entre mis cosas y no encontré nada que pudiese ponerme sobre el bikini, así que me envolví en una toalla. Tomé nota mental para ir de compras luego y me fui a la sala en busca de mi teléfono. El maldito aparato no aparecía por ningún lugar. El salón no era tan grande como el de Iván, pero lo suficiente como para que me tomara unos buenos minutos en su busca: debajo de todos y cada uno de los sillones, cojines, muebles, incluso los floreros.

Tenía que encontrarlo en caso de que Paola o Nico necesitaran contactarme. O, ¿qué tal que Lorie necesite llamarme? Me detuve en seco al pensar en Lorie y Max rondando el edificio. Era sábado, ¿y…? ¿Y si Max e Iván se encuentran? Un escalofrío me erizó los bellos del cuerpo.

¡Na! No vamos a ser tan fatales. Además, si sucedía, Iván no sabía que tenía un hijo y Max nunca ha visto fotografías de su padre. Dejé caer los hombros, un poco más relajada, al tiempo que la toalla se zafó y cayó al suelo. La recogí y la volví a atar mirando alrededor; no tenía las cortinas pasadas.

El timbre de la puerta sonó y pensé que se trataría de Lorie y el niño. Tal vez había olvidado la clave de acceso. En su lugar, estaba Nathan, de pie en el umbral de mi puerta, en un traje gris y con ambas manos metidas en los bolsillos de su pantalón.

—¿Qué haces aquí?

Su mirada recorrió mi cuerpo envuelto en toalla, hasta llegar a mi rostro, con la mandíbula en tensión. No esperaba verlo tan pronto. Se suponía que él se encargaría de los asuntos legales desde Francia y vendría solo si fuese necesario.

—¿Puedo pasar? —Inquirió con voz calmada, apuntando hacia adentro con su índice.

—Claro pasa, perdón es que no te esperaba, Nathan.

Le invité a sentar y le ofrecí algo de beber.

—¿Te importa si subo y me cambio un segundo? Es que iba para la piscina.

—No me importa que te quedes así, digo… No quiero sonar grosero, pero… no sería la primera vez.

Cambié el peso de mi cuerpo de una pierna a la otra y me crucé de brazos. No quería volver a tocar el mismo asunto. No me agradaba tener que recordarle a un buen hombre, que no tenía espacio en mi corazón, a pesar de haberlo intentado. Terminamos lo que quedaba de nuestra relación sentimental en buenos términos, días antes de tomar el avión que me traería de vuelta aquí. Para mí era importante mantenerlo así.




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