Atado a ti

Capítulo 15: Coincidencias

Iván

No podía creer lo que veían mis ojos. Era consciente de que existía gente loca en el mundo, pero… ¿Había necesidad de ser tan exhibicionista? Se paseaba por todo el lugar como una completa demente, con tan solo una toalla cubriendo su cuerpo. Ni siquiera corrió las cortinas; al menos eso podría haber hecho por los vecinos.

¿Y a mí qué me importa? —pensé.

Reí para mis adentros, y estuve a punto de correr la mía cuando su toalla cayó al suelo y reveló un cuerpo espectacular listo para meterse a la piscina. Estaba lejos, sí, pero lo suficiente como para apreciar sus… cualidades. Actuaba tan torpe como Summer en la oficina y como si fuese cosa del destino, la vecina también tenía el cabello negro.

Miró alrededor y volví a reír por la desfachatez de su acto. ¿Después de pasearse como quiso, teme que la vean? Desapareció de mi vista, y cuando volvió un hombre la seguía.

El aroma de Forbidden penetró mis fosas nasales. Giré el rostro para ver a Ivy acercarse por el pasillo —demasiado arreglada para estar en casa—, con su bolso colgando en su mano. Ella continuaba usando el mismo perfume, albergando esperanzas que intenté arrebatarle, pero en su mente perturbada, ella tenía todas las de ganar.

—¿Qué haces parado en medio del pasillo?

—¿Tenemos vecinos nuevos? —pregunté cruzado de brazos.

—Sí, una mujer bastante maleducada, por cierto. ¿Por qué lo preguntas?

—No, por nada —añadí, restándole importancia al asunto mientras reparaba una segunda vez en su vestimenta—. ¿A dónde vas?

—Al spa —enarqué una ceja ante el tono despreocupado de su voz—. No te preocupes, tus migajas me sirven siempre y cuando no termine en Bella Donna.

—¿Migajas? Migajas era lo que ganabas cuando trabajabas en aquel barsucho de quinta y planeabas acabar con nuestras vidas.

Sus ojos se abrieron como si quisieran salir de sus órbitas. Me percaté de cómo apretaba el pequeño bolso entre sus manos, como si quisiera estrangularlo, y su respiración se volvía laboriosa mientras intentaba contenerse. Dio un paso cerca de mí y clavé mi mirada desafiante en sus ojos.

—Yo no planeé nada, no seas cretino —murmuró entre dientes—. Yo no me metí entre ustedes, ella fue quien se metió entre nosotros, no lo olvides.

Rodeé los ojos.

—Sabes bien lo que hiciste. Tu jugada te salió perfecta, maestra de la manipulación.

—Casarte conmigo fue tu decisión. Bien podrías haberte negado.

—¿No tienes vergüenza verdad? —mascullé con remordimiento. Pero ella no sabía la verdad, y no debía saber. Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba, en una sonrisa tan cínica, capaz de provocarme escalofríos.

—No —su voz certera como un tiro al blanco—. Lo único bueno que ella ha hecho por mí ha sido desaparecer de tu vida.

Reprimí las ganas de responder su comentario. Era ella quien la había buscado con el único propósito de hacerle daño, pero la vida no permitió que se saliera del todo con la suya. Ivy creía que me tenía por un trozo de papel, no sabía que jamás sería suyo, aun si volvía a nacer.

Dio la vuelta y se marchó. La dejé hacer, no sin antes recordarle:

—Aunque te aparezcas en Bella Donna, Clara no te atenderá. No le agradas, ¿recuerdas?

Pasé un rato en el laboratorio analizando esencias que nacieron a lo largo de estos años. El dolor, la ira, la soledad, todo reflejado en trazos de elementos químicos, en notas de fondo y corazón. Necesitábamos algo nuevo para sacar al mercado, por algún motivo nunca me atreví a ir más allá. Ninguna de esas emociones salió al mercado. Bueno…, excepto una de ellas. Eran demasiado personales como para permitir que el mundo se vistiera con ellas. Caminar por la calle y percibir a Summer en cada una de las personas que cruzaban por mi lado, era tentador, pero siempre estaba la realidad de voltear y encontrarme solo, sin ella.

Visité la tumba de Alina Lennox en su aniversario de muerte, incluso logré sacarle a Hanna su cumpleaños antes de que desapareciera. Siempre había un ramo de rosas frescas allí, pero nunca ella. Pregunté a los trabajadores si la habían visto. Si fue, no se dejó ver.

El nombre de Eric comenzó a titilar en la pantalla de mi móvil. Dejé a un lado los frascos y acepté la llamada.

—Dime que estás en tu casa. Porque estoy abajo y no me agrada para nada perder la mañana de sábado —puse los ojos en blanco.

—¿Lo trajiste?

—Sí.

—Voy bajando.

Una vez en recepción nos dirigimos hacia la cafetería de la planta baja, cerca del área de recreación. No había muchas personas esta mañana, el aroma del pan recién horneado y café acabado de salir del moca hicieron que mi boca se volviera agua. Pedimos un buen desayuno y café con leche para cada uno antes de ocupar nuestros asientos. Eric me explicó brevemente lo que había descubierto y me pasó la carpeta con la información.

—Es una empresa francesa con una sede en la ciudad. Vlad tenía razón, su área es la joyería.

—¿Lo sabe Mendoza? —indagué sorbiendo el café con leche y buscando en la investigación el nombre del dueño. Solo estaba el nombre de un tal Leonardo como el presidente de su sede en Manhattan.




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