Atado a tí [saga Venganzas]

Capitulo III

"Si quiera la miel es tan dulce como la venganza, pero muchas veces el amor le hace sentir amarga"

 

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La mañana fue agitada, hoy era el baile. Los sirvientes corrían de un lado a otro ordenando todo para que quede a la perfección. Este baile daría de que hablar, desde la decoración hasta la música, desde la cena hasta los bocadillos, pero sobretodo, la debutante sería el tema de conversación de muchos.

Su padre pasó casi todo el día fuera, ella quiso disfrutar de un buen libro para menguar los nervios. Los preparativos fueron algo estresante, no sabía a quien pedirle ayuda, pero al final logró hacerlo sola. No tenía amigas, no conocía a nadie, su vida prácticamente se basaba en leer y bordar, pocas veces tocaba piano.

 

Se hundió en la tina con agua de jazmín, los nervios la agobian y el ultimátum de su padre no se iba de su mente; a partir de ese día se contaban sesenta más para conseguir un esposo, antes de que su padre le imponga uno, que puede, no sea de su agrado.

Conocía a su padre, él la amaba, pero como todo noble trataría de buscar un título y dinero para su hija.

Salió de la tina y se dirigió al tocador para que su doncella la peinase, haciendo un elaborado moño trenzado dejando unos tirabuzones enmarcando su rostro. Le colocaron una pequeña capa de polvo de arroz, sus mejillas sonrosadas de forma natural y sus labios se veían más rojos que de costumbre.

Le colocaron el vestido que le hacía resaltar sus curvas pero siguiendo las normas del decoro, no quería formar un escándalo en su primer temporada. Los zapatos a combinación con el vestido, se colocó el collar de diamantes que retiró en la joyería donde se encontró a aquel hombre apuesto que le robaba suspiros con solo haberle visto una vez.

Una vez lista, se encaminó hacia las escaleras para dar inicio a su presentación.

La vista de todos estaba en ella, los comentarios no se hicieron esperar, muchos admiraban su belleza, otras la envidiaban.

"Es simplemente hermosa"

"Parece un ángel"

"Es hermosa claro, pero es casi una solterona"

"Tendría suerte si a esa edad logra casarse con un Barón en ruinas"

Georgiana bajaba con la cabeza en alto, dejando a muchos prendados con su belleza, pero había alguien en especial que la observaba detenidamente.

Andrew no sabía si maldecir o agradecer su suerte, su futura esposa era aquella joven que lo había dejado encandilado cuando se encontraron en la joyería.

Estaba seguro que sus planes no se verían afectados, puesto que aunque ella despertaba en su ser deseos carnales con solo verle, su corazón estaba vacío.

Salió de su ensimismamiento para enfocar a su presa, quien de la mano de su padre era presentada a sus conocidos. Miraba su porte imperioso y su andar elegante, su criterio le dictaba que sería una buena duquesa, aunque parecía una mujer demasiado superficial para su gusto.

 

 

 

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Se encontraba con su padre saludando a unos conocidos, el entusiasmo y los nervios habían menguado, deseaba estar en otro lugar. No sabía que los bailes eran tan superficiales y aburridos.

"Estaría más a gusto nadando en el Támesis" pensó con sarcasmo.

-Georgiana, te presentaré a un respetable duque que quiere conocerte-informó su padre tomando rumbo hacia el susodicho.

"Un noble estirado más y me embarco hacia las indias" pensó volteando internamente los ojos.

-Buenas noches excelencia-saludó el marqués, lo que hizo que saliera de sus pensamientos y volteara a ver al hombre frente a ella-Georgiana, te presento a Lord Andrew Davenport, Duque de Westminster.

Boqueó sorprendida y al recomponerse dijo: -Es un placer conocerle, su gracia-hizo una perfecta reverencia.

Era él, el hombre que inundó sus pensamientos desde su encuentro accidental hasta ahora. No había podido olvidar esos ojos tormentosos que habían sido los protagonistas de la mayor parte de sus sueños, sabía que podría estar comprometido, pero no había nadie en sus alrededores que pudiese dar indicios de ser su futura esposa. Ella nunca había sentido envidia, pero de solo pensar en que estuviese comprometido le hacía envidiar a dicha dama.

Escapó de los pensamientos traicioneros que su mente tenía, puesto que ella debía casarse pronto y un hombre comprometido no daba pie en ese asunto. Se percató de las miradas de expectación de sus acompañantes indicando que había sido cuestionada con algo.

-Milady, le decía que si me concede el próximo baile-inquirió con un tono que pudo identificar como fastidio.

Tras una mirada dura de su padre aceptó, se dirigieron a la pista y para su suerte o desdicha se trataba de un vals. Todo el encanto hacia el caballero se esfumó por el tono utilizado, si bien era una nimiedad, no podía más que sentirse ofendida.

 

 

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Si bien no le gustaba bailar, el duque era un bailarín ejemplar y gracias al cielo su pareja también era muy buena. Cualquiera que los viese diría que flotaban al bailar, parecían la pareja perfecta, por lo menos en el baile. 

Estarían en boca de todos ya que al duque nunca se le veía bailar, menos si se trataba de una joven casadera. La envidia reinaba en las debutantes y matronas, el prospecto a esposo de muchas bailando con la solterona debutante, como le habían apodado.

Estaba claro que era hermosa, pero la envidia no dejaba pensar con claridad. 

Al rincón del salón se encontraba una joven de cabellos negros y ojos verdes cargados de malicia, observaba como el amor de su vida bailaba con una rubia señorita de cara angelical. Por su ser corría la ira como si fuese sangre, el enojo, la envidia y la poca cordura eran enemigos demasiado peligrosos.

 

Por otro lado el duque se concentraría en conquistar a la dama, la haría amarlo y la encandilaría hasta poder cumplir con su venganza. Destrozandola, quebrantando su espíritu y volviendola una muerta en vida; haría sufrir al hombre que le destrozó la vida.



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En el texto hay: amor, venganza, epoca

Editado: 25.08.2021

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