Atadura Matrimonial

Capítulo III

Dos días habían pasado desde la última discusión entre el Alfa y la castaña.

 

Anna y Kamila, estaban relajándose en el parque luego de una ardua tanda de ejercicios al aire libre. El parque central, estaba lleno de adultos paseando y niños revoloteando, por lo que la frescura del lugar, rápidamente disipo el cansancio y refrescó sus sudorosos cuerpos.

 

Y a su vez, despejó sus mentes.

 

Razón, por la cual había decidido a hacer ejercicios al aire libre. Y no es que disfrutara seguido de dicha actividad, solo que no es muy adepta a dichas actividades. Y para su mala suerte, hablar del trabajo ahora era parte de su repertorio. Estaba planificando la próxima reunión de accionistas.

 

Que de reunión no tenía nada. Porque en realidad se trataba del encuentro anual de las compañías, y se encontraba asignado como la organizadora principal de la actividad. Atribución que le fue dada por Bruno, alegando que este año conmemorarían al abuelo Duran, ya que se darían importantes anuncios, y se efectuarían conexiones con empresas extranjeras.

 

Demasiada responsabilidad para pocos días.

 

Alfa imbécil.

 

Kamila, aún estaba enojadísima por el desdén del Alfa en su última confrontación, y para colmo, le había asignado una responsabilidad de meses de planeación, para tan poco tiempo.

 

Definitivamente contrataría a alguien para que le hiciera un vudú.

 

Pero por mucho que estuviera enojada, ocultar el dolor que le produjeron sus desdeñosas actitudes era imposible para con su mejor amiga. Que no reparaba en maldecirlo y amenazarlo cuando esto sucedía.

 

De verdad, no entendía la actitud de Bruno en su contra, no tenía idea en que había fallado y tampoco conocía el modo de remediarlo, pues el Alfa, jamás le daba explicación alguna, y cortaba toda comunicación coherente referida al pasado. Obviamente, aquello lastimaba sus sentimientos, debido a sus esfuerzos por tratar de recuperar los lazos fraternales que una vez los unieron, empero el más alto la evitaba como la peste.

 

Así que luego de algunos consejos prácticos para evitar enardecer el lado suave del Alfa, Kamila, se dedicó a disfrutar lo que quedaba de la tarde junto a su amiga, quien para su sorpresa, no dejó de escribirse durante todo su encuentro con el atractivo moreno, que conoció en la discoteca un par de meses atrás.

 

Tras una despedida ruidosa, y comer toneladas de helado, las Omegas se despidieron para verse más tarde casa de la castaña.

 

•●•●•

 

Charls Duran, se encontraba sentado a la mesa junto a sus nietos, Bruno, brillaba por su ausencia, notificando un par de horas antes que cenaría con su novia.

 

Razón más que suficiente para desaparecer el buen humor de Kamila.

 

Esa noche, el mayor se encontraba muy insistente sobre los términos de su última voluntad para con la compañía, lo que caldeó más el humor de la Omega, que más tarde no se contuvo de derramar el contenido de su plato al suelo, volviendo añicos la porcelana fina.

 

Sus hermanos mayores, junto a Charls, miraron consternados su arrebato, que detuvieron toda posible replica a causa de su airosa mirada, y luego tras un suspiro cargado de frustración, se retira de la estancia, dejando a los presentes preocupados.

 

Adriana, revolviendo sus rojizos risos, toma la mano de su hermano mayor, mirando a su abuelo en reclamo, comprendiendo el malestar de Kamila. Charls, dándose cuenta de su error, sin necesidad de ninguna reprimenda, restriega su rostro con sus manos, sin ocultar su semblante cansado, sintiéndose seriamente perdido por la situación.

 

Soltando un bufido exasperado y negándose a escuchar el sermón de Joshua, se retira de la mesa, dirigiéndose a la segunda planta, rumbo a la habitación de su nieta, para hacer las paces.

 

Luego de tocar tres veces la puerta, el sonido de la voz ahogada de Kamila tras la puerta se deja escuchar, dándole permiso al mayor de entrar a la habitación.

 

-Mi niña, ¿aun despierta? –Se escucha la voz suave del mayor desde de la puerta.

 

-Entra, abuelo. Yo… –trató de disculparse la más joven, sin moverse de la cama.

 

-Kam, nena, sé que no te gusta hablar de esto, pero ¿aún sigues molesta por mi decisión? –Cuestionó con suavidad el anciano.

 

-Sabes que no podría enojarme contigo abuelo, nunca. Pero no sé si pueda  cargar con esto de la forma que esperas. –Confesó entre pucheros, sin ocultar su desolación.




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